jueves, 3 de diciembre de 2020

Las mujeres estupendas no son para los bajitos

Con el paso de los años me he ido acostumbrando a ellos, es más, los he hecho mis aliados incondicionales, mis amigos de siempre, la cortina de humo ante la que me refugio, mi sátira mordaz contra ataques y comentarios.
¿Quién no tiene complejos? Yo muchísimos. Entre otros soy bajito, feo y en mi juventud gordo. De lo primero que me di cuenta enseguida. En el colegio era el último de la fila y más tarde, en la “mili” deambulaba, junto a la bandera, cerrando todos los desfiles y maniobras. Contra esto oponía mi fina ironía, ya que así gastaba menos en jabón o en tela, o aquello de que a los altos todo lo que les sobraba de estatura, les faltaba de rapidez y agilidad mental.
De lo segundo, dado mi carácter huraño y retraído, me percaté más tarde y entonces comprobé, con pena, que era cierto. Para bien o para mal, en mi caso para esto último, las mujeres o al menos la inmensa mayoría de ellas, sobre todo cuando son jóvenes, evalúan al sexo contrario únicamente por sus formas externas y claro, al ser las mías tan desafortunadas, pasé mi adolescencia y mi juventud sumido en el más completo olvido por parte del elemento femenino que me rodeaba.
Pese a estos impedimentos naturales y a otros que por pudor me callo, lo cierto es que a partir de un determinado momento y sin saber a ciencia cierta porque, entré a formar parte de la sociedad en que vivía. Me casé, tuve hijos y empecé a tener relaciones casi normales con las mujeres de mi entorno, superando mi timidez natural o como yo decía, mi carácter profundamente misógino.
El paso del tiempo eliminó la cantidad de kilos que había acumulado durante mi juventud, fueron, simple y lentamente, desapareciendo. Quedó no obstante una tripita ridícula y mal colocada que daba un aspecto extraño a mi figura, aunque bien es verdad, este detalle a mi edad, me importaba muy poco. Dado que era imposible mejorar mi físico, el paso del tiempo fue mejorando mis cualidades mentales.
De pequeñito, todos mis conocimientos se cimentaron en la memoria y no en la inteligencia. Ahora al empezar a desenvolverme en sociedad, volví a echar mano de ella. Con su ayuda archivé situaciones, comportamientos, emociones, miradas, frases…, con ella empecé a sentirme seguro. Por su culpa y gracias a la seriedad de mi cara, empezó ¡oh Dios! A cambiar el comportamiento de las mujeres frente a mí.

Una de mis grandes teorías defendía que el dinero, un poco de inteligencia, algo de buenas costumbres y el ofrecerles deseo y respeto, eran los ingredientes perfectos para conseguir una mujer adulta. Las otras como dije, se guiaban solo por el físico. Era una idea. Como decía “mi media costilla”, mi excesivo parloteo, mi defensa lógica de cualquier teoría y la falta de entrenamiento amoroso en mi juventud, eran causas más que suficientes para que nunca llegara a conseguir una mujer. Quizás tenía razón.
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Hace ocho meses que por mi mala cabeza y por un contrato fabuloso de la empresa, estoy separado de mi patria y de mi gente. Ocho meses vividos en medio de seres básicamente diferentes, viviendo en una sociedad menos desarrollada, casi olvidándome del color, el olor y el gusto de las mujeres de mi tierra y habituándome a una tez morena, labios gruesos, pechos prominentes, falta de caderas, ojos negros y profundos, y pelo brillante de las hembras de aquí. Ocho meses durante los cuales me confundí con el medio, me adapté y me olvidé de todo lo anterior, incluso de mis traumas.
Como todos los grandes hoteles internacionales de Quito, el Colón de la imagen de una hermosa isla desconectada del mar que la rodea. Durante mi estancia fui allí varias veces a comer o a cenar, pero siempre pensando más en las personas que en el ambiente. Hoy mientras espero en el bar la llegada de unos amigos, voy observando el ir y venir de la gente. Ahora me percato que cualquier parecido con los que pasean por las calles es mera coincidencia. Me empiezo a dar cuenta que vivo en otro continente. Casi sin querer mis ojos van recorriendo los seres que me rodean y mi mente, embotada, empieza a comprobar que hay otras mujeres distintas a las que habitualmente veo. Altas, rubias, con trajes vistosos y sueltos que muestran, más que ocultan, sus magníficos atributos. Mujeres decididas, emprendedoras, aparentemente joviales y mundanas. Poco a poco empiezo a entristecerme y al llegar mis compañeros nos marchamos.
Cenamos y antes de irme a dormir, recalo a tomar la última copa. Hay días con mala suerte. Donde otros días estaban mis amigas quiteñas, hoy pululaban cuatro o cinco alemanas rubias y descocadas, armando un enorme bullicio tanto en la mesa del billar, como en la diana de los dardos. Mujeres inalcanzables, sabedoras de su belleza y sus encantos que ofrecían a mis ojos sin ningún pudor. Apuré mi copa y me marché.
Quizás después de tantos meses volvían a nacer mis traumas juveniles. “Mujeres altas, rubias y de ojos azules”. Mujeres insondables para mí.

Era curioso, echando mano de mi archivo sentimental no encontraba ninguna de este tipo. Tal vez porque nunca me decidí a abordarlas, tal vez, porque conociéndome, acometí siempre empresas aparentemente fáciles. Tal vez porque en mi fuero interno solo aspiré a conseguir mentes y no cuerpos, por muy bellos que fueran, tal vez porque siempre aspiré a conocer el alma y los sentimientos olvidándome de la envoltura externa, tal vez porque me confundí y amé a las mujeres sin poseerlas… Quizás hice mal todas las cosas. Quizás debí poseer el cuerpo y no la mente, quizás debí dar placer durante una noche y no problemas durante una vida, quizás…
Pero no. Es todo mentira. Que tienen de más esas mujeres estupendas frente a las que me cruzo diariamente por la calle. Porque somos tan vanidosos de querer ir con algo que solo nos ofrece un cuerpo y, a veces, luego ni siquiera placer. Porque vamos tras plumajes vistosos si después siempre terminamos con mujeres de carne y hueso que sienten, sufren, gozan y viven. Será, por querer ir tras empresas imposibles, o por uno de esos traumas tan viejos como nosotros mismos por los que aspiramos a conseguir “mujeres altas, rubias, de piel blanca, ojos azules y tremendamente sexuales”. Pero no te engañes, esas mujeres, esas mujeres estupendas nunca serán para un tipo ridículo y bajito como tú.

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