domingo, 13 de junio de 2021

Gracias, negrita

Su cuerpo si que era frutal, dulce, oloroso. Y jamás fría, siempre cálida, viva, la inolvidable compañera de la lucha y el placer.
J.L. Sampedro
Me incitaste a conocer todo lo relacionado con tu pueblo: su música, sus costumbres, su literatura, sus gentes. Me ofreciste, sin pedirme nada, sin recriminarme el daño que te hacía, sin esperanzas, viviendo y gozando, lo que cada momento te pedía. Entraste en mi vida de golpe, sin miedos ni titubeos, a sabiendas que nuestro amor era un imposible. Aquel verso tan triste: “Solo tú y yo sabemos lo que la gente ignora” fue lo que nos marcó, ese y muchos más. Nunca encontramos “un día para vivirlo juntos” y sí muchos momentos hermosos, muchas horas de felicidad solo truncadas por un reloj, una obligación o un miedo.
Ni mi mene, ni mi pluma son capaces de describirte, de narrar nuestra maravillosa aventura. Soy torpe y como tantas veces me has dicho, aun mantengo la imagen del viejo conquistador hispano: pequeño, barbudo, soñador, introvertido y ferviente adorador de las mujeres, de aquellos hombres, que pese a tus ideas, no destruyeron sino perpetuaron una raza, que tal vez, por su desmedida codicia, expoliaron el oro de los indios, pero nunca los eliminaron ni vejaron. Sus leyes, esas horribles leyes que tiñeron de luto 200 años de la historia fueron únicamente contra ellos y no, como muchas veces se dice, contra las comunidades autóctonas; por eso, por mi falta de talento o por honrar a uno de tus escritores, me perdonarás que me apoderara de su prosa.
“De hoy en adelante no te llamaré por otro nombre que Mara ¡Mara! Con tu pelo negro cayendo ondulado sobre tus hombros, sentada frente a mí, tus párpados de uva llenos de lágrimas, cogida a mis manos, con tu boca carnosa amargada, con tu nariz recta temblando como el pecho de un ave, me lo contaste todo. Yo sabía que ese era tu remedio. Ni agua ni inyecciones, sí rezos. Mara, tenías que contárselo a alguien y tuviste fe y confianza en mí, me confiaste algo más íntimo que tu amor, más íntimo que tu desnudez. Me confiaste tu dolor.”
Te acuerdas de aquella tarde en que despacio, sin saber a ciencia cierta por qué, me abriste tu corazón, me entregaste tu mente. Yo callé y asentí. Tal vez allí empezó esta relación que nunca morirá.
“Fui el primero en oír tu llanto cuando caías vencida al martirio de tu silencio y sin embargo, no pude advertir antes tu tragedia”. Ahora la sé, la sé toda y para mi desgracia he añadido a ella otra parte importante. Has sufrido siempre. Todo lo que deseaste lo tuviste sin poderlo retener. Fueron hermosas experiencias que solo tenían cabida en tu mente y en tu diario.
“Mara, Mara. Es la noche. Aquí están libres. Aquí mis papeles de escritor. Aquí la ventana abierta desde donde veo las estrellas. Oigo el carraspeo de la hamaca. Una guitarra lejana bordeando la noche. Tú no duermes bajo mi amparo Mara".
Aquí están mis poemas, mi novela en la que trabajo anhelante, los libros en que leo, la ventana y el cielo estrellado. Pero en mi libreta, que nadie leerá, yo me desahogo de tu angustia y aquí, y para mí, no te llamaré de otra forma: ¡Mara, amargura! Ambos nos desahogamos, yo emborronando cuartillas y tú hablándole a ese diario que te acompaña desde los 15 años y en donde has ido vertiendo tus alegrías, tus experiencias, tus fracasos y en donde yo aparezco únicamente con mis iniciales J.L. ese montón de páginas que nadie leerá y que tal vez, como éstas, no sean más que gritos de angustia perdidos en el mar blanco de la soledad, son partes de tu vida, las más queridas para ti, las que a veces abrazas con pasión y otras quisiera eliminar como esos malos sueños que te acosan en tus noches de insomnio.
“Mara, no tengo valor para hablarte y debería hacerlo. Pero temo a tus grandes ojos húmedos color madera rojiza, ojos de agua transparente sobre tierra roja. Sé que nada me dirás. Que apenas bajarás tus párpados lentamente. Sé que me comprenderás. ¿Y cómo no iba a ser? Pero es a eso que temo. A tu dolida serenidad. A tu angustia rechazada. Tú eres de las que todo esperan, nada te sorprende. Yo, sin embargo, te conté mi vida creyendo decirte una tragedia singular”.
No, es mentira, mi vida es simple, monótona, lineal. Hasta conocerte, hasta conocer este país, nada ni nadie me había conmovido. Desde ahora será distinto. Has, o mejor habéis roto esa envoltura de indiferencia y lógica que me rodeaba. Mi tragedia será mi humanidad. Ya no seré ese ser frío que un buen día arribó a estas cálidas tierras en donde se da la caña de azúcar, el cocotero, el aguacate, el café y en donde la fantasía, la insensatez y la lujuria alcanzan sus máximas cotas. Tendré que acostumbrarme a vivir con mujeres que vibran, que sienten y que gozan. Todo esto no de lo conté, tú eras el problema, el ser joven e indefenso con una vida por delante y ya con un gran cúmulo de experiencias. Tú fuiste la fuente de la que todo lo aprendí, mi libro de cabecera desgraciadamente siempre lejos de mi mesilla.
“Mara, ¿cómo decirte? qué cosa estrecha es a veces la palabra ¡Mara! yo conozco tu piel verdi-blanca de mate color, carne de agua de mar. Una tarde, sin esfuerzo alguno, se tocaron las yemas de nuestros dedos y no nos sorprendimos. No lo intentamos pero lo esperábamos. Tú sonreíste. Tu suave sonrisa, plácida, no era alegre. Tú no eres alegre. Siempre eres dolida. Pero esa tarde, en tu sonrisa, había la vaga, la distante sonrisa de un niño, triste como tú y yo”.
Vuelvo a recordar. Aquella mañana, aquel roce de labios, aquel consentimiento pleno. Tu piel tibia, tus pezones, tu vientre plano, tu sexo y siempre tu sonrisa. Ríes, impartes alegría. Tus penas, tus problemas duermen bajo el mando de tu simpatía. Existen, pero solo nosotros los conocemos.


Quito
Revivo tu cuerpo desnudo entre los grandes helechos, tu pelo lacio sobre la cara, tus jadeos, tus frases, tus explosiones de gozo incontenido: “Mi vida. Mi amor. Mi cielo. Rico, rico, rico”. Tu sonrisa, como la de Mara, es como la de un niño pequeño, como la de aquel niño que ella tuvo y que tú perdiste, como la de ese niño que tal vez algún día germine en tu seno, la de ese niño, como tú, fruto de un amor prohibido.
“¿Qué hacer Mara? Yo te siento llegar a la casa. Te me anuncias con tu perfume de carne mojada. Te veo menuda, drástica, ágil, caminando con tu breve paso. Pero tus grandes ojos color de agua sobre tierra ocre, tus ojos serenos y abiertos, tu pelo retozón, tu piel color de lana tostada y tu hablar. Y las yemas de mis dedos obsesionados por el terciopelo vegetal de tu piel”.
No son mis dedos. Son mis labios quienes recorren golosos los contornos de tu cuerpo. Es mi instinto de macho quien te ventea, quien espera cada mañana que como el sol surjas de repente junto a mí. Eres la mujer del día, de la luz, de la claridad. Nunca las sombras de la noche nos han sorprendido, solo el sol y el cielo azul de este Quito centenario han sido los únicos testigos de nuestro amor.
Ahora te has ido. Te fuiste antes que yo. Como perfecto grumete dejaste que fuera el capitán el último en abandonar la nave. Miro a mi alrededor y contemplo con pena la terrible realidad de lo último. El último libro, el último viaje, la última botella de ginebra, nuestra última mañana de amor, mi último cuento. Si mi último cuento es para ti. Real, soñado, imaginado, solo tú y yo lo sabemos. ¿Habrá sido todo verdad o será una burla más de mi inquieta inventiva?
“Yo encontré mi auditor más asequible en el papel. He vertido en él mi palabra y mi sangre y mis angustias. Todo cuanto ha hecho mi silencio lo he escrito en estas notas. Como quien da un retrato, como quien se desnuda, te doy esta intimidad mía. Vas a ser, con tus ojos de hembra, mi vida y lo que soy. Comenzaré a morir así”
Todos han querido alguna vez leer estos cientos de cuartillas fruto de mis vivencias o de mi mente. Muy pocos, por no decir nadie, han tenido la paciencia necesaria para hacerlo. Varios han leído uno, dos o tres de estos capítulos extraños de mi vida y han querido siempre verme como protagonista principal de la farsa. Se han equivocado. Esta mezcla de fantasía y realidad tiene unos límites tan finos que a veces ni yo mismo sé dónde empiezan y dónde terminan. De lo que sí estoy seguro es que todo es fruto de una serie de hechos cotidianos. Deformados en aras de lograr una cohesión pocas veces lograda.
Como siempre vuelvo a apartarme de ti. Tú tampoco los has leído. Nos encontramos en el irreal de mis escritos y a partir de entonces empezaste a tener en ellos vida propia. Al principio como una quimera, como un ideal inalcanzable, luego como algo real y maravilloso.
No serás mi Mara, tienes nombre y apellido, tiene entidad, cuerpo, sentimientos. Eso, sin embargo, quedará entre los dos. Para el papel, para el curioso te llamarás, como tantas veces te llamaron y aún siguen llamándote Negrita. Yo nunca, salvo ahora y en aquella luminosa mañana en que te dije Gracias Negrita te llamé así. Entonces te acuerdas, vivíamos el amor bajo una blanca sábana de lino, estábamos sudorosos, cansados y felices. Desde entonces aparté para siempre de mí aquel "Lo hago bien…", desde entonces, determinados meses y en ellos determinados días, se grabaron con oro en el calendario de mis sentimientos, desde entonces supe que la mujer serrana no era “una mezcla informe de pasiones ardientes y frialdades extrañas, de entusiasmos momentáneos y cálculos ruines con un exagerado espíritu religioso y un fanatismo elevado al último extremo,… un ser débil, de poca iniciativa y víctima de enfermedades nerviosas”, supe que había mujeres como tú, mujeres excepcionales, olvidadas dentro de la complicada y machista sociedad quiteña.
Te llamé Mara, te llamaban Negrita, pero para mí serás siempre…
Gracias Negrita por todo lo que me diste y lo que me enseñaste. Gracias por haber hecho un hombre de lo que hasta hace poco era solo una máquina.
Nota: Para el mal intencionado lector debo aclarar que todos los párrafos en cursiva y entrecomillados pertenecen al libro de Enrique Gil Gilber, Relatos de Enmanuel. Ese lector debe comprender que soy apenas un principiante carente de ideas y de recursos. Pido disculpas a quienes pensaron que tan hermosa prosa pudo haber salido de este aprendiz de escribano.

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