domingo, 14 de marzo de 2021

Una extraña coincidencia

Cuando me lo dijeron sentí el frío de una hoja
de acero en las entrañas.
G.A.B.
José Luis
13 de Junio de 1985
Debe ser imposible, la historia no puede repetirse. Por más que intento imaginar que no es real, que todo ha sido una broma de Mara, el hecho de que hubiera lágrimas en sus ojos cuando me lo contó, me hace dudar. Es algo que parece fantástico pero que podría ser cierto, una extraña coincidencia digna de la más sofisticada telenovela de amor.
Salí abatido y apenas si puede conciliar el sueño. Mil imágenes, mil recuerdos cruzaron mi mente durante largas horas de vigilia. Preguntas y más preguntas flotaban en el aire sin respuesta. Si todo lo que me dijo fuera cierto, el azar, o tal vez un destino cruel me había unido a dos mujeres, dos mujeres que ya se habían conocido hacía siete años, que habían vivido juntas una aventura inconfesable, que habían amado al mismo hombre y que, sin embargo, el tiempo las había llevado a situaciones totalmente opuestas.
Una de sus frases repiqueteaba insistentemente en mi cabeza. Aunque no lo creas, los dos nos habéis dañado.
Como podía ser que, en una ciudad de cerca de un millón de habitantes, extendidos en una superficie de 200 km2 fuera a poseer a dos mujeres unidas en su juventud por el amor de otro hombre, un hombre que no solo se me parecía físicamente, sino que además, había nacido el mismo año, el mismo mes y el mismo día que yo; ambos éramos géminis, del 16 de junio de 1944.
Berni
6 de abril de 1976


Hoy corrí y gané. Tanto Alberto como los del grupo del Mejías que me animaban, me abrazaron jubilosos. No sentí nada. Dos cursos en el 24 de Mayo y aún no me comprenden.
Los años pasados en la primaria me marcaron. Sola y abandonada de mi familia luché y perdí. Las mujeres que me rodeaban me hicieron suya. No sé si ahora seré como ellas, pero todas mis inclinaciones y mis instintos han nacido a partir de aquella primera relación insana.
Al llegar al colegio me refugié en las mujeres, primero fue la profesora de literatura, luego la de geografía, por último, un grupo de amigas con mis mismas inclinaciones. Nunca destaqué más que por mi excesivo pudor y mi aislamiento.
Al desarrollarse mi cuerpo mis contradicciones crecieron. Externamente era una mujer, una mujer apetecible a los hombres, una mujer deseada y que sin embargo rehuía cualquier aproximación del sexo masculino.
Al recogerme Alberto en las puertas del Atahualpa estaba contento. Seis meses de duro entrenamiento habían sido suficientes para convertirme en una pequeña campeona. Se me había remodelado el cuerpo pero no la mente. Más tarde, cuando en su casa empezó a acariciarme y a besarme le dejé hacer. Era lo que más me gustaba, era un abandonarme ante una caricia suave sobre mi cuerpo. Por último, cuando excitado y desnudo intentó poseerme, me revelé. Pateé y protesté, todo fue inútil, consiguió su objetivo. Yo quedé sucia, exhausta, asqueada sobre el sofá de su salón.
Salí llorando. El día que había empezado azul y luminoso terminaba sombrío. Los hombres, todos los hombres, solo pensaban en eso, en dañarnos, en poseernos por encima de todo y luego olvidarnos y comentar con los amigos sus éxitos amatorios, pobres éxitos si eran como los míos.
Janneth

22 de Septiembre de 1976 
 
Ni grité ni manché, ni me sentí cohibida. Mis compañeras comentaban que al perder la virginidad algo se rompía en su interior. En mi caso fue distinto, lo quería, iba dispuesta a ello y por tanto no hubo ni dudas ni temores.
Quien me lo iba a decir hace apenas una semana. Mi colegio Los Sagrados Corazones iba, como todos los años, a la concentración deportiva de principio de curso, y allí lo conocí. Alberto, el profesor de gimnasia del 24 de Mayo. Alberto, el hombre engreído, el que pregonaba sus conquistas y se ufanaba de ello.
Al presentármelo chocamos de inmediato. Mi cuerpo exuberante, mi reputación, mi astucia femenina despertarían su interés; su ego acrecentó mi rechazo.
Hoy estamos los dos desnudos sobre mi cama. Nos hemos poseído plenamente. He gozado y sin lugar a dudas él se ha fundido ante mis caricias. Cómo lo logré, de dónde viene esta predisposición hacia el amor y el sexo, es algo que ni sé ni me importa. Deseo alcanzar las máximas cotas de este éxtasis maravilloso.
Está como un ovillo a mis pies, le acaricio la cabeza. Será mío, únicamente mío. Con el tiempo se arrastrará ante mí, lo que él ha hecho con algunas de mis compañeras, se lo devolveré acrecentada. Me rogará, me suplicará que no lo abandone, y sin embargo, este amor prohibido que ha surgido entre los dos tendrá algún día que morir; alguien nos gritará que mis 15 años son muy pocos frente a sus 32, que es un hombre casado y con familia, entonces se romperá para siempre lo que acaba de empezar en esta cálida tarde de septiembre.
Berni

15 de mayo de 1977

Apenas unos meses más y dejaré el 24 de Mayo. por razones familiares y personales el próximo curso lo estudiaré en el Quito.
Tres años no han logrado forjar mi carácter ni cambiar mi forma de ser. En grupo soy jovial, alegre y aparentemente extrovertida; en intimidad soy hostil y huraña. A lo largo de todo este tiempo he intentado borrar la imagen de mujer fría que se tenía de mí. He participado en los desórdenes estudiantiles, intervine en los mayores escándalos docentes, me fugué con tres amigas, casi entro en el mundo de la droga, todo esto con la sola idea de huir del influjo que ejerzo sobre las mujeres. Lo quiera o no siento que salvo ellas, todos me engañan, se aprovechan de mis momentos de euforia o de debilidad.
Lo que será de mí desde ahora es una pura incógnita. Soy vaga, inconsciente y caprichosa, me encariño con una idea para luego dejarla, encandilo a los hombres para rechazarles, me atraen y a la vez los odio. Ni Alberto, ni sus amigos, ni nadie han logrado inspirar en mí un hálito de confianza.
Solo ellas, las mujeres. Violeta, Encarna, Charito me han comprendido y ayudado, ellas, pese al gran abismo generacional que nos separa me han tendido su mano. Con qué fin, con qué intención, nunca lo sabré. Sin que se den cuenta desaparecerán y jamás volverán a saber de mí. Han sido años vacíos salpicados de experiencias amargas que pronto se borrarán de mi memoria.
Quienes vivieron conmigo, quienes fueron mis compañeros de aventuras pasarán en breve a engrosar ese ejército de sombras inconclusas que formar mis recuerdos.
Janneth

16 de junio de 1978

Como tantas otras veces mi decisión ha sido tajante. Nunca lo volveré a ver. Atrás quedan casi dos años vividos como en sueño. Dos años en los que el amor llenó toda nuestra vida. Dos años excitantes y peligrosos en los que huíamos de la gente para recluirnos en nosotros mismos. Dos años en los que lo prohibido lo invadía todo, en los que una mirada, un gesto o una sonrisa podían traicionarnos.
Igual que el primer día hoy lo tengo a mis pies. Por mí lo dejaría todo, mujer, hijos, familia; se arrastraría y suplicaría. Pero no, por más que me cueste será el final. Hoy, su cumpleaños marcará el término de una relación, mi primera relación amorosa.
Hemos sido felices. Vivimos el amor al completo, me forjó y lo forjé, ambos aprendimos de nuestros cuerpos desnudos y ambos sentimos, en cierto momento, el aguijón del peligro.
Hoy podría ser madre y sin embargo el hijo engendrado con amor se perdió por el miedo al qué dirán. Lo que en un momento nos pudo haber unido para siempre fue el primer eslabón de una cadena de desengaños que ha culminado hoy en la ruptura.
Fueron dos años de lucha hermosa contra todo lo que me rodeaba. Profesores, padres, amigos, hermanos, al principio nadie lo intuyó, pero más tarde cuando el escándalo surgió, fue el centro de comentarios y controversias. Luché contra médicos, religiosas y psicólogos. Me hice fuerte en mí misma y gané.
Hoy son una mujer nueva, valiente y decidida. Siempre tendré lo que quiera; ni hombres, ni leyes podrán doblegarme, haré lo que desee. Una etapa de mi vida queda atrás y otra se abre ante mis ojos. Sin duda aún me queda mucho que bregar, pero si el mundo no es de los valientes ¿de quién es?, de los débiles, de los pusilánimes, de los indecisos. No, a partir de ahora mi mundo será el que yo misma me fabrique.
Berni
12 de abril de 1984
Cinco años dando tumbos sin rumbo fijo, picoteando aquí y allá sin decidirme por nada, sin terminar nada.
Ahora, una vez más, caigo en esa trampa sin fondo de mi homosexualidad. Mis amigas del gimnasio, Charo y Anilu, tienen mis mismas tendencias, las tres nos compenetramos, nos entendemos y nos reímos de los hombres que nos rodean. Son todos como mi antiguo profesor de atletismo, solo desean a la mujer para gozarla, poseerla y luego cambiarla por otra. Todos han sido así, Jhony, Jorge, Damián. Algunos ni lo han intentado, se conformaban con la caricia o el deseo, sin llegar nunca a la culminación del acto. Al final, desaparecían de mi vida. Conozco a muchos, casi todos mayores, vienen a sudar, a intentar bajar esos kilos de más que se amontonan en el estómago, a olvidarse de su vida cotidiana a base de ejercicio y ejercicio.
José Luis es distinto. Llegó un buen día y a partir de entonces con puntualidad matemática todos los lunes, miércoles y viernes aparece por el gimnasio. Sin hablar con nadie empieza a trabajar las pesas, las espalderas, las cuerdas hasta que el sudor le empapa por completo, después se ducha con agua fría, se rocía de colonia y con un ceremonioso hasta luego, se despide.
Después de casi dos meses hoy me ha sorprendido. Nos encontrábamos solos y al dirigirnos hacia las duchas me ha detenido y pasándome suavemente su dedo desde la frente hasta el cuello me ha pedido que le mostrase el pecho. No sé porque, pero lo he hecho. No hizo nada. Al salir me invitó a cenar, fuimos luego a bailar y cuando me dejó nuestros labios se unieron permaneciendo así mucho rato mientras nuestras lenguas se enroscaban como serpientes furiosas.
Fue un día precioso, confío que se repita.
Berni
19 de junio de 1984

Sin saber a ciencia cierta el porqué, cuando me llamó a su casa decidida a todo. Hace un mes, al partir para España, creí que nunca volvería a verle. Ayer me llamó y ahora ardo en deseos de verle.
Es muy raro, apenas si lo he visto cinco o seis veces y siempre nuestras citas han sido un hablar y hablar, un contarle mi vida y enterarme de sus problemas.
Mientras me enseña una serie de regalos pienso que esta noche la pasaré con él, que por más que aparentemente porfíe por regresar con mi madre, hoy seré suya.
Es tranquilo, habla, comenta, me pregunta. No hago nada, él se encarga de todo, la cena, las bebidas, los pasteles, esos pasteles de piña que siempre me compra cuando sabe que voy a venir, la música.
Me acaricia lentamente, sus dedos recorren mi frente, mi nariz, mi garganta. Con seguridad va desabrochando uno a uno los botones de mi blusa. Su boca se desplaza sobre mi pecho en busca del punto moreno de mis pezones. Lo consigue y se pierden dentro de su barba y sus labios.
El juego amoroso continúa. Lo que nunca había sentido empiezo a percibirlo. Esa caricia suave que desciende lentamente desde mi cabeza a mis pies, va poco a poco activando todas las fibras de mi cuerpo. Su lengua juguetona contornea mi cintura, absorbe el jugo sabroso de mi sexo y lentamente desciende por mis muslos. Algo raro me embarga por completo. Jamás había sido poseída de esta forma. Mi excitación va en aumento. Me cubre con su cuerpo y juntos gozamos ese éxtasis sublime del amor.
Queda rendido a mi lado mientras su mano sigue acariciando mis pechos. Me duermo. Algunas veces, muy pocas, sentí la necesidad de ser poseída pero siempre fue por iniciativa de mi pareja, de mí nunca surgió la necesidad de amar y casi nunca vibré ante ello, fui, perdón, soy un ser puramente receptivo incapaz de lanzarse abiertamente esa incierta aventura del hombre y el sexo.
Berni
4 de noviembre de 1984

He pasado cuatro días con él en la playa y ahora regreso tranquila. Hay algo en su trato y en su palabra que me relaja. En principio me busca y me desea, pero luego, ante cualquier insinuación por mi parte, adquiere su habitual compostura fluyendo nuestras relaciones por cauces de mesura y recato. A veces pienso que somos uno de esos matrimonios curtido por los años, que todo se lo dicen con los ojos, que saben mutuamente lo que piensan, que han vivido las alegrías del amor, las vacilaciones de la duda, la amargura de la separación pero que sin embargo se mantienen unidos y nada ni nadie los separa. Lo pienso pero no es verdad. Él ¡, porque yo no lo quiero, no me comprende, se abstrae en un mutismo indescifrable y su mente parece disociarse del cuerpo.
Durante meses no nos vimos. Sabía que un día, ante una llamada suya, volvería, que nuestra relación, extraña relación, se continuaría, que nuestras charlas volverían a ser como las de antes, que pese a haber hecho ya el amor, cada vez que lo intentase se encontraría con mi clara oposición. Todo eso lo sabía. Sabía que, en nuestra primera despedida, cuando me dijo que nunca me encariñaría con él, cuando se le cubrieron los ojos de lágrimas y en un arranque de soledad cogió el coche y recorrió solo cientos de kilómetros, había una mentira encubierta. Sabía que no lo olvidaría. Ahora estoy segura que esa pequeña figura que incursionó en mi vida a modo de amigo, amante y consejero, sería alguien con quien me enfadase, a quien rechazase y a veces humillase, pero a quien siempre podría recurrir cuando lo necesitase.
Nuestra intimidad es absoluta. Me tiene como algo suyo y no quiere que el mundo me conozca; para mí es un puerto acogedor en donde me refugio cuando los fantasmas de mi vida anterior se agitan en mi mente, cuando el mundo que me rodea me destroza con sus mentiras y engaños o cuando me siento utilizada y deshonrada en aras de satisfacer las bajas inclinaciones de quien se dicen mis amigas.
Janneth
19 de enero de 1985
Después de casi un año de conocerlo hoy es la primera vez que escribo de él. Hasta ahora había sido uno más de quienes me rodeaban, tal vez más ocurrente, más suspicaz, pero a la postre otro de los muchos técnicos con quienes me he tropezado a lo largo de mi vida profesional.
Cuando lo vi por primera vez me pareció frío, distante, su cara, su figura recortada y pequeña no inspiraba ni simpatía, ni confianza. El estar desplazado de su patria, de su ambiente, y de su familia, lo hacían callado, poco dado a la conversación, ensimismado e introvertido. Se pasaba las horas en el despacho volcado sobre el escritorio, rellenando folios y folios de papel. Hasta mucho después nunca supe que escribía y como podía, tan fácilmente, enfrascarse en algo aparentemente ajeno a su profesión.
El primer día que hablamos surgió ya entre nosotros la controversia. Yo ataqué al conquistador por la destrucción de una cultura milenaria, él lo defendió por el mantenimiento de una raza, por la inserción dentro de la sociedad indígena que no eliminó sino que amó. Por extraños razonamientos me quiso convencer que era mejor salvar un pueblo que una cultura. Creo que está confundido.
A partir de entonces nuestra relación mejoró. Cambió de forma de ser y afloró su vena filosófica. El antes callado se volvió conversador infatigable. Su afán de llevar la contraria era un acicate para mí. Cualquier cosa que dijera me la rebatía. Cualquier palabra o frase eran tomadas en su sentido más provocativo. Poco a poco nuestra relación se afianzó.
De forma encubierta, casi irracional, algo nos unía. Sin saber el porqué, nos juntábamos, charlábamos, nos reíamos de quienes nos rodeaban. Entre nosotros no había nada y sin embargo, estoy convencida, que el día en que uno de los dos nos decidamos, caeremos ambos en la vorágine del amor y del deseo.
Hoy casi se desmoronaron nuestras defensas. Las suyas por el alcohol, el calor y la tibieza de la noche, las mías por ese deseo de saber hasta dónde llegaría; de conocer si era verdad todo cuanto él había dicho relativo a su fidelidad y a la carencia de sentimientos.
Casi me rindo cuando sin saber por qué, su mano se perdió entre mi pelo y sus dedos empezaron a acariciarme la nuca. Un escalofrío me recorrió la columna para evitar algo peor, me retiré.
Lo vi luchar contra esa idea de volver a verme, de aprovechando la noche y su estado de embriaguez entrar en mi habitación y contemplarme desnuda. Vino pero no pudo. Su mano se posó sobre mi frente y con un suave movimiento fue descendiendo por mi nariz, mis ojos, mi boca. Al llegar al cuello se detuvo, apagó la luz y se marchó.
Comprendí que como todos tenía sus puntos débiles, que como todos era vulnerable por mucho que difundiera lo contrario. Era un ser de carne y hueso con sus flaquezas y sus virtudes. Hoy lo conocía, o al menos, empezaba a conocerlo.
Berni
20 de abril de 1985

Debe tener un algo especial para saber exactamente cuándo llamarme. Nunca se olvida. A menudo desaparece en ese misterio que lo envuelve para surgir de repente cuando más lo necesito, o cuando preciso hablar con alguien y que además me escuche.
Como siempre, recurre a mí cuando los problemas le acucian, cuando quiere desahogarse y no desea que nadie conozca sus debilidades. Hoy ha sido al revés. Venía feliz, sus dudas, su lucha, habían terminado, como dijo: “Para mal, todo se acabó, démosle una buena sepultura, evitemos rompernos la crisma contra un muro de incomprensión”.
Salimos este sábado de abril, dispuestos a abandonarnos al sol ardiente de esta incipiente primavera serrana.
Yo también iba contenta. En estos últimos meses todo me salía bien, tenía ganas de vivir, me había olvidado de mis fantasmas y parecía desear iniciar cualquier actividad por rara que fuera, teatro, pintura, turismo, lo que sea. La muerte de Mosco mi pequeño gatito, la había superado, él me había prometido otro recién nacido y así la vida parecía que empezaba a sonreírme.
Fuimos felices, tomamos el sol, nos bañamos, comimos, bueno casi comimos, pues debimos conformarnos con un poco de queso y algo de pan que pudimos comprar en el pueblo. Por la noche regresamos. Como siempre tomé pasteles y “guayusa” caliente. Ni él ni yo bebimos alcohol.
Cuando escribo estas líneas añoro esos días. Todos debían ser así y por desgracia sé que muy pronto, como él, desaparecerá de mí esta paz que ahora me envuelve. Muy pronto la gente que me rodea, mi gente, la cambiaré sin saber por qué, por aquella otra que solo me apela para sus fines y su propia conveniencia.
Janneth

29 de mayo de 1985

En buena lógica debió ser el 31, el último día del mes, el día que nos separásemos, pero no, por un imponderable ha sido hoy, hoy 29 de mayo.
Algo había entre los dos, algo que yo sabía y él intuía, algo que hacía que nuestros juegos de palabras no fueran tales, que nuestros roces se perpetuarán un segundo más, que nuestras miradas se mantuvieran fijas como pidiendo algo que nuestras mentes querían pero que nuestros cuerpos evitaban.
Cuando le pedí que me diera un paseo por los alrededores de Quito, yo estaba ya entregada. Él, sin embargo, parecía frío. Hablaba, conducía con prudencia, escuchaba. Recorrimos las calles, nos perdimos entre el tráfico congestionado de la zona colonial, cruzamos la ciudad de sur a norte, finalmente salimos rumbo a la línea equinoccial.
Un cielo gris y plomizo apenas si invitaba a la efusión. Solo mi cuerpo ardía, él parecía no sentirlo.
Rebasamos el monolito que señala el paralelo de los 0º 0’ 0’’ y seguimos rumbo al cráter de Pulualahua. Allí la carretera termina. A la vista del inmenso valle que tapiza el fondo del volcán, contemplamos el vuelo rasante de los vencejos mientras una brisa helada nos envolvía. Casi no hablamos. Por fin me decidí. Un pequeño regalo, un roce apenas sentido de nuestros labios, una mirada franca. Eso fue todo.
Su respuesta fue inmediata. Toda su moderación, su recato, su aparente timidez desaparecieron. Me envolvió entre sus brazos y empezó a besarme. Aquel beso inicial apenas esbozado se cambió por una cascada de besos ardientes. Nuestros labios se encontraban una y otra vez mientras nuestras lenguas exploraban curiosas las grutas que se le ofrecían. El tiempo pareció detenerse. Solo gozos, caricias y besos tenían cabida sobre aquel acantilado del Pululahua.
Sin notar el frío ambiental vi que mis pechos nacían a la vida. Las ataduras que los aprisionaban fueron hábilmente cercenadas y ahora aparecían libres y turgentes. Él los besaba, los acariciaba y los contemplaba absorto. Los creyó siempre negros y sin embargo eran acaramelados, tal vez excesivamente claros en contraste con el color oscuro de mi piel.
No sé cómo hubiéramos terminado si no fuera por un arriesgado grupo de turistas que incursionó de pronto sobre los riscos. Nos alejamos sin prisa, de forma natural, gozosos y con las manos entrelazadas.
Ninguno de los dos nos arrepentimos de nada, nos separamos sabiendo que a partir de entonces ambos seríamos cómplices conscientes de un amor imposible, de un amor prohibido y deseado.
Cuando se fue, acariciando mi frente con sus labios, me preguntó porque siempre tropezaba en piedras parecidas, piedras que me amarían mucho pero que nunca serían enteramente mías, piedras hechas para el amor, pero incapaces, como yo, de rebelarse abiertamente contra la sociedad en que vivíamos.
Janneth

7 de julio de 1985
Como la primera vez fue hermoso pero demasiado corto. Ninguno de los dos lo habíamos previsto. Tal vez por estar solos y tranquilos, por no esperar que nadie se interpusiera entre nosotros, porque lo deseábamos vivamente, el caso fue que los besos no fueron solo besos, las caricias avanzaron hasta sus últimas consecuencias, y el feo ropaje artificial se tornó por el resplandeciente manto de la piel. No hubo, como siempre, ni pudores ni recatos, ambos surgimos desnudos y nos fundimos en un único cuerpo.
Esa palabra que a él tanto la admiraba, el “rico, rico, muy rico” salía de mis labios sin apenas sentirla. Lo poseía y él me poseía, gozábamos intensamente. Todo mi ardor, todo mi deseo estaba a disposición del sexo.
Quien me enseñó, de donde me viene a mi ese loco frenesí cuando alguien a quien quiero me provoca, es algo que se escapa de mi conocimiento. Siento demasiado, me entrego por completo. Él lo sabe e intenta que mi placer no se termine.
Más tarde se reiría y comentaría que ni era el momento, ni estaba preparado, que fuese como una avanzadilla de reconocimiento antes de iniciar la gran batalla.
Él y yo sabemos lo que queremos, sabemos esperar, incitar, templar el cuerpo y el espíritu. Las dudas, los recelos iniciales han sido superados. Ambos sabemos que nos atraemos como dos potentes imanes, que nuestras vidas públicas son otras muy distintas, que engañamos y que solo vivimos de nuestro amor para nosotros mismos.
Janneth, Janneth, que va a ser de ti, otra vez envuelta en ese juego peligroso del sexo, otra vez al margen de la realidad o sobre la realidad, o en fin, fuera de lo cotidiano. Pero no es eso hermoso, excitante, apasionado.
Berni

9 de junio de 1985
Hoy he sido yo quien le llamé. No sé por qué. Ahora creo que he hecho algo malo, algo que la ha revuelto sus bilis, que la ha cambiado el semblante, que la ha transformado.
Vino a mí como siempre, alegre, confiado y yo le he introducido de golpe en mi nueva vida. Sí, en esa que ha ido poco a poco surgiendo a mi alrededor, que me ha absorbido y que me tiene totalmente presa en sus redes. Su reacción ante Nubia, mi actual protectora, fue violenta. Nunca admitió mi lesbianismo, siempre le pareció repugnante e inmoral; cualquier otra cosa la hubiera superado, aquella no. Fueron horas tirantes, tensas, con grandes silencios. Al final se fue y me dejó con ella. Su despedida fue cortante, seca, fría como el hielo.
Al día siguiente le volví a llamar, él contestó a mi llamada. Fue mi segundo error. Nunca debí decirle que en una mala noche de copas su nombre había salido a relucir. Alguien lo conocía y yo inconscientemente hablé y hablé. La reputación de hombre serio, de persona responsable, se había desmoronado. Al decírselo su semblante se transfiguró. Sus manos temblaron y su habitual sangre fría se evaporó. Eso, justo eso fue lo que siempre quiso evitar. Nuestra relación era solo nuestra, nadie debía inmiscuirse ni profanarla.
De noche me volvió a dejar con Nubia. Entonces protestó. Lo vi enfadado y cruel. Las palabras, las frases, los epítetos surgieron de su boca como dardos envenenados. Nubia aguantó, sabía que al final sería suya.
Se fue sin un adiós, no huía, dejaba atrás un trozo de su vida, de su corta vida en un país extranjero. Se alejaba de aquel gorrioncillo que cuidó y alimentó pero que, o porque no quiso o no pudo, se escapó de sus manos hacia un horizonte erróneo y ficticio.
Su llámame si alguna vez me necesitas era un hálito de esperanza tras una de las pocas puertas nobles que se me cerraron en mi vida.
Janneth
13 de junio de 1985

He sido cruel. Nunca debí decirle que conocí a Berni, que ambas fuisteis amantes del mismo hombre, de un hombre como él, idéntico a él.
Casi de desmorona. No se lo creyó, defendió que era una broma, una broma pesada, que era un imposible. Yo sabía que no. Me acosaba, me preguntaba detalles, incidía sobre determinados puntos. Yo callaba. Había hablado una vez y era suficiente. Por más que él lo dudara Natalia y yo habíamos tenido una experiencia similar a la que ahora vivíamos, pero de eso, hacía ya siete años.
Cuando lo tenía entre mis brazos, cuando sus besos estallaban en mi boca, su mente estaba ausente; rebuscaba fallos, pequeñas contradicciones, cualquier cosa que demostrase que mi verdad era una mentira.
Tardará días en olvidarse, quizás sea algo que flote siempre en su mente como una espada de Damocles a punto de caer, será su incógnita, su duda razonable pero imposible.
Ahora me tiene a mí, ella ha vuelto a caer en la trampa viscosa de su lesbianismo. Conmigo su virilidad le hará olvidar esa atracción hacia lo débil y lo indefenso. Soy fuerte, ambos somos fuertes, ambos entendemos que el amor a pecho descubierto, no nos detenemos ni nos asista el sexo.
Nuestras mentes son el contrapunto perfecto para nuestro deseo carnal. Lo sabemos y ni ellas, ni ese azar del destino podrá romper lo que juntos iniciamos. Él y yo tenemos nuestras vidas, no les romperemos, pero nadie sabrá que bajo nuestra indiferencia vibra una pasión violenta mezcla de amor y sexo, mezcla de deseo y lujuria, mezcla de cariño y ternura.
Janneth

15 de junio de 1985

Nunca dudé que vendría. Le llamé para despedirme y vino. Igual de afable, igual de cariñoso, igual de distante. Salimos en su coche y recorrimos las calles desiertas de la noche quiteña.
Tenía razón. Me habían utilizado, vejado, abandonado. Había sido un monigote en manos desaprensivas. Lo quería para que me perdonase, para decirle que sí, que estaba en lo cierto, que aquel no era el camino. Él callaba.
Como obsequio, en justa comparación por los muchos que él me había ofrecido, le regalé una serie de libros de poesía, uno de Violeta Luna, otro de Carlos Vicente Andrade, Carlitos para sus alumnos, una serie de poemas románticos de la colección Indoamericana, total nada, retazos de una juventud perdida en las aulas del 24 de Mayo.
De repente empezó a hablar y preguntarme. Quería saber de mis 15 años, de mis amigas, de mis profesores, de mis aventuras.
Tardé en coger el hilo de la idea y para su desgracia nada de lo que decía le agradaba. No me acordaba de nombres, ni de hechos, ni de nada.
Su Janneth, aquella que conformaba el envés de mi moneda, era para mí una desconocida, su Alberto, el pícaro profesor de gimnasia y baloncesto, el director de la banda de guerra de los Sopa de Corazones era un nombre perdido entre una playa de maestros. Sus posibles relaciones conmigo, eran, según recordaba, mentiras. Mi extraña experiencia con Janneth era, por último, un capítulo en blanco de mi vida.
Quedó tranquilo. No sabía si me creía a mí o a esa Janneth que de golpe había aparecido en mi vida. No me importaba, ahora era yo quien daba mi adiós definitivo. Me iba, lo dejaba todo, casa, familia, amigos, amigas. Salía hacia Cuenca en donde, con ayuda de mi padre y mis abuelos, intentaría rehacer mi vida. José Luis, ese ser extraño y conflictivo, ese romántico que nunca quiso hacerme daño, ese idealista en un mundo de mentiras, sería una de las pocas imágenes limpias que guardaría de estos mis primeros 25 años de existencia.
José Luis
16 de junio de 1985

Qué diferencia, hace apenas doce meses estaba rodeado de mujeres y saturado de champán, entonces era un hombre sin problemas. Ahora, quien me lo diría, cumplo mis primeros 41 años en una reunión de negocios en la que, por no tener, no tienen ni ginebra.
Estoy cómodamente sentado en un gran butacón de cuero pero mi mente está ausente. Hablan, discuten, mienten, nada de importancia. Yo concerté la reunión y ahora querría estar lejos, añorando solo, o a lo más con la cálida compañía de una copa, una fiesta que de entrada sabía que no podía ser.
Quien de las dos miente, en cuál de ellas de fantasía supera a la realidad. Es verdad que ambas vivieron una misma juventud, (pues para mi desgracia las dos tienen la misma edad y han nacido en el mismo mes, pese a que sus signos del zodíaco no son los mismos), conocieron a idénticas personas, pero lo fundamental, lo que aún no puedo creer, sigue en una nebulosa. ¿Conocieron las dos a un mismo hombre?, ¿lo amaron?, ¿las poseyó?, ¿se embarcaron juntas en una aventura aún hoy inconfesable?, ¿se odiaron tanto como para una de ellas, haberse olvidado por completo de la otra? Todo es una gran incógnita, una incógnita que no quiero descifrar.
Algo influyó decisivamente en la vida de Janneth, algo que para el espíritu simple de Berni, pasó desapercibido. Hoy ni se conocen ni se tratan. Únicamente yo soy su aparente nexo de unión. Pienso en lo irreal de este triángulo, en lo caprichoso del destino. Sufro por Berni, un ser débil, maleado por la vida, un ser para quien parece haberse escrito aquellos tristes versos de Gutiérrez Nájera:

Tú quisiste amar y te mataron
Tú quisiste ser buena y te perdieron

Vivo y gozó con Janneth, capaz de todo, dominadora de todo, pero que, como yo, tiene en el fondo de su cuerpo un pequeño corazoncillo que le índice a hacer cosas extrañas, tan extrañas como amarme, como contarme una historia imaginaria, rocambolesca, preciosa. Una historia que no fue tal pero que pudo haber sido, una historia por la que le doy las gracias pues es el único regalo auténtico que he tenido en este 16 de Junio de 1985.

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