domingo, 29 de noviembre de 2020

Mis representantes diplomáticos

Querido Hermanito:
Podía empezar con aquella frase tan socorrida de: “Confío que al recibir ésta te encuentres bien, al igual que yo”, sin embargo, no sería cierta; tú, a lo mejor estarás bien, yo estoy fatal.
Si recurro a ti, mejor aún si casi me confieso contigo, es porque, aunque ajeno al Cuerpo Diplomático estás en estos momentos inserto en él y de alguna manera habrás podido, a lo largo de estos meses, comprender la psicología y la forma de actuar de estos funcionarios que nos representan a lo largo y ancho del planeta.
Como muy bien sabes nunca estuve muy interesado en la actividad de los diferentes técnicos de una Embajada, únicamente cuando te nombraron Agregado Laboral en Roma y me comentaste tu labor y la de tus compañeros, empezó a surgir en mí una convicción, nunca constatada, de que aquello funcionaba bien y que nuestras embajadas eran trocitos de patria en donde podíamos recabar en busca de información y ayuda.


Embajada de España

Desgraciadamente el paso del tiempo ha ido deteriorando esta imagen dorada. No quiero decirte con ello, como tú muy bien sabrás, que no haya probos funcionarios que ayuden y se interesen por la colonia de españoles, pero ¡Oh Dios! Aquí el Embajador y sus más directos colaboradores, viven en un pedestal, muy por encima del pueblo, al que anecdóticamente representan, olvidándose por completo de sus problemas.
Como te iba diciendo y dado que mi condición “rocera” es casi nula, tardé casi seis meses en decidirme a ir a una de las recepciones que nuestra Embajada, aprovechando cualquier festividad, como el santo del Rey, Santiago o la Virgen del Pilar, daba a los españoles. Sentí haber ido.
El 12 de Octubre amaneció radiante y tras hacer mis ejercicios matutinos de “trote”, haber asistido a un partido de voleibol y efectuado mi compra semanal, me enfundé en el mejor de mis trajes y me dirigí a la residencia particular del Embajador. No sé cómo será la residencia de tu “señorito” pero la de aquí, jardines amplios y tupidos, en fin, un lujo de ensueño en un país en donde la pobreza si no extrema, sí aflora por entre las casas y en los rostros de sus habitantes.
Mi llegada fue buena, tanto que entré del brazo del Ministro de Finanzas. Los dos jardines que enmarcan la parte delantera de la casa aparecían cubiertos de grupos coloristas y heterogéneos, aparentemente inmóviles. Lamentablemente nadie cubría la recepción y presentación de los asistentes, por lo que me encontré de golpe dentro de un amasijo de personas desconocidas. Mi primera impresión fue la de que eran todos ecuatorianos, pues pese a mis pocos contactos sí conocía a algunos españoles y allí no había ninguno.
Por lo avanzado de la hora y por los efectos que sobre mi estómago empezaban a hacer los excesos deportivos de la mañana, me dirigí al “buffet” en busca de vino y alimentos. Desgraciadamente y pese a ser una fiesta aparentemente española, no había vino, ni ningún tipo de aperitivos. Cómo añoré los pinchos de tortilla, los choricitos fritos, las morcillas y sobre todo el vino, cualquiera de nuestros buenos vinos. Hay que reconocer, eso sí, que el whisky corría a raudales. Era lógico, los ecuatorianos toman whisky y no vino, y allí como te dije, casi todos eran de esa nacionalidad.
Con un vinito que logré obtener de un camarero, tras una hábil transacción económica, empecé a pasearme entre los invitados intentando comprender el porqué de aquella bufonada tan cacareada en la prensa local. Quise convencerme de que con aquello si no se fomentaba la unión de la colonia española, sí se ponía los cimientos para futuros negocios y transacciones. Me confundí de nuevo. Aquella recepción era, al parecer, lo único que nuestro glorioso embajador, al que por cierto saludé al salir y que me miró como si fuera un bicho raro, sabía hacer.
Mientras me dirigía a casa y tal vez a causa de los efectos nefastos de la recepción, me preguntaba para qué servía nuestra representación, qué hacía en pro de los españoles, aún más, cómo introducía la técnica y la industria nacional dentro del país, cómo favorecía los intercambios técnicos económicos y culturales. Qué hacían, aparte de vivir como reyes y cobrar unos sueldos de fábula, que por cierto pagábamos de nuestros bolsillos.
Con el transcurso de los días estas preguntas se fueron aclarando. No hacían nada. Franceses, belgas, canadienses, estadounidenses, japoneses, coreanos e italianos se introducían, al amparo de sus embajadores, en todas las capas de la actividad ecuatoriana, obteniendo así sabrosos contratos y concesiones. Para mí era desolador ver qué países con menor tradición minera y sin la ventaja del idioma, eran quienes estaban investigando, obteniendo al socaire de sus organismos nacionales, sustanciosos trabajos tanto desde el punto de vista técnico como desde el económico.
El Consorcio privado, en el que mi empresa está incluida, lucha con ilusión y a veces con éxito, por obtener más y mejores trabajos, viéndose casi siempre detenido por la acción pública de otros países que con la aportación de sus embajadores y sus agregados comerciales penetraban en los más altos niveles de la Administración.


Despacho del Embajador

Poco a poco he ido olvidándome que tengo representantes oficiales. Hago mi trabajo. Sufro y me amargo ante la situación conflictiva del país. Espero en fin, que el paso del tiempo aclare el panorama político y económico.
Así las cosas recibí carta de nuestra prima, que como sabes va a exponer en Ecuador, para presentarme al Embajador y solicitarle patrocinio y ayuda.
Otra vez a las andadas. Primero tardé dos días en conseguir una entrevista, luego de un plantón en la Embajada de cerca de una hora, me recibe y sin apenas preguntarme sobre el tema o sobre el porqué de mi estancia en Ecuador, me da una negativa rotunda a la subvención, una esperanza remota de asistencia a la inauguración, pues evidentemente tiene múltiples compromisos y eso sí, no tiene inconveniente en que los catálogos venga al patrocinio de la Embajada Española.
Triste, muy triste. Nuestra embajada no tiene dinero para nada, ni para lo cultural ni para lo recreativo. Se me olvidaba, creo que va a subvencionar un grupo amateur de teatro para representar una serie de entremeses de Rueda, un grupo para mí desconocido con unas obritas más desconocidas aún. Pienso que si quiere introducir el teatro, aquí donde no lo hay, deben traerse grandes compañías con obras de impacto.
Bueno hermanito, no quiero abrumarte más con mis problemas, confío que tú, por ahí, tengas mejor suerte.
Recuerdos para Mercedes y los niños.
Un fuerte abrazo.


NOTA: Fíjate que bien estamos aquí los trabajadores españoles, que para resolver cualquier problema laboral tenemos que desplazarnos a Lima (Perú), en donde vive el Agregado Laboral de la zona. Te recuerdo que yo vivo en Quito (Ecuador).

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