Ha sido hermoso, o mejor, ha sido "rico, muy rico”, tanto es así que él, al final, lo repetía casi inconscientemente. Nuestras voces eran una sola mientras jadeábamos de placer al sentirnos totalmente poseídos. Por último, un orgasmo sincronizado dio paso a esa extenuación profunda fruto del amor plenamente realizado.
Su cabeza se inclinó sobre mi hombro y sus labios volvieron a repetir “rico, muy rico”. Cuando más tarde, cubriéndome con su cuerpo, se levantó y me preguntó suavemente:
¿Estás bien, completamente bien?
se cruzó por mi mente la ficción que ideo al poco tiempo de llegar y parafraseándola le contesté:
¿Lo hice bien, Sr. Ingeniero?
volvió a caer sobre mí sonriendo. Su boca empezó a mordisquearme el cuello y aun incrédulo por aquella mañana de amor que estábamos disfrutando solo acertó a decir:
"Eres como Mesalina, mejor, Mesalina a tu lado sería una aficionada. Tú vives el amor, te entregas, gozas y haces gozar, eres algo que creí no existiría, eres maravillosa y única".
La luz que se filtraba por entre las cortinas iluminaba nuestros cuerpos desnudos. ¿Cómo habíamos acabado así?, esto, y todo lo que habíamos hecho eran actos que nunca nos reprocharíamos, lo habíamos hecho y basta.
Su cabeza se inclinó sobre mi hombro y sus labios volvieron a repetir “rico, muy rico”. Cuando más tarde, cubriéndome con su cuerpo, se levantó y me preguntó suavemente:
¿Estás bien, completamente bien?
se cruzó por mi mente la ficción que ideo al poco tiempo de llegar y parafraseándola le contesté:
¿Lo hice bien, Sr. Ingeniero?
volvió a caer sobre mí sonriendo. Su boca empezó a mordisquearme el cuello y aun incrédulo por aquella mañana de amor que estábamos disfrutando solo acertó a decir:
"Eres como Mesalina, mejor, Mesalina a tu lado sería una aficionada. Tú vives el amor, te entregas, gozas y haces gozar, eres algo que creí no existiría, eres maravillosa y única".
La luz que se filtraba por entre las cortinas iluminaba nuestros cuerpos desnudos. ¿Cómo habíamos acabado así?, esto, y todo lo que habíamos hecho eran actos que nunca nos reprocharíamos, lo habíamos hecho y basta.
Llegamos juntos, calientes ya por mil besos y caricias, nos desnudamos lentamente, su boca recorrió despacio mi garganta, mis pechos, mi cintura. Suavemente, sin apenas sentirlo me recosté sobre la cama mientras seguía besándome y acariciándome. Me miraba, me contemplaba y como poseído de un ardor juvenil volvía sobre mi cuerpo desplazando sus labios sobre él como queriéndolo poseer por completo. El roce de su lengua sobre mi sexo hacía que mi excitación alcanzase sus límites máximos. Lo poseí con ansia. Se vació en mí con esa abundancia generosa fruto de un deseo querido y reprimido durante muchos meses.
Cuando me pareció que su espíritu decaía inicié un jugueteo lascivo sobre su cuerpo. Fue entonces mi lengua la que avanzó hacia el nuevo despertar de su sexo, fueron mis manos quienes acariciaban y excitaban. Fui yo, al final, quien le monté con furia, quien cabalgué sobre su cuerpo, quien sentí en mis entrañas la dureza de su miembro viril. Volvíamos a vivir el amor y volvíamos a caer rendidos sobre aquel revoltijo de sábanas blancas, hermoso campo de nieve para nuestros cuerpos morenos.
Viendo pasar las nubes, sobre el nítido cielo quiteño, dejamos transcurrir lentamente los minutos. Él… callaba, yo recordaba. Deseaba que aquellos momentos no terminasen, quería poseerlo una y otra vez, aspiraba dejarlo rendido antes de preguntarle aquellas palabras suyas sobre las mujeres serranas.
¿De verdad éramos frías, inactivas y poco emprendedoras en el amor?
Quería aclararle con hechos que yo y otras muchas, éramos calientes y sugestivas, que me “alocaba” y disfrutaba tanto o más que él, que desde que conocí el amor por primera vez era una experta en el difícil arte de la almohada, quería eso y mucho más, lo quería poseer otra vez.
El juego amoroso se reinició, perdón lo reinicié yo. Él se oponía, alegaba eso tan vulgar de la altura, de la edad, de… que sé yo. Me daba igual, era mi turno, no quería demostrar nada, quería amar, amar y solo amar. Me desplacé sobre él, mi boca, mis pechos, mi sexo lo acariciaban. Poco a poco retornó a la vida. Otra vez sentí en mí su semen caliente y viscoso, otra vez lo vi vibrar, abrazarme frenéticamente, caer finalmente rendido.
Ahora sí, ahora estábamos exhaustos, sudorosos y contentos, estábamos, como decimos aquí y a él le hacía tanta gracia “hechos vela”. Le había demostrado que todas sus teorías, todas sus elucubraciones eran falsas, que para su desgracia había encontrado mujeres que solo tenían de hembras el nombre pero que ni lo merecían ni le hacían honor.
Cuando me pareció que su espíritu decaía inicié un jugueteo lascivo sobre su cuerpo. Fue entonces mi lengua la que avanzó hacia el nuevo despertar de su sexo, fueron mis manos quienes acariciaban y excitaban. Fui yo, al final, quien le monté con furia, quien cabalgué sobre su cuerpo, quien sentí en mis entrañas la dureza de su miembro viril. Volvíamos a vivir el amor y volvíamos a caer rendidos sobre aquel revoltijo de sábanas blancas, hermoso campo de nieve para nuestros cuerpos morenos.
Viendo pasar las nubes, sobre el nítido cielo quiteño, dejamos transcurrir lentamente los minutos. Él… callaba, yo recordaba. Deseaba que aquellos momentos no terminasen, quería poseerlo una y otra vez, aspiraba dejarlo rendido antes de preguntarle aquellas palabras suyas sobre las mujeres serranas.
¿De verdad éramos frías, inactivas y poco emprendedoras en el amor?
Quería aclararle con hechos que yo y otras muchas, éramos calientes y sugestivas, que me “alocaba” y disfrutaba tanto o más que él, que desde que conocí el amor por primera vez era una experta en el difícil arte de la almohada, quería eso y mucho más, lo quería poseer otra vez.
El juego amoroso se reinició, perdón lo reinicié yo. Él se oponía, alegaba eso tan vulgar de la altura, de la edad, de… que sé yo. Me daba igual, era mi turno, no quería demostrar nada, quería amar, amar y solo amar. Me desplacé sobre él, mi boca, mis pechos, mi sexo lo acariciaban. Poco a poco retornó a la vida. Otra vez sentí en mí su semen caliente y viscoso, otra vez lo vi vibrar, abrazarme frenéticamente, caer finalmente rendido.
Ahora sí, ahora estábamos exhaustos, sudorosos y contentos, estábamos, como decimos aquí y a él le hacía tanta gracia “hechos vela”. Le había demostrado que todas sus teorías, todas sus elucubraciones eran falsas, que para su desgracia había encontrado mujeres que solo tenían de hembras el nombre pero que ni lo merecían ni le hacían honor.
“Cholito”, “cholito”, que confundido estabas. Creías saber de una raza solo leyendo y preguntando, debías pensar que la realidad es otra muy distinta, que hay un abismo entre lo externo y lo interno, que la mente, como tú tantas veces dices, es algo imprevisible y sugestivo, que ahí no llegaste nunca, lo siento, ahí estás empezando a llegar ahora.
Te lo dije muchas veces y no me creíste. Me gusta el desnudo, no me importaría vivir desnuda; por eso, cuando más tarde aparecí ante ti luciendo mis encantos naturales, volviste a ensimismarme. Me viste contrastada con el sol, rodeada de plantas, anteponiendo mi color cobrizo al verde claro de los helechos, y tus ojos se cerraron como queriendo captar esa imagen, para impresionarla en el fondo de tu cerebro y guardarla allí, fija, imperecedera, eterna. El pudor, ese pudor que tú pusiste en boca de quienes conocías, volvía a ser, en mi caso mentira. Ambos proclamábamos nuestra desnudez sin sonrojo. Comimos desnudos, bebimos, sentimos el sol de medio día sobre la piel, nos olvidamos de ese ropaje artificial que siempre llevamos, y con él, de los prejuicios, de las mentiras, de lo engañoso y superfluo que le acompaña. Quisiste perpetuarme en una foto pero la lente de tu retina, y la película de tu memoria era infinitamente más perfecta que el perecedero material fotográfico y por eso desististe, lo sentí, me hubiera gustado tener mi foto desnuda y rodeada de flores.
Estabas loco. Estabas “loco chico” cuando me imaginaste, o nos imaginaste frías, sumisas y condescendientes. Estabas equivocado cuando pensabas que las españolas, las europeas o las americanas nos ganaban en todo lo referente al amor. Admito que la educación, la cultura, la moralidad, pueden estar aquí a un nivel inferior, pero nuestra sangre caliente, nuestro instinto, nuestro deseo, son superiores. Lo siento, otra vez tuviste mala suerte.
Salimos a la calle limpios, perfumados, distantes. Recordaba aquello de:
Te lo dije muchas veces y no me creíste. Me gusta el desnudo, no me importaría vivir desnuda; por eso, cuando más tarde aparecí ante ti luciendo mis encantos naturales, volviste a ensimismarme. Me viste contrastada con el sol, rodeada de plantas, anteponiendo mi color cobrizo al verde claro de los helechos, y tus ojos se cerraron como queriendo captar esa imagen, para impresionarla en el fondo de tu cerebro y guardarla allí, fija, imperecedera, eterna. El pudor, ese pudor que tú pusiste en boca de quienes conocías, volvía a ser, en mi caso mentira. Ambos proclamábamos nuestra desnudez sin sonrojo. Comimos desnudos, bebimos, sentimos el sol de medio día sobre la piel, nos olvidamos de ese ropaje artificial que siempre llevamos, y con él, de los prejuicios, de las mentiras, de lo engañoso y superfluo que le acompaña. Quisiste perpetuarme en una foto pero la lente de tu retina, y la película de tu memoria era infinitamente más perfecta que el perecedero material fotográfico y por eso desististe, lo sentí, me hubiera gustado tener mi foto desnuda y rodeada de flores.
Estabas loco. Estabas “loco chico” cuando me imaginaste, o nos imaginaste frías, sumisas y condescendientes. Estabas equivocado cuando pensabas que las españolas, las europeas o las americanas nos ganaban en todo lo referente al amor. Admito que la educación, la cultura, la moralidad, pueden estar aquí a un nivel inferior, pero nuestra sangre caliente, nuestro instinto, nuestro deseo, son superiores. Lo siento, otra vez tuviste mala suerte.
Salimos a la calle limpios, perfumados, distantes. Recordaba aquello de:
¿Lo hice bien Sr. Ingeniero?
tan lejano de la realidad. Gozaba con:
¡Estás loco chico!
frase con la que podía rebatirle cualquier opción sobre el comportamiento y la forma de ser de las ecuatorianas.
Los reproches, las dudas, el como terminaría nuestra relación eran palabras carentes de sentido. Lo real era este tibio sol de verano que nos calentaba mientras tomábamos dos “cebiches”, el suyo de camarones y el mío mixto, en una de las muchas terrazas de la Amazonas. Lo real era esta relación surgida de repente entre los dos y que de forma violenta nos había emparejado, lo auténticamente cierto eran una serie de frases inocuas, carentes de sentido, escrita con espíritu jocoso, que habían derribado las barreras que nos separaban.
Aquello de ¿lo hice bien…? fue lo que incitó tu desengaño. Te confundías, nunca debiste generalizar. A partir de hoy, lo que pensaste, lo que entonces dijiste con palabras calladas, el ¡estás loco chico! o ¡estás mamado! podrás decirlo a voz en grito y, desgraciadamente, tendrás razón.
No, las “guambritas” que describías y con las que según tú salías, eran una pura invención mitad romántica, mitad literaria; la realidad, “cholito”, está en las mujeres como yo, a ver si aprendes y no te confundes en lo sucesivo.
tan lejano de la realidad. Gozaba con:
¡Estás loco chico!
frase con la que podía rebatirle cualquier opción sobre el comportamiento y la forma de ser de las ecuatorianas.
Los reproches, las dudas, el como terminaría nuestra relación eran palabras carentes de sentido. Lo real era este tibio sol de verano que nos calentaba mientras tomábamos dos “cebiches”, el suyo de camarones y el mío mixto, en una de las muchas terrazas de la Amazonas. Lo real era esta relación surgida de repente entre los dos y que de forma violenta nos había emparejado, lo auténticamente cierto eran una serie de frases inocuas, carentes de sentido, escrita con espíritu jocoso, que habían derribado las barreras que nos separaban.
Aquello de ¿lo hice bien…? fue lo que incitó tu desengaño. Te confundías, nunca debiste generalizar. A partir de hoy, lo que pensaste, lo que entonces dijiste con palabras calladas, el ¡estás loco chico! o ¡estás mamado! podrás decirlo a voz en grito y, desgraciadamente, tendrás razón.
No, las “guambritas” que describías y con las que según tú salías, eran una pura invención mitad romántica, mitad literaria; la realidad, “cholito”, está en las mujeres como yo, a ver si aprendes y no te confundes en lo sucesivo.
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