miércoles, 9 de junio de 2021

Volcanes y barros

Te pensé. Te pensé mucho. Hubiera querido verte entre aquella masa informe de personas, entre aquel revoltijo de seres que indiferentes al calor, al olor y al espacio, se movían mecánicamente por el estrecho corredor jalonado de vendedores ambulantes. Sabía que tú, como yo, intentarías integrarte entre la riqueza colorista que se ofrecía a los ojos, pero que tu mente me estaría buscando.
Quería contemplarte, deseaba que, en un momento determinado, surgiera tu cabeza tras un jarrón, entre una serie de sombreros y bolsos de paja, junto a un grupo de indígenas. Fue inútil. Por alguna razón más poderosa que nuestros deseos, no apareciste. Me quedé con esa ilusión, con mi soledad mal acompañada, con mis cámaras y mis fotos.
Era y lo sabía, mi última excursión. Todo lo que vine a hacer se había terminado. Solo tres días antes se firmó el acta final definitiva, y entonces, cuando la Dra. Reyes me felicitó por el éxito de la negociación, cuando me quedo solo en aquel gran piso en el que durante 29 meses había vivido, trabajado y luchado, en donde conviví con hombres y mujeres, ahora ausentes, recordé mi primer contacto con el proyecto al preguntar la Dra. En la reunión inicial:
—¿Hay entre los asistentes alguien que venga a trabajar en los yesos?—

Volcán Chimborazo
Mi primera llegada a Quito un 27 de febrero, mis contactos, mis programaciones, aquella hermosa fiesta de diciembre en donde empecé a conocer humanamente a quienes me rodeaban, las discusiones, los éxitos y sobre todo, los fracasos. Todo esto flotaba en mi cabeza mientras abandonaba Quito por la Panamericana Sur. Todo eran coincidencias, también fue por aquí por donde salí en mi primera excursión, cuando aún no conocía la autopista de la Amagüaña, más rápida y menos peligrosa. Todo era igual menos el paisaje. Como despedida generosa para un impenitente viajero hoy se ofrecía íntegra y diáfana la cordillera Andina; hoy, aquello que tantas veces me habían comentado era una realidad. Desde lo alto del Tambillo podían contemplarse las dos cadenas montañosas con las enormes moles blancas de sus nevados. Sobre la oriental, el Cayambe, el Antisana y el Cotopaxi; sobre la occidental el Cotacachi, el Pichincha, el Corazón y los Illinizas, más allá antes de llegar a Latacunya surgieron los imponentes Carihuairazo, Chimborazo, Tungurahua y Alter. Todos los volcanes, a excepción del Sangai, se veían con nitidez.

Volcán Corazón
Mientras mi mente recordaba y mis ojos absorbían la majestuosidad de las montañas, hablaba y razonaba. No sé qué pensaría Silvana al encontrarse con un hombre que, por momentos, se olvidaba, no solo de la conversación, sino hasta el hecho físico de conducir. Muchas veces, antes de llegar a Ambato, me preguntó:
—¿En qué piensas?— ella también, como yo, pensaba en otras cosas, en otro hombre en otras situaciones. Ella estaba ausente viviendo un ideal, o mejor, una realidad imposible de conseguir.Llegamos. Casi sin transición nos integramos en una corriente humana que, ajena al cansancio y a las incomodidades se desplazaba por la calle principal convertida hoy en mercado heterogéneo y variopinto. Telas, cacharros, colgantes, vestidos, adornos, hacían las delicias de visitantes y compradores. Yo quería otras cosas. Desde hacía varios meses me habían comentado la famosa feria de Barros de Ambato y esa era mi meta. Al final de la calle, sobre una gran explanada, cientos de vendedores ofrecían sus artesanías de barro. Entremezclados con el polvo y la paja surgían los tiestos, cuencos, macetas y demás enseres domésticos propios de la artesanía de Pujili, más allá, las palomas y gallos policromados de Cuencia, junto a estos la cerámica roja y negra del Cardú o los muñecos de Latacunga. Fue la primera vez que no compré nada. Vi, discutí, sopesé he hice trabajar febrilmente a mi cámara fotográfica. Todo quedó plasmado en mi mente y en ese carrete de diapositivas que iría luego a engrosar mi colección de fiestas, personas y paisajes ecuatorianos.

Ambato
De regreso te volví a pensar. Nuestro lento caminar y aquella lucha constante contra el río humano que nos envolvía eran casi perfectos para dejar volar la mente y la mirada en busca de tu rostro. Fue en vano. Estaba claro que no volveríamos a encontrarnos.
No me quedé en Ambato como había previsto. Tras una agradable comida nos integramos en una celebración cumpleañera y allí, entre el correr del trago duro y la triste música de los pasillos, volví a ensimismarme, a desconectarme de todo cuanto me rodeaba. Debería agradecer aquellas dos veteranas que se esforzaban en presentarme lo mejor de su repertorio, a los hombres que evitaban constantemente que se vaciase mi vaso, a Silvana, confundida como mi mujer o mi enamorada, la paciencia de aguantar todo tipo de bromas, a todos les debía algo y a todos les fallé. Estaba lejos, distante y apagado.

Ambato
Esas luces altas y molestas tan comunes en las carreteras ecuatorianas, esa conversación, ahora cálida, de Silvanita, ese calor interior consecuencia del alcohol, solo servían para que mi mente siguiera cavilando. Ni la majestuosidad de los volcanes, ni los cientos de barros, ni los pasillos ni nada podían apartarme de ti. No sé por qué, pero ahora que estamos lejos, ahora que te habías apartado de mí, ahora que para el mundo éramos solo dos antiguos conocidos, era cuando más te extrañaba. Añoraba aquellas mañanas en que me preguntaba, ¿Me pensaste? Soñaba en mi oído el soniquete de Te comunico que… se me llenaban los labios de tus besos y me sentía embriagado de tu perfume. Todo eran sensaciones de otros días, de otros momentos intensamente vividos, pero que de golpe habían desparecido. Tú, el proyecto, mi casa, todo cuanto me había mantenido, se fue.
Solo tú quedarás para siempre, solo tú te perpetuarás al paisaje, a los colores, a las formas. Solo tú, como una enorme cicatriz abierta vivirás en alguna parte de mí ser. Como siempre te dije, soy muy viejo para que una herida se cierre y su cicatriz desaparezca. Mis tejidos, por aquello tan clásico de la edad, se regeneran mal y por eso, mal que te pese, siempre vivirás en mí.

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