miércoles, 9 de diciembre de 2020

En pos de la maleta o el laberinto de la burocracia.

Si alguna vez mentí, intentando con ello crear, a partir de un hecho aislado, una historia atrayente, ahora no lo haré. Será la aventura vivida para recoger una simple maleta enviada desde España, a portes pagados y a mi nombre. Una maleta que no contenía más que dos martillos, una serie de informes, un diccionario técnico, tres reglas y un suplemento dominical de EL PAIS, eso, simplemente eso.
Una maleta que debió llegar a Quito el 26 de Abril, por no se sabe qué extraño maleficio apareció el 13 de Mayo y que yo, inocente de mí, pensaba recoger el 15 a primera hora de la mañana.
**************
15 de Mayo
El día era espléndido Janeth, mi secretaria comentó encantada que el verano había ya comenzado. A partir de ahora los días serían cálidos y soleados, los negros nubarrones que todas las tardes cubrían el cielo quiteño, se transformarían en blancos cirros y las mujeres empezarían a cambiar su ropa de abrigo por frescos y atrevidos vestidos.
En vista de que todo el equipo técnico estaba fuera y que yo, como siempre tenía poco trabajo, aproveché la mañana para ir a recoger “la maleta que venía de Madrid con documentación vital para el proyecto”.
El aeropuerto a las 9’00 h. estaba tranquilo. Los aviones nacionales habían ya salido y el tráfico internacional era nulo. Me dirigí a las oficinas de IBERIA y tras abonar 200 sucres me dieron los comprobantes de llegada de dos bultos y me enviaron a la terminal de carga.
Los 20 sucres de propina ofrecidos al negrito que cuidaba y lustraba mi Trooper, fueron suficientes para que organizando un monumental atasco, me dirigiese por dirección prohibida hasta las dependencias de “Trámite de Mercaderías”. En ellas, gracias a la placa oficial del vehículo, aparqué en la única sobra existente y dije al guardia, con mi más puro acento ecuatoriano: “No tardo más que cinco minutitos”.
El quiosco donde se despachaban los impresos era lo único colorista de la estancia. En él, una empleada morena y habladora me vendió, por 175 sucres, 16 formularios, 5 pólizas y un rollo de papel cello, m e regaló un caramelito y me envió a otra compañera para que me rellenara los impresos por otros 75 sucres. Hasta ahora todo iba a pedir de boca. Pensé que en menos de una hora recogería la maleta.

Llegada de equipajes
Volví al quiosco con todo relleno y allí mi amiga me indicó que lo diera en la ventanilla 2 y esperase. Media hora hablando con Carmen, pues ya sabía su nombre, fue suficiente para saber que me esperaba una larga tramitación. Por fin me introdujeron en un gran despacho. Primeros problemas con el pasaporte, luego con el tipo de paquete, más tarde con que si era importación temporal o permanente, total que tras mucho discutir firmó el Jefe, el Segundo puso el número de entrada y la señorita del registro estampó cuatro nuevas pólizas, otros 40 sucres.
De allí al Sr. López, de éste al Sr. Mantilla y luego a la bodega a identificar la maleta con el Sr. Fierro “Vista Aforador de Aduanas”. Mi situación con él era ridícula. Como valorar unos libros, unos informes, unos diccionarios usados. El pobre, por más que miraba y remiraba no sabía qué valor poner. Se decidió por el mínimo.
Regresé con el bloque de impresos a la Oficina de Visados, luego a la firma del Jefe de Sección, después a por el visto bueno del Superintendente y por fin a Pagaduría.
Si alguien no lo sabe, la Administración ecuatoriana es fiel al reloj. A las 12’30 en punto para. Es la hora de la comida. Hasta las 14’30 no se vuelven a abrir las ventanillas. Dos horas paseando dan tiempo a conversar con una viejecita que espera recoger un obsequio que le manda su nieta desde Miami, con un sastre que intenta sacar un lote de telas para camisas, con una señora experta en estos menesteres uy que me estuvo acompañando prácticamente toda la mañana, ya que venía a sacar una importación de 500 mascarillas mineras, 600 gafas, 800 guantes y material de repuesto para todo esto, e intentaba explicarme lo floreciente que estaba la minería subterránea en Ecuador. Aún ahora me pregunto para qué se importará ese material.
También observé el ir y venir de la gente, las preguntas lastimeras en las ventanillas, “patroncito dime no más, el número de mi expediente”, “Don Pedrito no me sea usted malo y páseme estos papelitos al Jefe” y los comentarios sobre la pereza de la Administración o sobre lo ágil del sistema, ya que hacía solo unos meses, estos mismos trámites se demoraban una semana.
Por fin, a las 15’30 un solícito empleado me alarga uno de los muchos impresos, me indica pague 7.950 sucres en el Banco Central y que con el recibo pase por la bodega número 1 de la Aduana a recoger la maleta.
16 de Mayo
La tarde-noche de San Isidro la pasé con una serie de amigos añorando la fiesta madrileña y me olvidé por completo de la maleta.
Sobre las 10’00 de la mañana me dirigí a las oficinas del Banco Central en el aeropuerto y de allí, de nuevo empezaron los problemas. Por 10 sucres me dieron cuatro formularios con ocho copias cada uno y me enviaron a una siniestra oficina en donde por otros 100 sucres me los llenaron todos. Más tarde, recorrí cerca de 2 km. hasta la oficina de timbres de la Aduana para comprar pólizas por valor de 7 sucres. Luego vuelta al banco, entregar los papeles y esperar más de tres horas junto a un abigarrado grupo de hombres y mujeres que como yo, aunque con más paciencia, intentaban pagar para poder retirar sus mercancías.
Sobre las 12’00 me entregaron la documentación, pago y terrible desgracia, debo volver a darla para que me pongan la visa. Allí se para la cadena. El empleado me indica que con las 12’30, que su jornada laboral ha terminado y he de volver al día siguiente a retirar los impresos.
Si ayer aguanté sin problemas el absurdo ir y venir en ventanilla, el rellenar múltiples formularios y el perseguir cada uno de ellos, hoy mis nervios están rotos. Quiero gritar e insultar. Dos días para sacar una maleta y aun no la tengo.
Enfadado, cansado y con unas terribles ojeras, salí de la oficina a las 18’00 h. y por esas compensaciones de la vida, llegué a casa a las 3’00 h. de la madrugada, tras pasar la mejor noche de las vividas en Quito. Bebí, charlé, oí rumbas, sambas, pasillos y salsas. Conocí a una cuencana que sin querer vino a borrar el mal recuerdo que sus paisanos me habían causado. Vino, de forma providencial, a endulzar un día triste y quien sabe, si también, mi última semana en Quito, pues la noche acabó con un beso y una cita. Según ella, yo era un caballero, aunque no tan serio como reflejaba mi cara. Lo de siempre, mis ángeles de la guarda me cuidan en todo momento.
17 de Mayo
A las 9’00 h. estoy en la ventanilla del bando y quince minutos más tarde, en la bodega de recogida de paquetes tenía mi primer contratiempo. Aún debía, en otra dependencia, poner los sellos finales de entrega, seleccionar las diferentes copias y rellenar el Libro General de Salidas.

Depósito de Aduanas
Afortunadamente hoy las cosas iban con más celeridad. El Teniente de Aduanas, estampó el último sello y a las 10’30 salía de las dependencias de carga con mi preciada maleta.
Habían pasado tres días y gastado casi 9.000 sucres. Había rellenado más de 30 impresos con cerca de 180 copias. Había recorrido cuatro dependencias administrativas y casi 50 empleados habían tenido en sus manos mis formularios.
Todo para sacar una maleta sin ningún valor. Una maleta que dos o tres veces estuve tentado a dejar en las dependencias del aeropuerto. Una maleta que, si hubiera venido cuando y como le correspondía, o sea, con su propietario, hubiese llegado sin ningún problema y casi sin ningún gasto.
Mi experiencia ha servido para saber lo que otra vez no tengo que hacer. Si me envían algo, por un “poquito” más de “plata”, contrato los servicios de un Agente de Aduanas, de los que ahora conozco a varios y él será quien pasee, ruegue, proteste y pierda los nervios y yo, quien solo con un “poquito” más de demora, consiga lo que me manden.

No hay comentarios:

Publicar un comentario