domingo, 13 de diciembre de 2020

Historia de un error dialectico

Llevo tres días pensando y sin embargo aun soy incapaz de recordar ciertos momentos de aquella noche. Tres días estrujándome el cerebro, preguntando a quienes asistieron, reconstruyendo diálogos y situaciones, pero sin obtener resultados positivos. Lo que hice, dije e insinué aquel amanecer del 6 de Diciembre es algo que solo ella sabe y por pudor, recato o simple coquetería femenina es incapaz de repetírmelo. A veces, a lo largo de estos días, me quise convencer de que todo era mentira o que el alcohol, el bullicio y su astucia, estaban desfigurando una situación real con el solo propósito de que nunca encontrara la verdad, sin embargo, algo ocurrió y ese algo, ahora estoy convencido, se centró, por este orden en in choque casual, una mirada burlona y un comentario intrascendente.
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El vivir en Quito, presupone tener una salud de hierro y un aguante muy fuera de lo normal a la hora de “farrear” y “tomar”, presupone, además, dar por perdidas determinadas semanas del año y amanecer muchos días con un tremendo “chuchaqui”. Si a esta normalidad se suma el que los días 5, 6 y 7 de Diciembre son las fiestas locales y que justo en ese mes el día 4 es Sta. Bárbara, mi excelsa patrona, es muy fácil imaginar que durante mi primer Diciembre en Ecuador, la semana del 3 al 7 fue totalmente agotadora. Como las desgracias nunca vienen solas, mi preparación física y sobre todo la psicológica, eran entonces muy deficientes, mis problemas laborales se acrecentaban día a día y la posibilidad de mi próximo viaje a España se evaporaba por momentos.
De forma oficial las fiestas de Quito se inician el 4 de Diciembre con un desfile a lo largo de la calle Amazonas y una serie de bailes populares en la intersección ésta con la Patria. Bueno, lo del desfile y los bailes lo leí en el periódico, pues la mañana y la tarde de aquel día murieron entre reuniones maratonianas de las que no saqué nada positivo. Pese a todo era Sta. Bárbara y mis amigos no iban a dejar pasar, así por así, las fiestas de la patrona. Sin apenas desprenderme de la chaqueta, corbata y portafolios, me enredé en un carrusel de copas sin, por desgracia, acompañarlas de algo sólido que las amortiguara. A medianoche, cuando parecía que la fiesta acababa, la calle se llenó de repente de vida. Para no quedar mal nos entremezclamos con quienes empezaban a vivir su fiesta ciudadana. Bailé, bebí innominados licores extraídos de botellas hábilmente recubiertas de fundas de papel, salté, en fin, totalmente agotado me transportaron a casa cuando ya amanecía.
Al día siguiente más que una persona parecía un cadáver. Ojeroso, demacrado y moviéndome como un autómata recalé en la oficina y me di cuenta de que allí, como no, muy pronto, también empezaría otro festejo.
Incomprensiblemente, o quizás por aquellos magníficos cebiches de camarones, conchas y corvina, cocinados con gusto exquisito, el caso es que sin notarlo fui recuperándome. Transcurrió la tarde entre juegos, comentarios y copas. Todos sabíamos o al menos intuíamos que aquella noche no tendría fin, que las calles, como el día anterior, se llenarían de música y baile, que en todas las casas las gentes se reunirían y festejarían, hasta el alba, la fundación de la ciudad.
Entonces, parece que fue entonces, cuando de forma totalmente imprevista, mi cerebro empezó a actuar por su cuenta y así, el conjunto de ideas que con los años había ido acumulando en mi mente fueron cobrando vida propia. Me imagino, pues aún tengo una serie de lagunas mentales, que sobre el amor, la economía, la moral y las mujeres, teoricé y teoricé. Igual que en mi primera borrachera, cuando según cuentan, me declaré a la hija de una amiga de mi madre y luego fue complicadísimo aclarar el malentendido que se ocasionó, pues yo no quería ni remotamente casarme, y menos con Isabel, aunque bien pensado (de esto me di cuenta más tarde) pese a ser algo tona era rica y tenía un padre influyente, ahora hice, dije o insinué diferentes posibilidades a llevar a cabo. No en aquel momento, sino cuando estuviese en un estado de total sobriedad. Al contrario que la primera vez, ella, porque está claro que cuando me pongo tiernamente filosófico o satíricamente suspicaz, suele ser siempre ante una mujer, por recato no me ha contado aun toda la historia, o mejor su historia de aquella noche, y por consiguiente aun navego en un mar de dudas.
Bueno, el caso es que siguiendo el difuso hilo de los hechos nos abastecimos de licor y seguimos la fiesta. El bullicio y la alegría callejera era impresionante, la gente, el compás de la música bailaba, bebía y comía. Las parejas se formaban y se deshacían continuamente. Tan pronto se estaba ante una morena cimbreante como se entraba a formar parte heterogéneos grupos de hombres y mujeres que danzaban engarzados de las manos.
Así fue, en uno de esos cambios, cuando de forma totalmente involuntaria tropecé frontalmente con ella. Yo, pese al alcohol, quedé parado y noté en sus ojos un interrogante culposo del porqué del choque. Fue solo un instante de duda roto casi al nacer por el frenesí de la música.
Cansados y sudorosos nos retiramos a casa a fin de reponer fuerzas e iniciar, debidamente despejados, la marcha hacia los respectivos hogares.

No sé cómo, pero el destino volvió a jugarme una mala pasada. Sin quererlo, sin saber a ciencia cierta porqué volvimos a encontrarnos, pero ahora en mi habitación. Ella para cambiarse y arreglarse la ropa, yo para recoger las llaves del coche. Allí, con la cama entre los dos, a modo de juez de paz, lancé al aire una serie de preguntas erótico-festivas.
Lo típico de:
¿Te ayudo a vestirte? … ¿Te desabrocho la blusa? … ¿De que color es tu ropa interior?
Lo dicho por mí sin ánimo provocativo, sin premeditación y sin ningún trasfondo, cayó sobre ella como un jarro de agua fría.
Nos despedimos con un amago entre beso, abrazo y saludo que quedó finalmente en nada, o mejor en mi sonrisa irónica y la consabida muletilla de “hasta más lueguito” o “que te vaya bonito”.
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Han pasado los días, hemos vuelto a hablarnos y he ido comprendiéndola. Bajo su apariencia callada y sumisa se esconde un ser dominante y lógico. Una mujer acostumbrada a tratar a hombres con ideas distintas a las mías, hombres para quienes la mujer es únicamente un artículo de consumo, una mujer inserta en una sociedad para la cual las relaciones hombre-mujer únicamente pueden terminar en la cama y siempre por expreso deseo del macho.
He de reconocer que mi forma de hablar me traicionó, que mi verbo aun debe mejorarse, o mejor, adaptarse al medio, ya que quienes me rodean no piensan como yo, que para ellos soy un extranjero, alguien desarraigado de su medio, alguien para quien los títulos son meras hojas de papel impreso, alguien para quien lo importante son las personas por sí mismas, siempre y cuando se comporten como lo que son y no por cómo se las nomina.
Uno de mis profesores me dijo que en la vida casi tan importante como los éxitos son los fracasos y los errores, siempre y cuando estos sirvan para sacar luego conclusiones positivas. Confío que a partir de ahora modere mi lengua y amordace mi mente, pues está claro que hábilmente activados por el alcohol pueden ser totalmente perniciosos en esta sociedad a la que casi no conozco y para la cual soy un perfecto desconocido.

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