Si alguna vez, en algún lugar o en cualquier reunión de gente extraña, a preferir de señoras, defiendo o hago apología de mi indiferencia política, será porque estaré borracho o intento sonsacar cuanto de política hay en mis interlocutores. Lo quiera o no soy un enamorado, desgraciadamente platónico, de la cosa pública. Vaya por donde vaya ese juego maldito y engañoso de la política, esas continuas contradicciones y cambios de quienes la ejercen, es algo que me obsesiona. En mi familia algunos, como mi padre y mi hermano, vivieron y aun viven de ella, yo, en cambio, por timidez, falta de fluidez dialéctica y sentido conciliador, he sido siempre como sea fútil mariposa que quema sus alas alrededor de las flores más hermosas, muriendo así sin atreverse nunca a absorber el néctar dulcísimo de sus pistilos, ni a descansar bajo la tibia sombra de sus pétalos. Soy así y así moriré. Esto no quise decir, como antes apunté, que la política sea para mí algo sin sentido, es todo lo contrario, mi juguete favorito, el manantial de donde brotan ideas y más ideas.
No quisiera que alguien achacara lo agridulce de estas líneas al hecho de estar desplazado de mi patria, viviendo en un país que no es el mío, esto, para ti suspicaz lector, ha sido dulce, lo agradable de la historia, lo otro, lo que poco a poco irá fluyendo de mi pluma, es lo agrio, lo que me ha hecho pasar muchas noches en vela y ha terminado blanqueando mis cabellos.
Bonitos slogans. Aquello de: “100 años de honradez socialista” o “Por el cambio” fue, para la mente débil de muchos españoles un martilleo constante que acabó llevando al poder al partido de Felipe González. Fue, como siempre en política, una enorme mentira electoralista. Pregonaron lo contrario de lo que eran. Hoy, con la ecuanimidad que da el tiempo, y en mi caso también el espacio, creo firmemente que el único político honrado que he conocido fue mi padre (no porque fuera mi padre, sino porque tras doce años de vida política en activo, murió pobre en aras de unas ideas en las que creía y de las que, para mi desgracia, no sacó ni una mísera peseta). Los de ahora, los chicos de babor como los nomina un hiriente escritor de derechas, se han hecho de oro: casas, terrenos, yates y hasta amantes, que esto, también cuesta su pasta; debe ser como compensación a esos tan cacareados años de honradez, como ellos dijeron, que había que cambiar y efectivamente cambiaron, ya no son honrados. Pero eso no fue todo lo de por el cambio fue mejor. Efectivamente cambiaron, cambiaron algo por nada, destruyeron lo poco que había, multiplicaron el paro y llevaron a la quiebra a cientos de pequeñas empresas.
No quisiera que alguien achacara lo agridulce de estas líneas al hecho de estar desplazado de mi patria, viviendo en un país que no es el mío, esto, para ti suspicaz lector, ha sido dulce, lo agradable de la historia, lo otro, lo que poco a poco irá fluyendo de mi pluma, es lo agrio, lo que me ha hecho pasar muchas noches en vela y ha terminado blanqueando mis cabellos.
Bonitos slogans. Aquello de: “100 años de honradez socialista” o “Por el cambio” fue, para la mente débil de muchos españoles un martilleo constante que acabó llevando al poder al partido de Felipe González. Fue, como siempre en política, una enorme mentira electoralista. Pregonaron lo contrario de lo que eran. Hoy, con la ecuanimidad que da el tiempo, y en mi caso también el espacio, creo firmemente que el único político honrado que he conocido fue mi padre (no porque fuera mi padre, sino porque tras doce años de vida política en activo, murió pobre en aras de unas ideas en las que creía y de las que, para mi desgracia, no sacó ni una mísera peseta). Los de ahora, los chicos de babor como los nomina un hiriente escritor de derechas, se han hecho de oro: casas, terrenos, yates y hasta amantes, que esto, también cuesta su pasta; debe ser como compensación a esos tan cacareados años de honradez, como ellos dijeron, que había que cambiar y efectivamente cambiaron, ya no son honrados. Pero eso no fue todo lo de por el cambio fue mejor. Efectivamente cambiaron, cambiaron algo por nada, destruyeron lo poco que había, multiplicaron el paro y llevaron a la quiebra a cientos de pequeñas empresas.
Chicos de babor
Volverá a perdonarme el lector si, tal vez por mi imperfección humana, ejemplarizo con mis propias vivencias, pero comprenderá que no hay mejor escuela que la de la vida ni parábola más perfecta que la realidad. Al llegar estos chicos al poder, mi empresa, sin decir que era una maravilla, se mantenía, trabajábamos y mal que bien, vivíamos. A partir de diciembre del 82, estos chicos que nunca habían planificado nada, que no sabían lo que tenían en la mano, se dedicaron durante un largo año al bonito ejercicio de divagar, bueno no, a eso y a lo de lucrarse honradamente mediante la amoralidad, la falta de profesionalidad y el robo encubierto, claro, la consecuencia lógica fue la lenta desaparición de las empresas privadas y la improvisación en la adjudicación de obras y proyectos.
Por esos imprevistos del destino, lo que un día fue para mi casi trágico, lo que mis compañeros calificaron como destierro, fue, a la larga, un islote de esperanza. Desde aquí, desde casi 18.000 km de distancia, más que ver, me han ido contando la lenta muerte de mi empresa. Hoy solo quedo yo, lo que fue un grupo de técnicos competentes y compenetrados es ahora una diáspora triste. Aquella oficina que me nutría de información y me resolvía los problemas es hoy un telex muerto. La alegría de quienes me despidieron un día se ha tocado en tristeza y odio. Los amigos de ayer hoy son mis desconocidos. Ese nexo hacia algo vivo ya no existe, y sin embargo aquí sigo manteniendo lo que un día fue. Durante mucho tiempo tuve que mentir ante todos, tuve que tragarme preguntas y más preguntas, tuve que disimular y enmascarar, con risas, los problemas que me envolvían. Hoy algunos lo saben y me ayudan, los más se mantienen en la ignorancia. Hoy la inquietud de la duda ha desaparecido y solo me queda una gran soledad técnica y la pérdida transitoria de esos amigos con los que tan buenos ratos pasé trabajando por toda la geografía hispana.
Hace cerca de 20 meses que llegué a estas cálidas tierras y casi al mismo tiempo Vicente (entonces solo sabía su nombre) recaló también por aquí. Fue él quien primero me saludó, me preguntó por la familia, se interesó por mi trabajo, en fin, se comportó como un español que se encuentra, en el extranjero, con alguien de su tierra y como él, también solo.
En parte por el trabajo, y en parte por no volverlo a ver en mucho tiempo, lo fui olvidando. De tarde en tarde lo veía, tomábamos unas copas, nos intercambiábamos información, en fin, lo normal.
Con el tiempo ambos nos consolidamos en Quito. Desde entonces nuestros contactos se acrecentaron, charlábamos más, teníamos amigos comunes, empezábamos a interesarnos por nuestros respectivos trabajos; en la soledad y bajo el efecto ablandador del alcohol, las trabas iniciales fueron lentamente eliminándose, y entonces, solo entonces la política, mi gran amiga encubierta de la política surgió inevitablemente.
Por esos imprevistos del destino, lo que un día fue para mi casi trágico, lo que mis compañeros calificaron como destierro, fue, a la larga, un islote de esperanza. Desde aquí, desde casi 18.000 km de distancia, más que ver, me han ido contando la lenta muerte de mi empresa. Hoy solo quedo yo, lo que fue un grupo de técnicos competentes y compenetrados es ahora una diáspora triste. Aquella oficina que me nutría de información y me resolvía los problemas es hoy un telex muerto. La alegría de quienes me despidieron un día se ha tocado en tristeza y odio. Los amigos de ayer hoy son mis desconocidos. Ese nexo hacia algo vivo ya no existe, y sin embargo aquí sigo manteniendo lo que un día fue. Durante mucho tiempo tuve que mentir ante todos, tuve que tragarme preguntas y más preguntas, tuve que disimular y enmascarar, con risas, los problemas que me envolvían. Hoy algunos lo saben y me ayudan, los más se mantienen en la ignorancia. Hoy la inquietud de la duda ha desaparecido y solo me queda una gran soledad técnica y la pérdida transitoria de esos amigos con los que tan buenos ratos pasé trabajando por toda la geografía hispana.
Hace cerca de 20 meses que llegué a estas cálidas tierras y casi al mismo tiempo Vicente (entonces solo sabía su nombre) recaló también por aquí. Fue él quien primero me saludó, me preguntó por la familia, se interesó por mi trabajo, en fin, se comportó como un español que se encuentra, en el extranjero, con alguien de su tierra y como él, también solo.
En parte por el trabajo, y en parte por no volverlo a ver en mucho tiempo, lo fui olvidando. De tarde en tarde lo veía, tomábamos unas copas, nos intercambiábamos información, en fin, lo normal.
Con el tiempo ambos nos consolidamos en Quito. Desde entonces nuestros contactos se acrecentaron, charlábamos más, teníamos amigos comunes, empezábamos a interesarnos por nuestros respectivos trabajos; en la soledad y bajo el efecto ablandador del alcohol, las trabas iniciales fueron lentamente eliminándose, y entonces, solo entonces la política, mi gran amiga encubierta de la política surgió inevitablemente.
Reunión de negocios
Salvo honrosas excepciones la colonia española en Ecuador es de derechas, casi podíamos decir que de extrema derecha. Esto condiciona que no haya fiesta ni farra en donde no aparezca primero la guitarra, luego los cantos regionales y por último la crítica política y en donde no se pongan en un brete a los partidos de izquierdas. Una de las grandes habilidades de Vicente fue la de no tropezar en esta piedra (como ejemplo a no seguir tenía el de nuestro glorioso embajador y su séquito, que por esta exclusiva razón estaba enfrentado tanto a los españoles residentes como al mismo gobierno de la República).
Al principio a todos nos extrañó. Un hombre solo, bien trajeado, con abundante plata, viviendo de forma continua en el Hotel Colón, desplazándose por todo Ecuador y a veces por los países limítrofes, siempre bronceado, habitual de los mejores clubs deportivos de Quito, jugador diario de tenis, gran aficionado a la adquisición de cuanta cerámica precolombina cayera por sus manos, poseedor en pocos meses, de una magnífica colección de antigua filigrana de oro, y viajero continuo a la madre patria, no era normal en estas latitudes. O hacía excelentes negocios, cosa por otra parte improbable ya que entre nosotros lo sabíamos todo o había en él gato encerrado.
Al principio a todos nos extrañó. Un hombre solo, bien trajeado, con abundante plata, viviendo de forma continua en el Hotel Colón, desplazándose por todo Ecuador y a veces por los países limítrofes, siempre bronceado, habitual de los mejores clubs deportivos de Quito, jugador diario de tenis, gran aficionado a la adquisición de cuanta cerámica precolombina cayera por sus manos, poseedor en pocos meses, de una magnífica colección de antigua filigrana de oro, y viajero continuo a la madre patria, no era normal en estas latitudes. O hacía excelentes negocios, cosa por otra parte improbable ya que entre nosotros lo sabíamos todo o había en él gato encerrado.
Excelentes negocios
Repito que lo de que fuera socialista era un hecho anecdótico, pero el caso es que lo era, que toda su sustentación radicaba en el hecho de ser el representante, puesto por el Gobierno Español a dedo, de una empresa nacional, una empresa que durante sus 20 meses de gestión no había realizado ni una sola operación, una empresa, como no, deficitaria en España, pero que no obstante se permitía el lujo de tener un técnico viviendo permanentemente en el mejor hotel de Quito (entre unas cosas y otras únicamente en concepto de hotel se podía gastar del orden de 4.600 $ al mes, eso sin contar sueldo, dietas, comisiones, gastos de representación, ni otra bicoca) y que se desplazaba a España con una regularidad casi mensual (cada viaje sale por la tontería de 1.500 $). Total que según las malas lenguas este profesional costaba al bolsillo de los españoles del orden de 10.000 $ al mes. A mí nunca me pareció mal, si me lo hubieran ofrecido lo habría aceptado gustosamente aunque para ello tuviera que sacarme el carnet de la U.G.T. (sindicado socialista), sin embargo, para mi desgracia, no me lo ofrecieron. Lo que sí me parecía mal, lo que me sigue pareciendo fatal es que se adjudiquen puestos no por la capacidad técnica, humana o política de las personas, sino porque sí, Vicente salvo por el dinero nunca quiso venir a Ecuador. Odia a los ecuatorianos, no los entiende, los tacha de retrasados e indios, le repugna sus comidas, los cree incapaces de iniciar y terminar felizmente una operación comercial, así, con estas bases, nunca conseguirá nada. Por odiar, odia hasta a sus mujeres y eso para mí, eterno admirador del sexo femenino, es algo que le imposibilita para hacer en este país cualquier tipo de gestión. En estas condiciones mal puede vivir en esta sociedad, lo quiera o no, lo desee o lo repruebe el PSOE, su actuación empresarial dentro de la República ha sido y lo seguirá siendo, nula. El socialista del hotel Colón es hoy en día una figura desconocida dentro del ámbito comercial, es tan desconocida que en la última gran transacción económica del municipio quiteño se adquirieron sus productos, pero no por su mediación, sino por la de otro español que aun hoy después de haber hecho una venta de casi 3 millones de dólares me pregunta por el representante español del producto, solo para conocerlo, yo, muy a mi pesar debo indicarle que debido a las fechas, está plácidamente veraneando en España.
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