lunes, 2 de noviembre de 2020

La religiosa.

Bernarda. No, no podía llamarse de otra forma: “Bernarda”, casi como Bernadett Souviroux, pero no Bernarda Arguello.
Pequeña, morena, de pelo negro y ensortijado, ojos oscuros, maciza, aparentemente risueña, inconstante y oliendo a una mezcla de perfume y loción muy común entre las ecuatorianas.

Berni
Cuando entré en “La Rana Verde” apenas si me fijé en el grupo. Pedí mi ginebra y me dediqué a hablar con Toni sobre la posibilidad de comprar una serie de colgantes de coral negro que él mismo confeccionaba. Poco a poco, el continuo fluir de gente fue desplazándome y casi sin querer terminé junto a ellos.
Damián, Golda y Bernarda. El español y trotamundos, camarero de Miami, sociólogo en Guayaquil y ahora publicista en Quito. Ellas ecuatorianas, una de Loja y la otra de Cuenca. Golda, novia, enamorada o amante de Damián. Bernarda su compañera de colegio y aventuras.
Llevaban varias horas bebiendo, pero solo él daba muestras de las muchas cervezas ingeridas. Por quedar bien invité, a un par de rondas y empecé a conversar con Damián sobre la vida y las costumbres de Quito, sobre el tiempo, el trabajo… Prácticamente me desentendí de las mujeres. Su intimidad era cada vez más notoria, me contó sus relaciones con Golda, su venida de Guayaquil y por último el que apenas sí tenía dinero.
Yo sí lo tenía y me estaba divirtiendo. Pedí más copas y algo que picar. La noche avanzaba y la gente iba desapareciendo en busca de otro tipo de diversiones. Estábamos a punto de caer en una situación absurda cuando Damián sugirió comprar una botella de ginebra y bebérnosla en mi casa, ya que él no estaba en condiciones de ir a otro sitio.
De repente, me di cuenta de que aquello podía ser la ocasión de mi vida. Ir con dos mozas a mi apartamento, una de las cuales estaba ligada; acompañar a una parejita que a buen seguro se pondría cariñosa enseguida, dándome pie para hacer yo lo mismo. Dicho y hecho. Compré bebida, pedí un radio-casette a un amigo y… a casa.

Copas
La noche empezaba bien, los tortolitos se arrebullaron en el sofá y yo, con Bernarda, nos pusimos a bailar. La poca luz, la ginebra y el ambiente, incitaban a todo. Cuando más enfrascado me encontraba en una lenta aproximación bucal, Bernarda me indica que es mejor que vayamos a otra habitación, pues le molesta estar así delante de sus amigos.
No, si yo tengo la negra. Salimos y en vez de continuar donde habíamos quedado, nos sentamos frente a frente y empieza a contarme su vida. Padres separados, ilusiones frustradas, necesidad imperiosa de trabajar y ganar dinero, problemas que podían causarme sus amigos, lo tarde que era y mil cosas más. Mi pasión carnal se había esfumado.
Amistad. ¡Oh virtud de la amistad! Cuando más deprimido estaba, llegó Damián y me susurró si podía utilizar la habitación del fondo de la casa.
Ni a D. Juan se lo pusieron tan bien. Empecé por segunda vez mi conquista, esta vez con la ayuda inapreciable de una total oscuridad y de mi fácil verbo. Ahora sí, la cosa iba a pedir de boca. Bernarda no ofrecía ninguna resistencia, parecía totalmente entregada. Siempre hay un pero. Damián, el imprevisible Damián, llegó de repente, encendió las luces, me pidió una botella de agua y se despidió por el fondo del pasillo con un incongruente: “Hasta mañana”.
Bernarda quedó conmigo, pero otra vez fría y despejada. La arrastré a mi habitación y cuando empezaba a desnudarle rompió a llorar de forma violenta, suplicando que la dejase. Estas cosas me parten el alma. Enciendo la luz e intento consolarla. Más calmada me cuenta sus problemas religiosos, sus dudas y su incipiente, pero firme vocación. No sé si me toma el pelo o me dice la verdad. Me da lo mismo, la noche está estropeada y solo quiero dormir. Me meto en la cama y ella se arrodilla sobre la alfombra y se pone a rezar.
Cuando por la mañana me despierto, la encuentro dormida en el suelo con un libro de meditación a su lado. Me levanto, la tapo con una colcha y me pongo a ordenar los vasos y platos esparcidos por todo el apartamento.
Dos horas más tarde el extraño grupo empieza a dar señales de vida. Primero es Bernarda quien me pide permiso para ducharse, luego Golda que, si puede hacerse un té, por último, Damián que si me queda Alkaselsers.
Como si no hubiera pasado nada, se arreglan, charlan animadamente, me dan las gracias por mi hospitalidad y me piden que si puedo acercarles al centro.
Debí nacer con la virtud. A quien le cuente que me llevé a una ecuatoriana a la cama y se pasó la noche rezando en la alfombra no se lo creerá. Pero eso sí, tres meses, o mejor cuarenta años sin conocer más mujer que la que tengo y eso que yo pongo en lo otro toda mi buena voluntad, sin embargo, mis ángeles de la guarda que tienen sobre el medio mucha influencia y se lo pasan en grande jugando conmigo, solo me colocan en situaciones pintorescas válidas para escribir un cuento.

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