domingo, 8 de noviembre de 2020

Las elecciones.

Hoy, en contra de lo que predijo el Servicio Nacional de Aviación, Quito ha amanecido cubierto. Una lluvia menuda y caliente acompaña, desde primeras horas de la mañana, a los votantes que pacientemente forman largas colas antes los Colegios Electorales. Para mí, como para otros muchos extranjeros insertos por azar en estos comicios, el día se presenta desolador. Todo está cerrado y las gentes se mantienen en sus casas junto a la radio o la televisión.
Han pasado más de 90 días desde que a finales de enero se celebró la primera ronda electoral, dos largos meses desde mi llegada a Ecuador y escasamente un mes desde que empecé a interesarme por este proceso y a distinguir a los dos candidatos que aspiran a la Presidencia de la República.

León Febres Cordero
León Febres Cordero, León para sus seguidores, y Rodrigo Borja representan casi lo que en España fueron Fraga y Felipe. Digo casi pues si sobre el papel uno es la derecha oligárquica y capitalista y otro la izquierda socialista democrática, en cuanto se empieza a observar sus formas de actuar puede parecer que los papeles están cambiados. Aquí la izquierda es elitista, culta, a mi entender desatendida del pueblo, domina la administración, sus hombres han sido cargos públicos en el último periodo constituyente, habla con altura idiomática, bien desde el punto de vista ideológico como económico, y por último, está totalmente convencida de que va a ganar, tanto es así que casi ha olvidado la campaña electoral. La derecha oligárquica, al contrario, es bulliciosa, agresiva, desconoce la administración, habla al pueblo con “slogans” muy directos como “pan, techo y empleo”, quizás ofrece una utopía como la que en España ofreció el partido Socialista con los 800 mil puestos de trabajo y con la cual lo encandiló y ganó las elecciones, utiliza un lenguaje callejero y su líder es indiscutiblemente eso, un líder carismático, al contrario que el de la Izquierda Democrática que es un político profesional.
Desde esta perspectiva, y a despecho de los programas electorales o las opciones políticas, que nunca se menciona, no entiendo casi nada.
¿Cómo ha podido ganar Borja en la primera vuelta con el voto de la clase media, el de la Sierra y la abstención de la Costa? ¿Por qué la clase baja apoya a León? ¿Por qué el ídolo costeño ha sido repudiado por los suyos? ¿Qué hacía un partido con un pie en el poder olvidándose de la campaña? ¿Cómo podía, un posible gabinete, aguantar sin ofrecer ningún tipo de réplica, acusaciones de fraude electoral, corrupción y cooperación con la dictadura? Todo eran interrogantes que no cuadraban con mi forma de pensar ni con las experiencias vividas en España a finales del 82. Allí fue distinto.
Cualquier periodista político tendría que haber escrito que la campaña iba, de día en día, ganando con intensidad y virulencia. Nadie lo dijo. La verdad es que pasaban los días y la prensa glosaba los problemas cotidianos: el gorgojo del arroz, el posible enjuiciamiento al Tribunal Electoral, la victoria del Nacional en la Copa Libertadores, y solo, de vez en cuando, se hacían ligeras referencias a la campaña populista de Borja y a la de puerta a puerta de León. 
Mesa de votacion
Al final, la olla de los truenos se destapó. Una semana antes del 6 de mayo, y solo por la presión popular, los dos candidatos se enfrentaron en un debate televisivo. Otra sorpresa. Dos horas hablando y ninguno expuso un programa o una opción de gobierno. Eso sí, se insultaron, gritaron, hicieron referencia a su vida pasada y presente, mostraron, ante los posibles votantes, los trapos sucios del contrario, en fin, fue una lucha innoble en la que únicamente resaltaba el martilleo constante del “slogan”: “pan, techo y trabajo” y la frase: “Usted no sabe nada” con la que León, refiriéndose a Borja, acababa todas sus intervenciones. En contra Borja oponía una serie de razonamientos político-económicos, muy cultos, pero, a mi entender, poco asequibles al pueblo.
Esa noche el bloque Leoncista despertó. Inconscientemente creyó, o intuyó, haber ganado, y con esa ilusión de triunfo se lanzó a la calle, multiplico sus slogans, cubrió de octavillas la capital, los claxons hicieron suya la noche y el grito de León, León, León, empezó a sonar insistentemente a todas las horas del día.
Izquierda Democrática seguía dormida. Una gran concentración y la fe ciega del triunfo se oponían al vocerío y al ataque Leoncista. Unos estaban convencidos de ganar, los otros quemaban sus últimos cartuchos sintiendo, en lo más profundo de ser, que eran salvas de pólvora sin ningún resultado positivo.
Son las 11 de la noche. Totalmente borracho recorro la calle Amazonas acompañado de miles de quiteños que corean enfervorecidos el grito de León, León, León. Han ganado.

Figon de Vizcaya
Cuando a las 5 de la tarde me reuní en el Figón de Vizcaya con una serie de españoles y ecuatorianos a seguir el escrutinio, nadie daba nada por León. Hasta las 9 Borja dominó. Luego entró el aporte de la Costa y allí los habitantes de Guayas, Manabí y Esmeraldas, dieron la victoria a Febres Cordero.
Desde entonces el trago fue más trago, las mezclas se hicieron inevitables. A nadie podía decirle que no. Bebí vino, ginebra, anís, whisky, coñac. Mi cuerpo no aguantó y caí el primero.
Sorteando la masa de seguidores de León camino hacia mi casa. Quiero llegar y acostarme. Mañana miles de ecuatorianos se levantarán, al igual que yo, con una tremenda resaca. Mañana Quito aparecerá tranquila. Unos no creerán en su triunfo, otros dudarán de que los resultados sean ciertos, ellos tenían que haber ganado, todo estaba a su favor. Sin embargo, ambos, con esa tranquilidad que les acompañó durante la campaña, beberán juntos para celebrar la victoria o para olvidar el fracaso y ese aparente enfrentamiento se irá poco a poco diluyendo bajo los efectos adormecedores del alcohol.

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