domingo, 21 de febrero de 2021

La seducción

Durante la última semana cuatro diferentes mujeres me contaron sus vidas: una intentó violarme y otra me está seduciendo. Bonita semana para alguien acostumbrado a la vida tranquila, sedentaria y sin grandes emociones.
Si por separado cualquiera de ellas es un mundo, un pequeño mundo, juntas conforman un universo. La problemática personal, la familiar, la social, el amor, el adulterio, la frigidez, el lesbianismo, la degradación, la droga, la cárcel, son aspectos aislados de unas vidas que por azar han confluido, de golpe, sobre mi existencia.
De las cuatro, tres están solas. Una añorando un amor imposible, otra huyendo de las mujeres que la tientan, la arrastran y la poseen.
La última buscando en el sexo de los hombres el inútil remedio a su frigidez. La cuarta solo lucha contra su mente, pero aun, contra una experiencia juvenil que la marca de forma indeleble. Las dudas que tal hecho le plantean hacen que a veces, reniegue de lo que tiene, que recuerde con dicha los días en que cuidaba con celo su amor prohibido, que intente lanzarse a aventuras eróticas desprovistas de futuro pero cuajadas de realidades, que se empeñe en conseguir, como en sus años mozos, todo lo que desea, aunque para ello tenga que fingir. Quiere volver a sentir ese gusto agridulce de lo prohibido, vivir el suspense de la mentira, gozar con el placer del engaño.

Las tres primeras, en algún momento, buscaron mi cuerpo y lo encontraron dispuesto. Para ambos fue la culminación momentánea de un estado de exaltación erótica. Fue, como diría Gala, “ese tránsito fugaz de la amistad al amor al interponerse entre nosotros el sexo”, fue un intento de unir las mentes mediante el vínculo del cuerpo. Esto que en muchos casos termina en fracaso, fue para nosotros, sino un éxito sí la continuidad de una amistad.
El diablo puso ya en la mente de la primera mujer el germen satánico de la seducción. Desde entonces, su poder aunque encubierto, ha ido creciendo constantemente. Es muy difícil que lo que desee lo consiga, sobre todo si el hombre entra en su juego. Qué razón tiene ese viejo proverbio chino al decir “si cuando una mujer te habla, no quieres perderte en su lógica irracional, sonríe, baja la mirada y huye”. Sin embargo, los hombres no leemos a Confucio y cuando una mujer nos mira caemos invariablemente en las redes de su embrujo.

El poder de seducción es su atributo más atrayente y peligroso. En él brilla con luz propia, domina todas las técnicas y recursos, tan pronto utiliza su cuerpo como su mente, en función del objetivo adecúa sus armas más idóneas. El olor, la voz, la mirada, la insinuación, el recato, todo es válido en su mundo, todo es perdonable con tal de conseguir lo deseado. De acuerdo con la presa las técnicas varían. No todos ceden antes los atributos externos, no todos se doblegan ante lo incierto y lo prohibido, no todos naufragan ante razonamientos sugerentes, pero todos caemos ante una mezcla de ideas, insinuaciones y promesas.
Desde el día en que me obligó a que hablara con ella mirándole a los ojos supe que estaba perdido. Puedo contar fantásticas historias o aventuras irrealizables, pero me es imposible, cuando una mujer me mira de frente, decirle “no” o “mentirle”. Desde aquel día su ascendencia sobre mí se acrecentó. Lo sabía y lo utilizaba. Nunca forzó una situación, nunca llegó al límite de sus posibilidades. Siempre, aunque a veces lo disimulase bajo una apariencia frívola, actuó fría y lúcidamente, quería saber hasta dónde podría yo aguantar sin pasar a la acción directa, acción que por otra parte rechazaría si se diera.

Durante meses ese juego encubierto de sonrisas, preguntas y comentarios, aparentemente intrascendentes, ha ido eliminando los posibles obstáculos que nos separan. A períodos de máxima confianza siguen lapsus de tiempo vacíos en los cuales, más que aminorarse la pasión se fortalece para la próxima embestida. Detrás de cada uno queda destruida una barrera, un tabú o un prejuicio. Hoy puede decirse que ya estamos desnudos frente a frente. Solo mi lógica se opone a su poder. Solo un extraño miedo o el hecho de tener que abdicar de todo lo que durante tanto tiempo defendí me impiden lanzarme a la posesión de su cuerpo, que por momentos se me ofrece y se me hurta en un juego perfecto de seducción.
Insinuar, tentar, seducir son armas femeninas contra las que casi no tenemos defensas. Sé que se cimientan en la mente, ellas saben que, para triunfar, deben primero doblegar la lógica del varón, hacerle saber que no solo el cuerpo y sus atributos tienen poder, también su astucia cuenta.
Últimamente ha aprendido mucho. Siempre coqueteé con las ideas y ahora me encuentro con mujeres que, sin pudor alguno, emplean su cuerpo para conseguir el mío. Compruebo que el juego de la seducción, pese a ser atrayente, excitante y peligroso, se desmorona al pasar el seductor a la conquista directa del seducido, o bien, cuando el equilibrio inestable en que ambos se mantienen, se rompe ante una de las muchas debilidades que todos tenemos.

Pese a todo, seducir es hermoso. Plantea la duda del, ¿cuándo caerá?, activa la imaginación buscando el momento preciso, el lugar, el ambiente, elimina el pecado pues al crear un proceso tan prolijo y meditado, su conclusión no es ya una falta sino la consecución del objetivo tan largamente deseado. Existe finalmente la posibilidad de no llegar a conseguirlo, puede darse el hecho de que dos seres se acerquen al fuego sin quemarse, que jueguen con lo prohibido sin caer, que, por algún misterio de la naturaleza, se atraigan y nunca lleguen a unirse. Aunque improbable esta idea ilusoria palpita en el fondo de todo seductor o seducido que albergue en su alma un poquito de romanticismo.

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