Hace mucho tiempo que no charlamos. Mejor aún, hace muchísimo que no te hablo, pues entre los dos únicamente surge un monólogo, tú solo escuchas y yo intento saber, a través de tus reacciones, que piensas o qué opinas.
Ahora, lo quieres o no, tendrás que aguantarme. Como tantas veces el ambiente me ayuda, el día es luminoso, el sol nos calienta del aire frío del invierno y la mente, como aislada del mundo, se centra en una idea, intentando por todos los medios imponértela. Ya lo ves, querámoslo o no, seguimos discutiendo.
Siempre te dije no era racial o siguiendo con uno de mis múltiples tópicos, no era racista porque no convivía con negros y por consiguiente ni me molestaban, ni los molestaba. Me confundía, creo que todos nosotros, admitámoslo o no, sentimos en nuestro interior un profundo rechazo con respecto a los hombres y mujeres de piel negra.
Por suerte o por desgracia, el largo destierro en tierras americanas, me ha hecho cambiar en muchos aspectos. En ellas apliqué mis teorías en cuanto al comportamiento humano, aprendí a escuchar y a aguantar, me volví más frío y cerebral de lo que era, disocié la mente del cuerpo, encaneciendo así prematuramente sin que mi organismo sufriera en demasía. Conocí muchas, muchísimas personas, admiré a unas, ignoré a otras, amé a muy pocas. Como siempre te dije los extraterrestres no tenemos corazón, sino un músculo perfectamente sincronizado que no siente ni padece, únicamente funciona. En fin, reconsideré muchos de mis planteamientos anteriores al poderlos juzgar ahora sobre realidades y no sobre teorías.
Nuestro amigo Pancho, siempre deseó poseer una negra. Al final lo consiguió, obteniendo eso, simplemente un cuerpo y el miedo, durante meses, a contagios y enfermedades. Otros muchos sentían cierto asco ante la posibilidad de besar los labios gruesos y sonrosados, o acariciar la piel tersa y brillante de las mujeres “morenas”. Yo, como tú bien sabes, no pensé ni en una cosa ni en otra, sin embargo, en mi fuero interno tenía, frente a ellas, un enorme complejo de superioridad. Sin yo saberlo, las consideraba como seres inferiores.
Qué confundido estaba. Qué confundidos estábamos todos nosotros. Ellas tienen la piel distinta. Solo eso. Pueden ser iguales, inferiores o superiores a ti; pueden reaccionar como tú, tener tu astucia, tu malicia o tu sexualidad.
Ahora, lo quieres o no, tendrás que aguantarme. Como tantas veces el ambiente me ayuda, el día es luminoso, el sol nos calienta del aire frío del invierno y la mente, como aislada del mundo, se centra en una idea, intentando por todos los medios imponértela. Ya lo ves, querámoslo o no, seguimos discutiendo.
Siempre te dije no era racial o siguiendo con uno de mis múltiples tópicos, no era racista porque no convivía con negros y por consiguiente ni me molestaban, ni los molestaba. Me confundía, creo que todos nosotros, admitámoslo o no, sentimos en nuestro interior un profundo rechazo con respecto a los hombres y mujeres de piel negra.
Por suerte o por desgracia, el largo destierro en tierras americanas, me ha hecho cambiar en muchos aspectos. En ellas apliqué mis teorías en cuanto al comportamiento humano, aprendí a escuchar y a aguantar, me volví más frío y cerebral de lo que era, disocié la mente del cuerpo, encaneciendo así prematuramente sin que mi organismo sufriera en demasía. Conocí muchas, muchísimas personas, admiré a unas, ignoré a otras, amé a muy pocas. Como siempre te dije los extraterrestres no tenemos corazón, sino un músculo perfectamente sincronizado que no siente ni padece, únicamente funciona. En fin, reconsideré muchos de mis planteamientos anteriores al poderlos juzgar ahora sobre realidades y no sobre teorías.
Nuestro amigo Pancho, siempre deseó poseer una negra. Al final lo consiguió, obteniendo eso, simplemente un cuerpo y el miedo, durante meses, a contagios y enfermedades. Otros muchos sentían cierto asco ante la posibilidad de besar los labios gruesos y sonrosados, o acariciar la piel tersa y brillante de las mujeres “morenas”. Yo, como tú bien sabes, no pensé ni en una cosa ni en otra, sin embargo, en mi fuero interno tenía, frente a ellas, un enorme complejo de superioridad. Sin yo saberlo, las consideraba como seres inferiores.
Qué confundido estaba. Qué confundidos estábamos todos nosotros. Ellas tienen la piel distinta. Solo eso. Pueden ser iguales, inferiores o superiores a ti; pueden reaccionar como tú, tener tu astucia, tu malicia o tu sexualidad.
María
Mentiría si te dijera que cuando me presentaron a María apenas sí me fijé. Claro que me fijé. El bueno de Maducho me invitó a su casa con la sola idea de mostrármela e impresionarme. Al principio no lo consiguió, pero a medida que pasaba la noche fui olvidándome poco a poco de su color, de la extraña sensación que me daba su presencia y de la fijación de mis ojos sobre su piel, quedándome únicamente con lo que tenía de mujer, su cerebro, su inteligencia, su forma de actuar, su sonrisa…
Volví a verla en otra fiesta y volvió a sorprenderme. Pensé que no iría. En principio era lo folclórico y colorista, la chica joven dentro de un grupo de hombres, mujeres y matrimonios mucho mayores, una de las amigas del anfitrión (la otra pasó, desde mi punto de vista, sin pena ni gloria por la fiesta, terminando en los brazos del anfitrión sin haber pronunciado una sola palabra. Tenía, según decían, un cuerpo escultural), un motivo de posterior chismorreo y comentario. A medida que pasaba el tiempo todo fue cambiando, en un abrir y cerrar de ojos se captó a las mujeres, a continuación, los hombres fueron cayendo en sus redes. Enseñó a bailar salsa, a diferenciar ésta de la samba, el ballenato o las bailaditas, contó “cachos”, ayudó a unos y otros, en fin, se hizo la reina de la fiesta.
No sé cómo, pero de repente nos encontramos solos en la habitación ante una desbandada general y no premeditada. A partir de entonces mis criterios sobre la mujer negra cambiaron. Lo de “negra” querámoslo o no, es solo un adjetivo calificativo, lo importante era la mujer. No ya por las formas de su cuerpo, por los labios gruesos y carnosos, por su nariz chata y aplastada, por su frente amplia, sus ojos negros y profundos, su mirada pícara y melosa, sino por su forma de actuar y comportarse. La noche transcurría entre el baile y las confidencias. Tan pronto nos mecíamos al compás de un vals o una balada, como entrábamos en discusión sobre cine, teatro o literatura.
Así, poco a poco, conocí los pormenores de su vida, supe el rechazo por parte de los suyos a causa de salir y conocer a las personas de piel blanca, supe de sus problemas familiares ante su idea de libertad y sus teorías feministas, me habló de sus amores y fracasos, hablamos, hablamos y hablamos.
Luego las palabras dieron paso a las caricias y éstas s los besos. Fundidos en un abrazo íbamos dejando pasar las horas sin apenas sentirlas.
Volví a verla en otra fiesta y volvió a sorprenderme. Pensé que no iría. En principio era lo folclórico y colorista, la chica joven dentro de un grupo de hombres, mujeres y matrimonios mucho mayores, una de las amigas del anfitrión (la otra pasó, desde mi punto de vista, sin pena ni gloria por la fiesta, terminando en los brazos del anfitrión sin haber pronunciado una sola palabra. Tenía, según decían, un cuerpo escultural), un motivo de posterior chismorreo y comentario. A medida que pasaba el tiempo todo fue cambiando, en un abrir y cerrar de ojos se captó a las mujeres, a continuación, los hombres fueron cayendo en sus redes. Enseñó a bailar salsa, a diferenciar ésta de la samba, el ballenato o las bailaditas, contó “cachos”, ayudó a unos y otros, en fin, se hizo la reina de la fiesta.
No sé cómo, pero de repente nos encontramos solos en la habitación ante una desbandada general y no premeditada. A partir de entonces mis criterios sobre la mujer negra cambiaron. Lo de “negra” querámoslo o no, es solo un adjetivo calificativo, lo importante era la mujer. No ya por las formas de su cuerpo, por los labios gruesos y carnosos, por su nariz chata y aplastada, por su frente amplia, sus ojos negros y profundos, su mirada pícara y melosa, sino por su forma de actuar y comportarse. La noche transcurría entre el baile y las confidencias. Tan pronto nos mecíamos al compás de un vals o una balada, como entrábamos en discusión sobre cine, teatro o literatura.
Así, poco a poco, conocí los pormenores de su vida, supe el rechazo por parte de los suyos a causa de salir y conocer a las personas de piel blanca, supe de sus problemas familiares ante su idea de libertad y sus teorías feministas, me habló de sus amores y fracasos, hablamos, hablamos y hablamos.
Luego las palabras dieron paso a las caricias y éstas s los besos. Fundidos en un abrazo íbamos dejando pasar las horas sin apenas sentirlas.
Sin darnos cuenta amaneció. Me marché dejándola dormida sobre un montón de almohadas.
Era curioso, había pasado la noche en vela con una mujer, no había bebido casi nada y me encontraba totalmente despejado y tranquilo. Mi apetito sexual había sido dominado, como siempre, por la coordinación de dos mentes similares.
No sé si la volveré a ver. De María solo me queda la sensación de culpa que tuve en un principio al considerarla inferior a mí. No, no lo era, o mejor no lo es. En esto, muchas veces nos engañamos.
No, no te sonrías, hay algo más. Como tú bien sabes, es muy difícil que yo durante una larga noche de diálogo no saqué a la palestra el tema del erotismo. Lo saqué y con él jugamos en una noble lucha de astucias. Que más erótico que la lenta presentación de su pecho sobre mí, ingenuo requerimiento. Que mezcla de actitudes y sonrisas.
“Insinuar, mostrar veladamente, enseñar sin pudor”. Siempre me gustaron estas tres etapas del juego erótico. Ella debía conocerlas pues las aplicó a la perfección.
A la mañana siguiente, mientras “trotaba” por la Carolina, aun recordaba aquel pecho grande y oscuro, coronado por un pezón negro y aquella sonrisa que sin palabras me decía…
… “Mira lo que quieras, tócalo si lo deseas y déjalo”. Confiemos en que nunca haya una mañana que pueda romper el encanto de esta noche.
Como siempre, no dices nada, sopesas la verdad y la mentira de mi monólogo. Te preguntas si María será una realidad o una fantasía. Da lo mismo, de cualquier forma, hubo alguien que me hizo valorar a las personas independientemente del color de su piel.
Era curioso, había pasado la noche en vela con una mujer, no había bebido casi nada y me encontraba totalmente despejado y tranquilo. Mi apetito sexual había sido dominado, como siempre, por la coordinación de dos mentes similares.
No sé si la volveré a ver. De María solo me queda la sensación de culpa que tuve en un principio al considerarla inferior a mí. No, no lo era, o mejor no lo es. En esto, muchas veces nos engañamos.
No, no te sonrías, hay algo más. Como tú bien sabes, es muy difícil que yo durante una larga noche de diálogo no saqué a la palestra el tema del erotismo. Lo saqué y con él jugamos en una noble lucha de astucias. Que más erótico que la lenta presentación de su pecho sobre mí, ingenuo requerimiento. Que mezcla de actitudes y sonrisas.
“Insinuar, mostrar veladamente, enseñar sin pudor”. Siempre me gustaron estas tres etapas del juego erótico. Ella debía conocerlas pues las aplicó a la perfección.
A la mañana siguiente, mientras “trotaba” por la Carolina, aun recordaba aquel pecho grande y oscuro, coronado por un pezón negro y aquella sonrisa que sin palabras me decía…
… “Mira lo que quieras, tócalo si lo deseas y déjalo”. Confiemos en que nunca haya una mañana que pueda romper el encanto de esta noche.
Como siempre, no dices nada, sopesas la verdad y la mentira de mi monólogo. Te preguntas si María será una realidad o una fantasía. Da lo mismo, de cualquier forma, hubo alguien que me hizo valorar a las personas independientemente del color de su piel.
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