lunes, 31 de mayo de 2021

Cambios

Hace mucho tiempo, quizás demasiado, que amanezco solo, que vago indiferente por la casa, que leo, escucho música o simplemente dejo volar la imaginación en busca de un imposible, de un sueño, de una ilusión. Hace mucho, desde el mismo día que llegué, que siento la necesidad de escribir, de verter sobre el papel esas fantasías nacidas de la soledad que me rodea y que oscilan del cuento costumbrista a la crónica política, pero que muchas veces son retazos reales o ficticios de una existencia, la mía, a horcajadas entre los vivido y lo deseado, entre lo que poseo y lo que anhelo.
Hay quien opina que todo, o casi todo son realidades, que no hay una sola línea inventada, que solo la forma y las palabras son frutos de la mente, pero los hechos son ciertos, y en el fondo no hay más que verdades enmascaradas por la ironía, la tristeza o mi mal estilo literario. Es curioso, esto último es siempre soslayado por esas pocas personas cuya curiosidad les ha inducido a leerme, intentando con ello llegar a saber algo más de mi vida. Como todo en mi vida también esto lo empecé tarde y en consecuencia, mis mal llamados cuentos, adolecen de madurez, de sonoridad, de armonía.

Hoy, ese extraño cosquilleo que tantas veces recorrió mi cuerpo ha vuelto a hacer acto de presencia. Hoy que parece que todo lo que vine a hacer a Ecuador se acabó, que un nuevo capítulo de mi vida está llegando al final, los recuerdos se agolpan en mi mente. Todos, o los más importantes han quedado para siempre sobre estos cientos de cuartillas que un día pensé destruir y que posiblemente alguna vez sean pasto de las llamas, algunos, los que más me han marcado se archivarán en mi corazón, de esos, como tú muy bien sabes, como tantas veces me has dicho, debo eliminar todo vestigio terrenal, todo detalle que los identifique y que pueda, a la larga, ser una pista para reconocerlos. A ellos, poco a poco, los iré despojando de sus vestimentas, de sus colores, de sus formas, dejándoles únicamente en sentimientos, en ideales, en personas. Sí, porque lo que más me ha influido han sido, como no, las personas, esos seres a veces fríos y distantes, a veces cálidos y humanos que me han rodeado, ayudado y no siempre comprendido y a quienes he llegado a admirar y amar. Espero que ellos se acuerden también un poco de aquel pequeño español que por un azar recaló un día sobre sus verdes, abruptas y brumosas sierras.
Llegué para dirigir un proyecto de investigación minera, e hice de todo menos eso. Mis amigos, mis supervisores, mis compañeros pensarán que miento. No es así. Ahora, con la ecuanimidad que da el tiempo podrán decir que planifiqué, ordené, defendí dialécticamente su forma de actuar, evité que se llegara a una bancarrota económica, todo eso lo podrán decir, pero no que fui quien técnicamente llevó el proyecto.

Aquellos meses de diálogo, de controversia, de juego de astucias sirvieron para ver en mí una figura gerencial y mediadora. El otrora técnico, más o menos especializado en geotécnica, había muerto. Aquel ávido lector, sabedor de cuanto sucedía en el mundo minero, geológico o hidrogeológico había perdido su éjira; en aquellos largos meses ninguna literatura técnica alimentó su espíritu. En compensación el lápiz y la mente evitaron que su incipiente afición periodística se derrumbara. Investigué, analicé a quienes me rodeaban, me embebí de la vida y costumbres ecuatorianas, intenté con éxito desigual, comprender las reacciones y la mentalidad de este pueblo. En el campo profesional el hombre bueno, callado y observador, siguió como tal, pero sus logros fueron exclusivamente humanos y no técnicos. Ahora, cuando debo volver a enfrentarme con la realidad de mi patria, de una nueva empresa, de mi antiguo trabajo, observo que nadie, excepto yo, conoce mi gran transformación, que todos esperan que regrese ese técnico capaz y voluntarioso que un día partió a defender un proyecto que en teoría nunca debió dirigir. No los defraudaré. Al volver seré el mismo de antes, tal vez un poco más viejo, más cansado y con unas ojeras más negras y profundas. En lo externo las variaciones se achacarán al paso del tiempo, en lo interno, nunca las conocerán.

Vine solo. Jamás supe por qué, pero la realidad fue que, por ilógico que parezca, me expuso a un mundo desconocido y distante únicamente con mis ideas, mi terquedad y mi espíritu aventurero. Me sobrevaloré pensando que sin ayuda podría sobrellevar la soledad y tuve que claudicar. Algo en mi me decía que ni debía salir, ni beber, ni buscar continuamente esas diversiones femeninas con las que siempre soñamos cuando tenemos de todo menos una mujer. El deporte, la lectura y mis fantasías literarias cubrieron ese vacío. Ni la altura, ni mi absurdo régimen alimenticio evitaron que corriera, hiciera gimnasia, nadara y aprendiera a jugar al raquet. Mi soledad se vio saturada por agotadores ejercicios o largas veladas en las que utilizaba mi fluida oratoria para enmascarar cualquier otro sentimiento. Durante noches fui esa mente retorcida que tan pronto ataca, como adula, que discute de política, de religión o de deportes, que se mantiene ágil y agresiva pero que como humana, a veces car rendida por el alcohol, la nostalgia o un cariño lejano y por tanto inalcanzable. Me curtí en la soledad y de ella aprendí a valorar a las personas. Esa soledad, a veces compartida, me hizo saber de las alegrías y de los defectos de quienes me rodeaban, de sus anhelos, sus frustraciones y sus pecados. Cambió aquel ser frío y cerebral, extraterrestre adorador del raciocinio y la lógica, por otro más humano y en consecuencia más vulnerable. Mi musa madrileña, etérea e intangible, nunca conocerá ese nuevo ser moldeado en tierras calientes y duras, donde lo blando, lo programado, lo artificial, ni es conocido ni tiene cabida y en donde se engaña se habla y se ama frontalmente, sin dobleces ni medias tintas.

Mucho he cambiado. Mucho ha cambiado mi figura, mi mente, mi carácter, pero tú, asiduo lector de mis escritos, quieres más, quieres la verdad, saber qué parte de mi ser sufrió el auténtico cambio, en qué momento descubrí que era más que un conjunto de venas, músculos y arterias, cuando me di cuenta que mi coraza de indiferencia había sido traspasada por la daga punzante de los sentimientos. Eso, que puede ser verdad o simple ilusión, eso que algunos quieren imaginar, quedará aún perdido en el laberinto de mi cerebro. La idea sagrada de casi todos mis cuentos, las místicas y siempre conocidas mujeres hoy se mantienen en las sombras. Ellas, las artífices involuntarias de todas mis fantasías, hoy deben retirarse. Aquellas que desde la lejanía me ayudaron, las que aguantaron mis gritos y mis silencios, las que tuvieron que sufrir la larga espera del exilio, las que sin comprenderme me escucharon, las que me enseñaron, las que me tendieron su mano amiga, todas son, para bien o para mal, responsables de mis cambios, y como no, las depositarias directas de estas cuartillas que, si bien es cierto, un día tuvieron su razón de ser, su último destino será el olvido o, en el mejor de los casos, ese comentario indiferente y triste de:
"Sí, alguien que alguna vez conocí, escribió todo eso."

jueves, 27 de mayo de 2021

La Nueva Trova Cubana

Ella se empeñó. Si por mi hubiera sido ni loco me pasa por la mente la idea de asistir aquel evento musical anunciado pomposamente como La nueva Trova Cubana. Pero ella se obcecó. Que si Silvio González, que si Pablo Milaneses, que si el ritmo tropical, que si no la acompañaba iría sola, que si nunca la sacaba, total esos mil argumentos inconsecuentes que exponen las mujeres cuando quieren conseguir algo.
Afrontando la primera lluvia del invierno, para mi desgracia con el limpia parabrisas roto, hice de tripas corazón y a media tarde, justo a esa hora que dedico a la lectura, al descanso o a la meditación, tuve que recorrer las inmundas calles de Quito para conseguir, con suficiente antelación, las entradas, pues también según sus razonamientos, si esperábamos a obtenerlas justo antes de la función, nos expondríamos a quedarnos sin ellas.

En esto último acertó. Para mi sorpresa el teatro Universitario estaba totalmente abarrotado. Ante aquella inusitada concurrencia empecé a pensar que todas mis indirectas, mis sarcasmos y mi mal humor, eran injustificados. Si el espectáculo estaba de acorde con el público debería de ser bueno, o al menos aceptable. Nunca, en mi corta vida de noctámbulo quiteño había visto nada parecido: estudiantes, grupos heterogéneos de chicos y chicas, señoras emperifolladas, matrimonios, en fin, una amalgama bulliciosa cubría el patio de butacas.
Algo fuera de lo normal me sorprendió; a la hora en punto el público empezó a impacientarse y con apenas cinco minutos de retraso se apagaron las luces generales y sobre el escenario apareció el cuerpo de baile de la compañía, destacándose en él, la esbelta figura de una morena. De entrada, y para empezar, no estaba mal. Tras ella, un apolíneo muchacho vestido de negro nos deleitó con unas canciones de los tan conocidos González y Milaneses, para luego, sin venir a cuento sorprendernos con una bonita historia sobre los medios de comunicación, los hablados, los visuales y los escritos.

Allí se acabó el espectáculo o al menos el que yo pensaba ver. Lo que a continuación vino fue una serie de chistes escenificados, de fábulas breves, de cortos radiofónicos, todo menos la música y el baile típicamente caribeños.
Entre aquel popurrí de pequeñas obras sin aparente hilación, hubo dos que me asombraron. Cuando se presentó la compañía recalcaron que pertenecían a la escuela nacional de arte escénico cubano, y ahora de pronto, nos presentan una parodia sobre El General escenificando y ridiculizando la figura de un dictador militar, tan común, en otros tiempos en Sudamérica y hoy representada, en sus máximos exponentes, por Fidel Castro y Augusto Pinochet. Al pobre general lo tachaban de ladrón, mujeriego, opresor del pueblo y mil cosas más. De pronto empecé a dudar. Sería que Fidel Castro no era general, se había detenido su ascenso militar en cabo, capitán o tal vez en comandante. Quizás estuviera confundido y en Cuba reinara un régimen democrático con elecciones libres periódicas y pluripartidistas. Estaría tan mal informado para no saber que el paraíso de libertades cubanas había surgido de un golpe militar, aún hoy en el poder. Lo que son las cosas, aquellos actores o quienes los dirigían criticaban, no la paja, sino el leño en el ojo de sus hermanos los chilenos y no se daban cuenta que ellos vivían en el mismo tipo de régimen. Bueno, en el suyo no había protestas, ni oposición, ni nada parecido; el hábil juego de la desinformación y la propaganda lo tenía todo bajo control.
Siguió la obra y con ella los chistes, la crítica contra la televisión americana (tal vez porque era la única que veían), los entreactos musicales. Yo, en mi humildad, solo me recreaba en la escultural morena, y a fuer de no ser hipócrita, con la excelente interpretación del galán masculino.
El público, antes del último número, estaba ligeramente caldeado, algún bravo, algún aplauso suelto, bastantes risas y poco más.
Sobre el escenario, el mejor actor lanzó, como colofón, un monólogo mesiánico sobre la parábola del bonsái. Eran la deuda externa y los malvados jardineros del Fondo Monetario Internacional quienes coartaban el crecimiento de los países latinos obligándolos, como a los bonsáis, a crecer raquíticamente, a convertirse en países perfectos, pero en miniatura. El actor, siguiendo sin duda una consigna política largamente estudiada, contaba la historia de un bonsái que se revela y crece, crece, crece, preguntándose qué le daban sus jardineros y por qué. Otra vez, en mi ignorancia me respondía, al parecer erróneamente, que era dinero, dinero y dinero lo que les daban y se lo daban porque se lo pedían, pues en caso contrario dudo que el Fondo Monetario Internacional lo diera sin un requerimiento insistente de los países.

Sobre el escenario se estaba representando la explicación popular de las últimas teorías políticas de Fidel Castro, expuesta en la reunión de la Habana, orientadas a incitar a los países a no pagar su deuda externa. Bueno, era una forma como otra cualquiera de hacer apología política.
El público se convulsionó, los vivas y los aplausos atronaron en la sala. La gente se sintió de golpe, identificada con el actor y su ideario. Desde mi indiferencia mezcla de sueño, aburrimiento y hambre, no lo comprendía. Admitía, si, que el ecuatoriano o cualquier otro ciudadano de un país demócrata, se mofase de la figura del dictador y que le sentase a rayos tener que pagar a los países ricos su deuda externa, pero no podía entender que un grupo pagado y dirigido por el gobierno cubano despotricase contra un general dictador, cuando ellos mismos tenían uno y seguían a pie juntillas sus consignas, que luego se opusieron a pagar sus deudas a los países occidentales, cuando su máximo endeudamiento provenía de los países del este y justo este hecho ni lo mencionaban, ni aclaraban como iban a solucionarlo.
Salí tranquilo. Mi acompañante, que me había instigado durante toda la semana, ahora protestaba. Aquello ni era serio, ni en su buena lógica debía estar patrocinado por la Unión Nacional de Periodistas, grupo de profesionales a los que se les debe tachar como de imparciales.
No sé la repercusión que tal espectáculo tendría a posteriori, si influiría en una gran parte de la sociedad o solo un grupo reducido, disconforme siempre con los establecido y deseoso de alcanzar ese paraíso irreal que nunca se consigue en la Tierra, y menos aún a base de engañar, protestar, chillar y no trabajar, lo que sí sé es que aquella no era la famosa Trova Cubana que había revolucionado el mundo musical y que fue capaz de engarzar la buena música con un canto de sana protesta contra los males que aquejaban al mundo y que por desgracia se cebaban sobre los países latinos.

miércoles, 19 de mayo de 2021

El socialista del hotel Colon

Si alguna vez, en algún lugar o en cualquier reunión de gente extraña, a preferir de señoras, defiendo o hago apología de mi indiferencia política, será porque estaré borracho o intento sonsacar cuanto de política hay en mis interlocutores. Lo quiera o no soy un enamorado, desgraciadamente platónico, de la cosa pública. Vaya por donde vaya ese juego maldito y engañoso de la política, esas continuas contradicciones y cambios de quienes la ejercen, es algo que me obsesiona. En mi familia algunos, como mi padre y mi hermano, vivieron y aun viven de ella, yo, en cambio, por timidez, falta de fluidez dialéctica y sentido conciliador, he sido siempre como sea fútil mariposa que quema sus alas alrededor de las flores más hermosas, muriendo así sin atreverse nunca a absorber el néctar dulcísimo de sus pistilos, ni a descansar bajo la tibia sombra de sus pétalos. Soy así y así moriré. Esto no quise decir, como antes apunté, que la política sea para mí algo sin sentido, es todo lo contrario, mi juguete favorito, el manantial de donde brotan ideas y más ideas.
No quisiera que alguien achacara lo agridulce de estas líneas al hecho de estar desplazado de mi patria, viviendo en un país que no es el mío, esto, para ti suspicaz lector, ha sido dulce, lo agradable de la historia, lo otro, lo que poco a poco irá fluyendo de mi pluma, es lo agrio, lo que me ha hecho pasar muchas noches en vela y ha terminado blanqueando mis cabellos.
Bonitos slogans. Aquello de: “100 años de honradez socialista” o “Por el cambio” fue, para la mente débil de muchos españoles un martilleo constante que acabó llevando al poder al partido de Felipe González. Fue, como siempre en política, una enorme mentira electoralista. Pregonaron lo contrario de lo que eran. Hoy, con la ecuanimidad que da el tiempo, y en mi caso también el espacio, creo firmemente que el único político honrado que he conocido fue mi padre (no porque fuera mi padre, sino porque tras doce años de vida política en activo, murió pobre en aras de unas ideas en las que creía y de las que, para mi desgracia, no sacó ni una mísera peseta). Los de ahora, los chicos de babor como los nomina un hiriente escritor de derechas, se han hecho de oro: casas, terrenos, yates y hasta amantes, que esto, también cuesta su pasta; debe ser como compensación a esos tan cacareados años de honradez, como ellos dijeron, que había que cambiar y efectivamente cambiaron, ya no son honrados. Pero eso no fue todo lo de por el cambio fue mejor. Efectivamente cambiaron, cambiaron algo por nada, destruyeron lo poco que había, multiplicaron el paro y llevaron a la quiebra a cientos de pequeñas empresas.

Chicos de babor
Volverá a perdonarme el lector si, tal vez por mi imperfección humana, ejemplarizo con mis propias vivencias, pero comprenderá que no hay mejor escuela que la de la vida ni parábola más perfecta que la realidad. Al llegar estos chicos al poder, mi empresa, sin decir que era una maravilla, se mantenía, trabajábamos y mal que bien, vivíamos. A partir de diciembre del 82, estos chicos que nunca habían planificado nada, que no sabían lo que tenían en la mano, se dedicaron durante un largo año al bonito ejercicio de divagar, bueno no, a eso y a lo de lucrarse honradamente mediante la amoralidad, la falta de profesionalidad y el robo encubierto, claro, la consecuencia lógica fue la lenta desaparición de las empresas privadas y la improvisación en la adjudicación de obras y proyectos.
Por esos imprevistos del destino, lo que un día fue para mi casi trágico, lo que mis compañeros calificaron como destierro, fue, a la larga, un islote de esperanza. Desde aquí, desde casi 18.000 km de distancia, más que ver, me han ido contando la lenta muerte de mi empresa. Hoy solo quedo yo, lo que fue un grupo de técnicos competentes y compenetrados es ahora una diáspora triste. Aquella oficina que me nutría de información y me resolvía los problemas es hoy un telex muerto. La alegría de quienes me despidieron un día se ha tocado en tristeza y odio. Los amigos de ayer hoy son mis desconocidos. Ese nexo hacia algo vivo ya no existe, y sin embargo aquí sigo manteniendo lo que un día fue. Durante mucho tiempo tuve que mentir ante todos, tuve que tragarme preguntas y más preguntas, tuve que disimular y enmascarar, con risas, los problemas que me envolvían. Hoy algunos lo saben y me ayudan, los más se mantienen en la ignorancia. Hoy la inquietud de la duda ha desaparecido y solo me queda una gran soledad técnica y la pérdida transitoria de esos amigos con los que tan buenos ratos pasé trabajando por toda la geografía hispana.
Hace cerca de 20 meses que llegué a estas cálidas tierras y casi al mismo tiempo Vicente (entonces solo sabía su nombre) recaló también por aquí. Fue él quien primero me saludó, me preguntó por la familia, se interesó por mi trabajo, en fin, se comportó como un español que se encuentra, en el extranjero, con alguien de su tierra y como él, también solo.
En parte por el trabajo, y en parte por no volverlo a ver en mucho tiempo, lo fui olvidando. De tarde en tarde lo veía, tomábamos unas copas, nos intercambiábamos información, en fin, lo normal.
Con el tiempo ambos nos consolidamos en Quito. Desde entonces nuestros contactos se acrecentaron, charlábamos más, teníamos amigos comunes, empezábamos a interesarnos por nuestros respectivos trabajos; en la soledad y bajo el efecto ablandador del alcohol, las trabas iniciales fueron lentamente eliminándose, y entonces, solo entonces la política, mi gran amiga encubierta de la política surgió inevitablemente.

Reunión de negocios
Salvo honrosas excepciones la colonia española en Ecuador es de derechas, casi podíamos decir que de extrema derecha. Esto condiciona que no haya fiesta ni farra en donde no aparezca primero la guitarra, luego los cantos regionales y por último la crítica política y en donde no se pongan en un brete a los partidos de izquierdas. Una de las grandes habilidades de Vicente fue la de no tropezar en esta piedra (como ejemplo a no seguir tenía el de nuestro glorioso embajador y su séquito, que por esta exclusiva razón estaba enfrentado tanto a los españoles residentes como al mismo gobierno de la República).
Al principio a todos nos extrañó. Un hombre solo, bien trajeado, con abundante plata, viviendo de forma continua en el Hotel Colón, desplazándose por todo Ecuador y a veces por los países limítrofes, siempre bronceado, habitual de los mejores clubs deportivos de Quito, jugador diario de tenis, gran aficionado a la adquisición de cuanta cerámica precolombina cayera por sus manos, poseedor en pocos meses, de una magnífica colección de antigua filigrana de oro, y viajero continuo a la madre patria, no era normal en estas latitudes. O hacía excelentes negocios, cosa por otra parte improbable ya que entre nosotros lo sabíamos todo o había en él gato encerrado.

Excelentes negocios
Repito que lo de que fuera socialista era un hecho anecdótico, pero el caso es que lo era, que toda su sustentación radicaba en el hecho de ser el representante, puesto por el Gobierno Español a dedo, de una empresa nacional, una empresa que durante sus 20 meses de gestión no había realizado ni una sola operación, una empresa, como no, deficitaria en España, pero que no obstante se permitía el lujo de tener un técnico viviendo permanentemente en el mejor hotel de Quito (entre unas cosas y otras únicamente en concepto de hotel se podía gastar del orden de 4.600 $ al mes, eso sin contar sueldo, dietas, comisiones, gastos de representación, ni otra bicoca) y que se desplazaba a España con una regularidad casi mensual (cada viaje sale por la tontería de 1.500 $). Total que según las malas lenguas este profesional costaba al bolsillo de los españoles del orden de 10.000 $ al mes. A mí nunca me pareció mal, si me lo hubieran ofrecido lo habría aceptado gustosamente aunque para ello tuviera que sacarme el carnet de la U.G.T. (sindicado socialista), sin embargo, para mi desgracia, no me lo ofrecieron. Lo que sí me parecía mal, lo que me sigue pareciendo fatal es que se adjudiquen puestos no por la capacidad técnica, humana o política de las personas, sino porque sí, Vicente salvo por el dinero nunca quiso venir a Ecuador. Odia a los ecuatorianos, no los entiende, los tacha de retrasados e indios, le repugna sus comidas, los cree incapaces de iniciar y terminar felizmente una operación comercial, así, con estas bases, nunca conseguirá nada. Por odiar, odia hasta a sus mujeres y eso para mí, eterno admirador del sexo femenino, es algo que le imposibilita para hacer en este país cualquier tipo de gestión. En estas condiciones mal puede vivir en esta sociedad, lo quiera o no, lo desee o lo repruebe el PSOE, su actuación empresarial dentro de la República ha sido y lo seguirá siendo, nula. El socialista del hotel Colón es hoy en día una figura desconocida dentro del ámbito comercial, es tan desconocida que en la última gran transacción económica del municipio quiteño se adquirieron sus productos, pero no por su mediación, sino por la de otro español que aun hoy después de haber hecho una venta de casi 3 millones de dólares me pregunta por el representante español del producto, solo para conocerlo, yo, muy a mi pesar debo indicarle que debido a las fechas, está plácidamente veraneando en España.

viernes, 7 de mayo de 2021

Crónica familiar de un apacible safari.

Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. Por extraño que parezca tanto los personajes como las situaciones son auténticas. El autor pide disculpas por inmiscuirse en la vida privada de estas personas, pero, como ellas saben, esto es un vicio innato en él.
El Autor

A sabiendas de que soy el menos indicado para intentar plasmar en unas cuartillas lo que fue nuestra excursión a Misahuallí (puerto sobre el río Napo y lugar donde empieza la pre amazonia ecuatoriana), exponiéndome a recibir las críticas más mordaces por parte de dos de los participantes en el evento, ambos periodistas consagrados y habituados a informar o más bien a desinformar a esos cándidos lectores de periódicos, y seguro de ser chantajeado por el resto de los expedicionarios, que intentarán por todos los medios evitar que esta sucinta descripción de hechos llegue algún día a publicarse, hay en mí un no se que (mi mujer lo llama deseo de protagonismo), que me incita a glosar todo lo que aconteció durante el fin de semana del 16 al 18 de agosto de 1985, pues en caso contrario, tanto la imaginación de los unos como la deformación dialéctica de los otros, terminarían por enmascarar la realidad de los sucedido.
La historia se inició una soleada mañana del verano quiteño durante la cual cuatro intrépidas mujeres Helga, Beverly, Linucha y Marisa con ánimo de mostrar a esta última las bellezas naturales del país, programaron, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, una excursión a la amazonia (“Safagui a la selva” en el castellano germanizado de Helga).
Bajo un cálido sol primaveral vistiendo modernos y coloristas bikinis, degustando jugos de frutas con ginebra y comiendo sabrosos cebiches de corvina, nuestras cuatro diligentes amigas idealizaron lo real. Beverly, obsesionada por conocer la espesura de la Amazonía, influida desde niña por un padre excéntrico, propietario de un pequeño zoológico en Florida (EE.UU) y amante enfermiza de los animales (debo aclarar que en esta acepción solo incluía perros, gatos y loros), paso los tres días previos a la salida convertida en una nueva Jane, sí, aquella inseparable compañera de Tarzán. Helga destapó su vena alemana y preparó todo un arsenal de campaña digno de una incursión a lo más intrincado de la selva. Para su safagui no faltaba de nada: comida, medicinas, agua, repuestos para los vehículos, sombreros, lociones contra los mosquitos, sueros antiofídicos, cremas solares y un sinfín de artículos inservibles (como curiosidad digna de mención cabe señalar los rulos para el rizado de su pelo y los walky talkis para la comunicación entre vehículos). Ah, diseñó por último un vestuario de acorde con la aventura. Según ella el vestido “estaguía” de “acuerdo” con la ocasión, además llevaguía un bonito salacof. Las otras dos, ajenas por completo a estos avatares, una, por haberlos vivido ya varias veces y otra por no haberlos vivido ni importarle nada lo que pudiera suceder, se dedicaron a divertirse y a esperar pacientemente la fecha de salida.


Hotel albergue en Misahuallí
Y llegó el gran día. Perdón, seamos concretos, primero llegó la noche previa al gran día. Yo, arrastrando aún los efectos de una juerga mal asimilada, fui durante tres horas el centro neurálgico de la recepción de órdenes continuas y contradictorias. Que si se sale a las 6:00 de la mañana, que si a las 7:00, que lo fundamental es aprovechar el día, que …, que … Al final se fijaron a las 8:00 como hora cero para dar inicio a la gran aventura o safagui a la selva (frase, esta última, predilecta de nuestra amada Helga).

En mi posición de narrador es humano pensar (o al menos así lo creo) que no debo presentarme como el mejor, y mucho menos como el peor, debo mantener3me dentro de la más absoluta mediocridad. Por esta razón pecaría de inmodesto si dijera que llegué puntualmente al lugar de reunión. No, por esas cosas raras de la vida (dos mujeres pesadísimas y dos encantadores niños, mis hijos para mayor información) me retrasé como media hora. Allí, en la salida de Pifo, donde la carretera asfaltada se convierte en un camino polvoriento, la familia Kulbrick montaba guardia plácidamente. La rubia Helga luciendo un sugestivo vestido rojo, ataviada con turbante a juego y devorando una pequeña hamburguesa, rompía el monótono paisaje verde y resaltaba vivamente entre un grupo de indios, oscuros y pequeños, que la observaban como a una aparición. En el coche, impávidos ante el paso del tiempo, Gunter, su ex marido y Andy, el hijo de ambos, leían el periódico.
Su coche era un auténtico camión de suministros. Había de todo y en abundancia. Tras otra media hora de espera nos decidimos a reiniciar la marcha. La familia Morales, por esas cosas normales de Beverly, se retrasaba más de lo previsto, y eso que su idea era levantarse a las 6:00 de la mañana y ser la pionera en iniciar la marcha, pero claro, conociéndola como la conocíamos sabíamos que era un imposible.
Los primeros kilómetros discurrieron con una cadencia casi monótona. Ascendimos la dorsal andina, como siempre no pudimos contemplar el Antixana al estar cubierto por las nubes, paramos en la laguna de Papayacta, admiramos las piscinas termales de la misma localidad, fotografiamos las casadas de Baeza y cuando ya creíamos que los Morales habían desistido del paseo los encontramos en la bifurcación hacia Archidona. Fue una alegría inmensa. Sobre la explanada del único surtidor de gasolina del camino estaban todos. Beverly, Alberto, Iván, Javier, Marcelo y Anita, cada uno con una bolsa de tostado en la mano y una Coca-Cola. Al igual que nosotros pensábamos de ellos, nos creían perdidos, pero no, estábamos al completo. Se iniciaba entonces la marcha conjunta hacia la Amazonía.
Tras las paradas normales con objeto de contemplar el paisaje, hacer las necesidades fisiológicas propias de los seres humanos (por cierto, a la vista de los incrédulos pasajeros de la línea de autobuses – busetas en el lenguaje popular – Tena-Quito), ver las cuevas de Jumandi y la iglesia de Archidona, llegamos sudorosos y hambrientos a Tena. Allí empezaron las discrepancias. Unos querían continuar hacia Misahuallí, otros preferían comer y descansar. Por mayoría se decidió lo segundo, y entonces los defensores de esta tesis se vieron en la obligación de encontrar un salón restaurante que sirviese comida (para información general eran cerca de las tres de la tarde y por estas latitudes se acostumbra a comer entre las 12:30 y las 13:00). Falló el primero, el segundo, el tercero, el … La crispación empezaba a hacer mella entre los aventureros. Afortunadamente cuando ya se había revocado la primera decisión y emprendíamos el camino hacia Misahuallí, alguien preguntó y obtuvo confirmación a su pregunta: El bohío del moreno (negro esmeraldeño en el léxico popular) estaba abierto y servían comidas a cualquier hora. Las extravagancias y sin razones empezaban. Nadie, por muy optimista que fuera podría imaginar que en Tena podríamos comer opíparamente, pero fue así. A la sombra de unos chiringuitos de paja dura y servidos pulcramente por un atlético moreno devoramos camarones y corvina acompañados de un riquísimo arroz. Lo veíamos y no lo creíamos. Alguien comentó que ni en una elegante terraza de Serrano comeríamos tan a gusto como en aquella polvorienta picantería de Tena.


Saturados de cerveza y pletóricos de optimismo caíamos sobre Misahuallí. Como de costumbre no había habitaciones. Tras una búsqueda laboriosa conseguimos cuatro camas en uno de los hoteles del centro del pueblo y otras seis en una hostería recién inaugurada sobre la ribera del río. El Sacha era un hotel perfecto para turistas de a pie pero no para pudientes excursionistas motorizados como nosotros. Fui el primero. Mi autosuficiencia hizo que olvidara las lógicas normas de circulación sobre terrenos pantanosos y terminase embarrancado en uno de los cenagales que rodean al hotel. Fue un auténtico espectáculo. Los jóvenes, y no tan jóvenes, que regresaban de su baño vespertino nos rodearon curiosos. Bajo la experta dirección de Gunter, utilizando su Trooper, su cable de arrastre y con la ayuda de cuatro voluntarios lugareños, conseguimos sacar el vehículo del sucio lodazal y llegar, sin mayores incidencias, al hotel.
Por la noche, una vez acomodados los niños en sus habitaciones y provistos de abundante ron, vodka, Coca-Cola, limones, música y buen humor nos aposentamos sobre las negras arenas de la playa fluvial de Misahuallí. Entre risas, bromas, bailes y sin apenas notarlo, a casa del húmedo calor reinante, fuimos agotando nuestra provisión de alcohol. Cuando a las 12:00 me retiré a dormir el resto de expedicionarios quedaron danzando bajo la luz amarillenta de los focos del Trooper de Gunter.
Me dormí tranquilo. Pensaba en el futuro descenso por el río y confiaba que el tiempo se mantuviese seco y soleado. Ahora, recordando aquellos momentos, constato que nada de lo previsto sucedió. Apenas si había transcurrido media hora cuando una tromba de agua, típicamente amazónica, vino a quebrarme el sueño, bueno eso y la voz grave y gangosa de Alberto, que, totalmente empapado, requería mi presencia para entre todos sacar de la playa en coche de Gunter. Debido al agua caída, al exceso de carga, y según supe más tarde, a su mala conducción, se había enterrado hasta los ejes. En principio me negué, llovía a mares y no creía que hubiera ningún problema con dejar el coche en la arena hasta el día siguiente, luego, ante el insistente requerimiento de Gunter y las indicaciones de un nativo que mediante señas intentaba decirme que el río estaba creciendo de forma alarmante, me despojé de mis ropas y cubierto únicamente con el calzoncillo salí hacia la playa.
Es espectáculo, si no fuera por la tragedia que podía encerrar, era como para grabarlo. Alberto, Javier, Gunter y el nativo, totalmente mojados rodeaban expectantes al Trooper sin hacer nada. De entrada pensé que el problema era superficial; de las cuatro ruedas solo una estaba enterrada manteniendo las otras tres libres y sobre la arena. Con ayuda de una pala fuimos poco a poco retirando la arena hasta dejar despejada la salida y entonces, cuando creíamos solucionado el problema surgió lo imprevisible. Gunter, el ordenado, el prusiano, el que todo lo tenía previsto, resulta que no tenía las llaves. Fueron minutos de total desolación, revolvimos el coche, escarbamos en la arena, nada, las llaves no aparecían. Todo esto, hay que anotarlo, bajo una lluvia torrencial que no cesaba y que empapaba más y más la tierra. Cuando pensamos que no había más solución que dejar el coche y retirarnos, oímos, entre la oscuridad de los árboles, la voz de Marcelo marcando un marcial Un, dos. Un, dos… capitaneando un grupo de soldados (toda la guarnición de la zona) y haciendo tintinear en su mano las ansiadas llaves del coche (en un alarde de inspiración pensó que en el estado etílico de Gunter podía perderlas en cualquier momento). El como consiguió movilizar a aquellos ocho reclutas, el como se introdujo en el puesto fronterizo de Misahuallí, y el cómo fue posible que no lo acribillasen es algo que solo debe achacarse a la providencia divina, a las muchas copas tomadas y a ese grito de mando que según él pronunció mientras despertaba a la tropa: "En pie soldados, esto es un zafarrancho, hay una emergencia en el río y se precisa de vuestra ayuda, os hablo en nombre del General Ventimilla".


Con tal sustancial ayuda creímos tener resueltos nuestros males y sin embargo volvimos a confundirnos. Era imposible coordinar a un grupo de soldados somnolientos, con cuatro borrachos. Cuando unos empujaban hacia delante, otros lo hacían hacia detrás, mientras unos retiraban arena de las ruedas delanteras, otros la acumulaban en las traseras. Era algo dantesco, algunos soldados uniformados, unos civiles borrachos y empapados, yo vestido con un calzoncillo y un nativo observando y alumbrando con una pequeña linterna. Sobre el silencio de la noche se oían mis gritos insultando a unos y a otros, los de Gunter haciendo revivir sus tiempos en el ejército alemán y los menos potentes de Alberto felicitando a los soldados por su ayuda tan voluntariosa como ineficaz (debo aclarar que los gritos de Alberto eran menos potentes no porque le faltara la voz, sino porque debido a causas inexplicables, mucho alcohol o falta de visión) estaba casi siempre en el fondo de los muchos hoyos excavados alrededor del coche y en consecuencia siempre tenía la boca llena de arena y le era muy difícil gritar y coordinar frases convincentes.
Embarrados, cansados y enfadados conseguimos, aun no sé cómo, sacar el Trooper de la playa. Con la misma rapidez con que aparecieron se esfumaron los soldados, el nativo, Gunter y Marcelo, quedando sobre las gradas del hotel Javier, Alberto y yo observados por las mujeres que, desde la lejanía, habían seguido las peripecias de la operación de salvamento.
Pero la noche aun no había acabado. Como estábamos era imposible acostarse. Provistos de toallas y empujando a Alberto, que quería irse tal como estaba la cama, retornamos al río. Allí, a la luz de la luna (esto es una licencia poética del autor, pues en la realidad es que no se veía absolutamente nada) nos bañamos tranquilamente, nos secamos y evitamos que Alberto, debido sin duda a los efectos de la bebida, en un arranque de pudor volviera a ponerse su ropa sucia y mojada. Por fin, limpios y tranquilos nos fuimos a la cama. Desde entonces hasta que un maldito gallo empezó a cantar bajo nuestra ventana apenas si pasaron dos horas, total nada.
La mañana apareció gris, lluviosa. El grupo volvió a ser el blanco de observación de cuantos ocupaban el hotel (debo aclarar que durante todo el tiempo que duró la operación de rescate los insultos del personal alojado en el Sacha caían sobre nosotros en la misma proporción que la lluvia). Los niños, bien a Dios gracias. Helga como había dormido toda la noche desentendiéndose de todo, surgió enfundada en un traje verde moteado (tipo camuflaje) con sombrero de paja “toquilla” y sandalias playeras, Alberto que en el trajín nocturno había perdido todo su vestuario, usaba un short blanco (que le venía pequeño por no ser suyo), zapatillas de caucho a juego con calcetines y niqui rojo, Javier se cubría con un vaquero de Marisa (que también le venía pequeño), Marisa debido a este cambio, usaba un bonito pantalón veraniego de color amarillo brillante y Marcelo completando el grupo folclórico mostraba bermudas azules, camisa floreada y zapatos de calle. El resto, por haber llevado doble provisión de ropa, caso de Gunter, o por haber pasado la noche desnudo, como yo, estábamos decentemente vestidos para iniciar el paseíto por la selva.
El tiempo estaba por no cooperar. Apenas si llevábamos 15 minutos en la barca cuando lo que empezó siendo una fina “garua” se convirtió en un violento aguacero. Allí estábamos los 14 excursionistas cobijados bajo un plástico azul intentando no mojarnos más de lo normal y a la vez poder contemplar parte del bonito paisaje amazónico.


Algo de suerte tuvimos. Antonio nuestro guía, nos llevó a un lavadero de oro, a la isla Anaconda, en donde jugamos con monos, serpientes, tucanes, recorrimos una trocha selvática observando las peculiaridades de la flora, comimos cacao maduro, chupamos lianas de agua, cogimos semillas de chonta, nos cubrimos de la lluvia con grandes hojas de palmera, en fin, salvo lo molesto de los aguaceros el resto de la excursión tuvo sus alicientes.
Queríamos más, miento, los niños querían más, pero Helga estaba de selva y agua hasta el gorro (por otra parte su gorro era ya a estas alturas de la mañana, un auténtico guiñapo). Mientras, cubiertos por el plástico azul, recorríamos el Napo deteniéndonos en los poblados que lo bordean, Helga no hacía más que protestar Ella era una mujeg de lujo y además tenía mucha hambge. Con más pena que gloria recortamos en unas dos horas la excursión y regresamos a Misahuallí. La tarde, por primera vez, fue tranquila, todos descansamos tras las peripecias de los días anteriores.


La vuelta hacia Quito la hicimos vía Puyo-Baños-Ambato. Para muchos, el recorrer las gargantas del Pastraza es más espectacular que el descenso por el Napo, para mis hijos, obsesionados por la botánica, fue otra experiencia inolvidable. El viaje se eternizó pues nos deteníamos continuamente a recoger plantas, a columpiarnos de las grandes lianas que bordean el camio o a fotografiar los desfiladeros del Pastaza y las cascadas del Agoyán (a este respecto debo indicar que Beverly nuestra Jane peculiar tiene, entre otras muchas cosas vértigo, razón por la cual sufrió varios desvanecimientos y caídas – siempre hacia detrás – cuando intentábamos aproximarla a los taludes verticales del río. Desgraciadamente esta expedicionaria no gozó de la majestuosidad del abismo, que le vamos a hacer). Como cierre de oro y cuando ya enfilábamos el altiplano camino de la capital, surgió a nuestra espalda el impresionante Tunguragua iluminado por un sol rojizo incandescente, aquel que durante dos días nos había hurtado su grata presencia.
Perdimos, eso sí, al grupo alemán, pues por esos nerviosismos propios de los germanos y por no llevar nosotros una exacta planificación de paradas, tomaron la cabeza y se perdieron. No volvimos a verlos hasta un día después de llegar a Quito. Entonces Helga, que tan mal lo había pasado y que tanto había sufrido, nos llamó contentísima: Se había divertido muchísimo, había sido una “excugsión pgeciosa” un auténtico “safagui” por la selva.
Así se escribe la historia. Confío que cuando el mes que viene, sentada en cualquier discoteca madrileña comente sus experiencias no dirá que salía empapada hasta los ojos, que casi se le mete en la habitación un señor que no tenía donde dormir, que otro, con gafas medio calvo, borracho, totalmente mojado y sucio quiso, bajo los efectos del alcohol, meterle mano, que estuvo tres días sin poderse lavar porque los servicios del hotel “egan sucísimos”, que pasó muchísima hambre. Dirá, como nos dijo a nosotros: “Fue magavilloso, un viaje inolvidable” y describirá con todo lujo de detalles como se jugó la vida adentrándose en una selva peligrosa cuajada de serpientes, tarántulas y todo tipo de animales dañinos (la cruda realidad es que el único escarabajo que logré conseguir para la colección de un amigo, me costó 50 sucres, pero de esto no se enteró nadie, para todos fue una captura arriesgada y peligrosa) y saboreará mientras tanto un frío cuba-libre mientras sus amigos abren mucho los ojos y pronuncian un larguísimo ¡Oh…!
Anotaciones marginales
En esta crónica no se han desvelado algunos interrogantes que aún hoy siguen incitando la curiosidad de los expedicionarios. Dudas como: ¿Qué le pasó al autor desde las 12:00 a las 12:30 durante la primera noche en la habitación del Sacha? ¿Cómo pudo Alberto quedarse dormido dentro de un charco de la selva con el miedo que tiene a los animales? ¿Por qué Helga no permitió que Javier durmiera en su habitación, acaso no llevaba camisón? ¿Era realmente Marcelo sobrino del general Ventirilla o era agente de la CIA? ¿Tenía Beverly efectivamente vértigo o sus desmayos y caídas eran debidas a la desilusión sufrida por no haberse encontrado a Tarzán? Y alguna otra que por olvido o recato no se ha plasmado en esta breve síntesis, serán, sin embargo, fuente de inspiración para los dos periodistas que nos acompañaron y que aún, hoy en día, sigan buscando e hilvanando ideas a fin de redactar una crónica seria de lo que fue un bonito safagui por la selva.