Hace mucho tiempo, quizás demasiado, que amanezco solo, que vago indiferente por la casa, que leo, escucho música o simplemente dejo volar la imaginación en busca de un imposible, de un sueño, de una ilusión. Hace mucho, desde el mismo día que llegué, que siento la necesidad de escribir, de verter sobre el papel esas fantasías nacidas de la soledad que me rodea y que oscilan del cuento costumbrista a la crónica política, pero que muchas veces son retazos reales o ficticios de una existencia, la mía, a horcajadas entre los vivido y lo deseado, entre lo que poseo y lo que anhelo.
Hay quien opina que todo, o casi todo son realidades, que no hay una sola línea inventada, que solo la forma y las palabras son frutos de la mente, pero los hechos son ciertos, y en el fondo no hay más que verdades enmascaradas por la ironía, la tristeza o mi mal estilo literario. Es curioso, esto último es siempre soslayado por esas pocas personas cuya curiosidad les ha inducido a leerme, intentando con ello llegar a saber algo más de mi vida. Como todo en mi vida también esto lo empecé tarde y en consecuencia, mis mal llamados cuentos, adolecen de madurez, de sonoridad, de armonía.
Hay quien opina que todo, o casi todo son realidades, que no hay una sola línea inventada, que solo la forma y las palabras son frutos de la mente, pero los hechos son ciertos, y en el fondo no hay más que verdades enmascaradas por la ironía, la tristeza o mi mal estilo literario. Es curioso, esto último es siempre soslayado por esas pocas personas cuya curiosidad les ha inducido a leerme, intentando con ello llegar a saber algo más de mi vida. Como todo en mi vida también esto lo empecé tarde y en consecuencia, mis mal llamados cuentos, adolecen de madurez, de sonoridad, de armonía.
Hoy, ese extraño cosquilleo que tantas veces recorrió mi cuerpo ha vuelto a hacer acto de presencia. Hoy que parece que todo lo que vine a hacer a Ecuador se acabó, que un nuevo capítulo de mi vida está llegando al final, los recuerdos se agolpan en mi mente. Todos, o los más importantes han quedado para siempre sobre estos cientos de cuartillas que un día pensé destruir y que posiblemente alguna vez sean pasto de las llamas, algunos, los que más me han marcado se archivarán en mi corazón, de esos, como tú muy bien sabes, como tantas veces me has dicho, debo eliminar todo vestigio terrenal, todo detalle que los identifique y que pueda, a la larga, ser una pista para reconocerlos. A ellos, poco a poco, los iré despojando de sus vestimentas, de sus colores, de sus formas, dejándoles únicamente en sentimientos, en ideales, en personas. Sí, porque lo que más me ha influido han sido, como no, las personas, esos seres a veces fríos y distantes, a veces cálidos y humanos que me han rodeado, ayudado y no siempre comprendido y a quienes he llegado a admirar y amar. Espero que ellos se acuerden también un poco de aquel pequeño español que por un azar recaló un día sobre sus verdes, abruptas y brumosas sierras.
Llegué para dirigir un proyecto de investigación minera, e hice de todo menos eso. Mis amigos, mis supervisores, mis compañeros pensarán que miento. No es así. Ahora, con la ecuanimidad que da el tiempo podrán decir que planifiqué, ordené, defendí dialécticamente su forma de actuar, evité que se llegara a una bancarrota económica, todo eso lo podrán decir, pero no que fui quien técnicamente llevó el proyecto.
Llegué para dirigir un proyecto de investigación minera, e hice de todo menos eso. Mis amigos, mis supervisores, mis compañeros pensarán que miento. No es así. Ahora, con la ecuanimidad que da el tiempo podrán decir que planifiqué, ordené, defendí dialécticamente su forma de actuar, evité que se llegara a una bancarrota económica, todo eso lo podrán decir, pero no que fui quien técnicamente llevó el proyecto.
Aquellos meses de diálogo, de controversia, de juego de astucias sirvieron para ver en mí una figura gerencial y mediadora. El otrora técnico, más o menos especializado en geotécnica, había muerto. Aquel ávido lector, sabedor de cuanto sucedía en el mundo minero, geológico o hidrogeológico había perdido su éjira; en aquellos largos meses ninguna literatura técnica alimentó su espíritu. En compensación el lápiz y la mente evitaron que su incipiente afición periodística se derrumbara. Investigué, analicé a quienes me rodeaban, me embebí de la vida y costumbres ecuatorianas, intenté con éxito desigual, comprender las reacciones y la mentalidad de este pueblo. En el campo profesional el hombre bueno, callado y observador, siguió como tal, pero sus logros fueron exclusivamente humanos y no técnicos. Ahora, cuando debo volver a enfrentarme con la realidad de mi patria, de una nueva empresa, de mi antiguo trabajo, observo que nadie, excepto yo, conoce mi gran transformación, que todos esperan que regrese ese técnico capaz y voluntarioso que un día partió a defender un proyecto que en teoría nunca debió dirigir. No los defraudaré. Al volver seré el mismo de antes, tal vez un poco más viejo, más cansado y con unas ojeras más negras y profundas. En lo externo las variaciones se achacarán al paso del tiempo, en lo interno, nunca las conocerán.
Vine solo. Jamás supe por qué, pero la realidad fue que, por ilógico que parezca, me expuso a un mundo desconocido y distante únicamente con mis ideas, mi terquedad y mi espíritu aventurero. Me sobrevaloré pensando que sin ayuda podría sobrellevar la soledad y tuve que claudicar. Algo en mi me decía que ni debía salir, ni beber, ni buscar continuamente esas diversiones femeninas con las que siempre soñamos cuando tenemos de todo menos una mujer. El deporte, la lectura y mis fantasías literarias cubrieron ese vacío. Ni la altura, ni mi absurdo régimen alimenticio evitaron que corriera, hiciera gimnasia, nadara y aprendiera a jugar al raquet. Mi soledad se vio saturada por agotadores ejercicios o largas veladas en las que utilizaba mi fluida oratoria para enmascarar cualquier otro sentimiento. Durante noches fui esa mente retorcida que tan pronto ataca, como adula, que discute de política, de religión o de deportes, que se mantiene ágil y agresiva pero que como humana, a veces car rendida por el alcohol, la nostalgia o un cariño lejano y por tanto inalcanzable. Me curtí en la soledad y de ella aprendí a valorar a las personas. Esa soledad, a veces compartida, me hizo saber de las alegrías y de los defectos de quienes me rodeaban, de sus anhelos, sus frustraciones y sus pecados. Cambió aquel ser frío y cerebral, extraterrestre adorador del raciocinio y la lógica, por otro más humano y en consecuencia más vulnerable. Mi musa madrileña, etérea e intangible, nunca conocerá ese nuevo ser moldeado en tierras calientes y duras, donde lo blando, lo programado, lo artificial, ni es conocido ni tiene cabida y en donde se engaña se habla y se ama frontalmente, sin dobleces ni medias tintas.
Mucho he cambiado. Mucho ha cambiado mi figura, mi mente, mi carácter, pero tú, asiduo lector de mis escritos, quieres más, quieres la verdad, saber qué parte de mi ser sufrió el auténtico cambio, en qué momento descubrí que era más que un conjunto de venas, músculos y arterias, cuando me di cuenta que mi coraza de indiferencia había sido traspasada por la daga punzante de los sentimientos. Eso, que puede ser verdad o simple ilusión, eso que algunos quieren imaginar, quedará aún perdido en el laberinto de mi cerebro. La idea sagrada de casi todos mis cuentos, las místicas y siempre conocidas mujeres hoy se mantienen en las sombras. Ellas, las artífices involuntarias de todas mis fantasías, hoy deben retirarse. Aquellas que desde la lejanía me ayudaron, las que aguantaron mis gritos y mis silencios, las que tuvieron que sufrir la larga espera del exilio, las que sin comprenderme me escucharon, las que me enseñaron, las que me tendieron su mano amiga, todas son, para bien o para mal, responsables de mis cambios, y como no, las depositarias directas de estas cuartillas que, si bien es cierto, un día tuvieron su razón de ser, su último destino será el olvido o, en el mejor de los casos, ese comentario indiferente y triste de:
"Sí, alguien que alguna vez conocí, escribió todo eso."
"Sí, alguien que alguna vez conocí, escribió todo eso."
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