Como decíamos en la mili: “Esto se acaba, no hay quien lo pare”. El proyecto de investigación de yesos por el que vine a Ecuador y que me ha retenido en estas hermosas tierras por más de 18 meses, está dando las últimas bocanadas. Primero fue la entrega del borrador del informe, luego la notificación de que se cancelaba el estudio, acto seguido nuestra fundamentada respuesta (el derecho del pataleo, como dirían los castizos) y por último el oficio del Sr. Ministro en el que muy cortésmente (es un decir) nos comunicaba que todo había terminado. Era un 16 de abril, un día que, a simple vista, no tenía ningún significado, no era el 14, glorioso día de la instauración de la República en España, ni el 25, festividad de San Marcos (y por tanto el santo de mi hermano pequeño), no, era el 16, día anodino y carente de historia.
Mi instinto, o mejor, el de mi abnegada colaboradora y fiel secretaria (único exponente real de un equipo de trabajo antaño florido y hermoso) me decía que detrás de todo había algo más, tal vez una insinuación del todopoderoso “presidente” orientada a acabar con lo iniciado en el gobierno anterior, tal vez algún pingue benéfico (dádiva, cohecho o mordida) por parte de los futuros exploradores hacia los actuales rectores del Ministerio, la esperanza de “calentarse las manos” a nuestra costa, o alguna hábil jugada de mis jefes que cambiaban una moneda de bronce, ya muy manipulada, por otra de oro recién salida de la fábrica. De cualquier forma, el proyecto había muerto. Lo correcto era darle cristiana sepultura.
En eso estábamos. Allí, en el no muy amplio antedespacho del Director de Geología y Minas nos encontrábamos, en la soleada (en verdad, como dice mi hija, hacía un calor sofocante) mañana del 28 de abril, todas las partes de la farsa. Por un lado, los representantes del Consorcio, el Ing. Romero, el Ec. Valencia, el Dr. Serrano (nuestro último fichaje, el hombre encargado no de salvar el proyecto, sino de evitar que termine siendo una ruina económica), y yo, el teórico y hoy día devaluado Jefe de Proyecto. Por otro, la Administración: el Ing. Bolívar Guerra, Director del Proyecto, la Excma. Adriana de Barragán (una pesada que creo que nunca se enteró de cómo marchaba la economía del proyecto) y la Dra. Norma Reyes.
Faltaba, para completar el drama, el Director de la Institución, el Economista Horacio Rueda, que, fiel a su cargo, nos esperaba perfectamente jovial y descamisado, en su despacho. Pasamos y nos acomodamos alrededor de una mesa en forma de herradura presidida por él, los unos a su derecha (nosotros) y los otros a su izquierda (mis amigos ahora opositores, los supervisores).
Empezaba la primera de las reuniones orientadas a discutir la liquidación económica del proyecto. El inicio fue cordial. Nuestro Dr. Serrano y el Ec. Rueda se saludaron efusivamente y rememoraron sus recientes logros político-profesionales (ambos eran del mismo partido y ambos habían luchado con idéntico interés en la última campaña electoral; la única diferencia radicaba en que a uno le habían dado, como recompensa, un cargo público y al otro una serie de prebendas económicas; creo que el Dr. fue el mejor librado), tras esto el Ec. Rueda suelta su ya conocida perorata sobre la evolución del proyecto y su final. Como apunté en mi cuaderno, fue un monólogo pesadísimo, un gran preámbulo que invitaba a dejar cuanto antes la reunión, desgraciadamente tuve que quedarme, digo esto porque a continuación el Dr. Serrano, que entre nosotros no tenía ni idea de por donde iba el proyecto, tomó la palabra y relanzó una serie de elucubraciones legalistas encaminadas a no se qué, creo que a “joder al contrario”. A esta altura de la reunión, yo estaba ya hasta los “huevos”, había oído lo mismo mil veces y siempre para nada. Dado el escaso interés del tema mi única preocupación era la llegada del anunciado “cafecito”. Por fin llegó y hubo cinco minutos de relajación mental mientras lo degustábamos (el Dr. Serrano opinó que aquello era una "agüita" caliente y sucia indigna de una institución pública).
La reunión continuó. El Director empezó a definir la filosofía de la liquidación, el Dr. Serrano se ciñó al contrato y entre los dos se inició una polémica legalista carente de realidad. Mi paciencia estaba llegando a sus últimos límites, era una lucha dialéctica absurda. El resto de los asistentes, hasta ahora mudos observadores, empezó a inquietarse, yo también (mi estómago a estas alturas de la mañana protestaba por falta de alimentos sólidos). Como no, los hombres buenos, esos nacidos para mediar y apaciguar los ánimos, entraron en escena. El Ec. Valencia y la Dra. Reyes pusieron su nota de humanidad y templanza en el diálogo. Las aguas volvieron a su cauce.
Por qué, me pregunto yo, no seremos nobles y lo mandaremos todo a la “mierda”. Por qué seguiremos discutiendo sobre un proyecto muerto imposible de resucitar. Pero no, los buenos logran sus objetivos, todos se apaciguan y seguimos negociando, o sea, analizando la futura liquidación. Los antiguos enemigos se perdonan, dicen aquello de “lo siento, me confundí, sigamos” y continúan matizando conceptos tales como “fin de proyecto, fijo, reembolsable”.
La lógica, o mejor, la perfecta interpretación del contrato por parte de nuestro abogado, imponen su criterio. Se concretan los primeros puntos del litigio. Los oponentes, cansados pero contentos, sonríen, se dan la mano, miran con autoridad al resto de los presentes, como queriendo decir: “¿Veis como se debe discutir? ¿Veis como se puede llegar a una solución válida para todos? Os dais cuenta del porque somos nosotros quienes ocupamos los puestos de responsabilidad, y no vosotros, pobres tontos” y clausuran la reunión.
Yo, uno más, o tal vez el más tonto de los tontos, estoy desecho, mi estómago ruge con ira, hace mas de una hora y media que tenía que haber comido, mi ánimo estaba desolado y mi irónico sentido común solo sabe repetir: “Y para esto he perdido la mañana, no solo la mañana sino los últimos cinco meses”.
Como se imaginará el lector el jueves hubo el segundo round. En él se matizaron todos los puntos dudosos, se llegó a un acuerdo total y se dijo: “Todo se acabó, no hay ni vencedores ni vencidos, ambas partes triunfamos”.
Hoy 16 de julio, a casi dos meses y medio de aquella historia y feliz jornada aún no se ha puesto punto final al proyecto (esto se nota por el simple hecho de que sigo cultivando margaritas en Ecuador y redactando cuentos de malísimo gusto), los documentos últimos están en Procuraduría, en el FONAPRE, en… y yo mientras tanto sufriendo y aburriéndome muchísimo (esto último es broma pero quedaría muy mal si no lo dijera).
No hay comentarios:
Publicar un comentario