jueves, 27 de mayo de 2021

La Nueva Trova Cubana

Ella se empeñó. Si por mi hubiera sido ni loco me pasa por la mente la idea de asistir aquel evento musical anunciado pomposamente como La nueva Trova Cubana. Pero ella se obcecó. Que si Silvio González, que si Pablo Milaneses, que si el ritmo tropical, que si no la acompañaba iría sola, que si nunca la sacaba, total esos mil argumentos inconsecuentes que exponen las mujeres cuando quieren conseguir algo.
Afrontando la primera lluvia del invierno, para mi desgracia con el limpia parabrisas roto, hice de tripas corazón y a media tarde, justo a esa hora que dedico a la lectura, al descanso o a la meditación, tuve que recorrer las inmundas calles de Quito para conseguir, con suficiente antelación, las entradas, pues también según sus razonamientos, si esperábamos a obtenerlas justo antes de la función, nos expondríamos a quedarnos sin ellas.

En esto último acertó. Para mi sorpresa el teatro Universitario estaba totalmente abarrotado. Ante aquella inusitada concurrencia empecé a pensar que todas mis indirectas, mis sarcasmos y mi mal humor, eran injustificados. Si el espectáculo estaba de acorde con el público debería de ser bueno, o al menos aceptable. Nunca, en mi corta vida de noctámbulo quiteño había visto nada parecido: estudiantes, grupos heterogéneos de chicos y chicas, señoras emperifolladas, matrimonios, en fin, una amalgama bulliciosa cubría el patio de butacas.
Algo fuera de lo normal me sorprendió; a la hora en punto el público empezó a impacientarse y con apenas cinco minutos de retraso se apagaron las luces generales y sobre el escenario apareció el cuerpo de baile de la compañía, destacándose en él, la esbelta figura de una morena. De entrada, y para empezar, no estaba mal. Tras ella, un apolíneo muchacho vestido de negro nos deleitó con unas canciones de los tan conocidos González y Milaneses, para luego, sin venir a cuento sorprendernos con una bonita historia sobre los medios de comunicación, los hablados, los visuales y los escritos.

Allí se acabó el espectáculo o al menos el que yo pensaba ver. Lo que a continuación vino fue una serie de chistes escenificados, de fábulas breves, de cortos radiofónicos, todo menos la música y el baile típicamente caribeños.
Entre aquel popurrí de pequeñas obras sin aparente hilación, hubo dos que me asombraron. Cuando se presentó la compañía recalcaron que pertenecían a la escuela nacional de arte escénico cubano, y ahora de pronto, nos presentan una parodia sobre El General escenificando y ridiculizando la figura de un dictador militar, tan común, en otros tiempos en Sudamérica y hoy representada, en sus máximos exponentes, por Fidel Castro y Augusto Pinochet. Al pobre general lo tachaban de ladrón, mujeriego, opresor del pueblo y mil cosas más. De pronto empecé a dudar. Sería que Fidel Castro no era general, se había detenido su ascenso militar en cabo, capitán o tal vez en comandante. Quizás estuviera confundido y en Cuba reinara un régimen democrático con elecciones libres periódicas y pluripartidistas. Estaría tan mal informado para no saber que el paraíso de libertades cubanas había surgido de un golpe militar, aún hoy en el poder. Lo que son las cosas, aquellos actores o quienes los dirigían criticaban, no la paja, sino el leño en el ojo de sus hermanos los chilenos y no se daban cuenta que ellos vivían en el mismo tipo de régimen. Bueno, en el suyo no había protestas, ni oposición, ni nada parecido; el hábil juego de la desinformación y la propaganda lo tenía todo bajo control.
Siguió la obra y con ella los chistes, la crítica contra la televisión americana (tal vez porque era la única que veían), los entreactos musicales. Yo, en mi humildad, solo me recreaba en la escultural morena, y a fuer de no ser hipócrita, con la excelente interpretación del galán masculino.
El público, antes del último número, estaba ligeramente caldeado, algún bravo, algún aplauso suelto, bastantes risas y poco más.
Sobre el escenario, el mejor actor lanzó, como colofón, un monólogo mesiánico sobre la parábola del bonsái. Eran la deuda externa y los malvados jardineros del Fondo Monetario Internacional quienes coartaban el crecimiento de los países latinos obligándolos, como a los bonsáis, a crecer raquíticamente, a convertirse en países perfectos, pero en miniatura. El actor, siguiendo sin duda una consigna política largamente estudiada, contaba la historia de un bonsái que se revela y crece, crece, crece, preguntándose qué le daban sus jardineros y por qué. Otra vez, en mi ignorancia me respondía, al parecer erróneamente, que era dinero, dinero y dinero lo que les daban y se lo daban porque se lo pedían, pues en caso contrario dudo que el Fondo Monetario Internacional lo diera sin un requerimiento insistente de los países.

Sobre el escenario se estaba representando la explicación popular de las últimas teorías políticas de Fidel Castro, expuesta en la reunión de la Habana, orientadas a incitar a los países a no pagar su deuda externa. Bueno, era una forma como otra cualquiera de hacer apología política.
El público se convulsionó, los vivas y los aplausos atronaron en la sala. La gente se sintió de golpe, identificada con el actor y su ideario. Desde mi indiferencia mezcla de sueño, aburrimiento y hambre, no lo comprendía. Admitía, si, que el ecuatoriano o cualquier otro ciudadano de un país demócrata, se mofase de la figura del dictador y que le sentase a rayos tener que pagar a los países ricos su deuda externa, pero no podía entender que un grupo pagado y dirigido por el gobierno cubano despotricase contra un general dictador, cuando ellos mismos tenían uno y seguían a pie juntillas sus consignas, que luego se opusieron a pagar sus deudas a los países occidentales, cuando su máximo endeudamiento provenía de los países del este y justo este hecho ni lo mencionaban, ni aclaraban como iban a solucionarlo.
Salí tranquilo. Mi acompañante, que me había instigado durante toda la semana, ahora protestaba. Aquello ni era serio, ni en su buena lógica debía estar patrocinado por la Unión Nacional de Periodistas, grupo de profesionales a los que se les debe tachar como de imparciales.
No sé la repercusión que tal espectáculo tendría a posteriori, si influiría en una gran parte de la sociedad o solo un grupo reducido, disconforme siempre con los establecido y deseoso de alcanzar ese paraíso irreal que nunca se consigue en la Tierra, y menos aún a base de engañar, protestar, chillar y no trabajar, lo que sí sé es que aquella no era la famosa Trova Cubana que había revolucionado el mundo musical y que fue capaz de engarzar la buena música con un canto de sana protesta contra los males que aquejaban al mundo y que por desgracia se cebaban sobre los países latinos.

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