¿Sabe usted qué es un vodevil? No, no ponga esa cara Don Pedrito, ya sé que no lo sabe. Es …, como podría decírselo. Un lío, un tremendo enredo en donde aparecen muchas mujeres ligeras de ropas, una suegra que surge en los momentos más inoportunos y al final, por una mala pasada del destino, se tiene a la esposa en la cama y al amigo en el armario, es, como muy bien puede ver, un problema en el que por nada del mundo querríamos estar.
Póngase cómodo. Como ve la casa está ordenada. No me mire así. Ya sé que me he pasado. Que lo de traer aquí a una amiga, a veces dos y lo de montar fiestas hasta el amanecer, lo admite, lo comprende y se calla, pero lo de anoche y esta mañana, eso… Tranquilo, no ocurrió nada, fue todo artificio, querer y no poder, fue lo que le dije antes, un vodevil del mejor estilo francés.
Cómo se habrá dado cuenta, puede desde la portería lo controla todo, el domingo llegó mi jefe. Sí, ese señor alto, fuerte y con pelo entrecano y desde ese día ni desayuno, ni como, ni ceno por aquí. Tan pronto estoy en el hotel como en una cafetería o en un restaurante. No sé cuándo he de hablar de yesos, de teléfonos o de petróleo. Lo único real de todo es que en vez de desayunar mi té, mi jugo de toronjas y mi bollito de higos, ahora me tomo uno o dos alkaselsers y me ducho con agua fría a fin de eliminar los vapores etílicos de la noche anterior. Todo esto en aras de posibles negocios. Don Pedro, tómese un dulce y no se ría si le digo que yo creía que esto era mentira, que solo pasaba en las películas americanas, que a nosotros, las personas vulgares, no podía pasarles, no hombre, tampoco me mire con esa cara, sírvase otra copita y escuche.
Triste día ayer, mi jefe me colocó a su cuñado y a un futuro cliente y me dio carta blanca para farrear largo y tendido. Como es muy ocurrente, me citó para el siguiente día a las 8:00 a desayunar con él, y concertó para las 9:00 una entrevista, en mi casa, con dos representantes de organismos financieros. Como ve, Don Pedro, un programa precioso.
Limpios, perfumados y contentos salimos Javier, Alberto y yo dispuestos a comernos Quito. Tomamos una copa, cenamos, seguimos tomando, y cuando parecía que la aventura terminaba, Javier, ese, el moreno de pelo rizado, me sorprende sacando la dirección de un club privado, el “727” en donde, según le habían dicho, se concentraban las mujeres de vida alegre de la noche quiteña.
Limpios, perfumados y contentos salimos Javier, Alberto y yo dispuestos a comernos Quito. Tomamos una copa, cenamos, seguimos tomando, y cuando parecía que la aventura terminaba, Javier, ese, el moreno de pelo rizado, me sorprende sacando la dirección de un club privado, el “727” en donde, según le habían dicho, se concentraban las mujeres de vida alegre de la noche quiteña.
Que sitio, Don Pedro. Tardé cerca de 30 minutos en llegar y eso que está aquí cerquita, entre la Atahualpa y la 10 de Agosto. Al entrar un remolino de mujeres, a cual más exuberante, nos llevaron en volandas hasta la barra y así, por las buenas, se autoinvitaron. Lo que son las cosas, el zorro de Javier ya había estado allí el día anterior y por sus excesos económicos fue, y seguía siéndolo, el centro de las “niñas”. Bebimos una, después otra, luego otra, para que le cuento. A no sé qué hora el “727” cerró y mi coche se llenó de mujeres anónimas, que bajo la euforia del alcohol ingerido, nos invitaron a otra “casa de mala nota” que se acababa de inaugurar. Allí fuimos. Don Pedro, no se vaya usted a perder por ahí, pues está muy cerquita de este inmueble y no me gustaría verle allí “bailando”. Qué diría la señora Elvira.
Afortunadamente no bebo whisky y eso me salvó. Me dediqué a observar y a dar conversación a una rubia teñida que se me pegó y no paró de decirme lindezas. El espectáculo era deprimente. El personal se situaba en sillas pegadas a las paredes, igualito que si fuera una boda o una fiesta de la alta sociedad, tomaba su correspondiente “trago” y observaba una serie de putas que chillaban, bailaban o hacían fotos en el centro del recinto. Al cabo de una hora y tras haber presenciado una clásica pelea de celos por parte de dos de las niñas del salón, nos marchamos.
Como comprenderá no fuimos solos, tres encantadoras “señoritas” se empeñaron en tomar la última en casa y de paso ver si podían sacar aun algún provecho de la noche. Aquí vinimos, y en este mismo salón en el que estamos sentados, nos distribuimos cómodamente. Javier con Carmen, una morena delgadita, sin casi pecho y de muy mal carácter. Alberto con July, exuberante belleza local con pelo a lo “afro” y unos senos tremendos, y yo con Carina, colombiana empeñada en convencerme de su origen guayaquileño y de su afición por la cocina.
Afortunadamente no bebo whisky y eso me salvó. Me dediqué a observar y a dar conversación a una rubia teñida que se me pegó y no paró de decirme lindezas. El espectáculo era deprimente. El personal se situaba en sillas pegadas a las paredes, igualito que si fuera una boda o una fiesta de la alta sociedad, tomaba su correspondiente “trago” y observaba una serie de putas que chillaban, bailaban o hacían fotos en el centro del recinto. Al cabo de una hora y tras haber presenciado una clásica pelea de celos por parte de dos de las niñas del salón, nos marchamos.
Como comprenderá no fuimos solos, tres encantadoras “señoritas” se empeñaron en tomar la última en casa y de paso ver si podían sacar aun algún provecho de la noche. Aquí vinimos, y en este mismo salón en el que estamos sentados, nos distribuimos cómodamente. Javier con Carmen, una morena delgadita, sin casi pecho y de muy mal carácter. Alberto con July, exuberante belleza local con pelo a lo “afro” y unos senos tremendos, y yo con Carina, colombiana empeñada en convencerme de su origen guayaquileño y de su afición por la cocina.
Poco a poco el ambiente se fue distendiendo. La ginebra, el aguardiente y algo de comida hicieron maravillas. El sueño se retiró discretamente y al compás de la música empezamos a bailar. Como ve, Don Pedro, esta casa tiene muchas posibilidades: hay cuartos separados, camas, luces indirectas, bueno, lo perfecto para una pequeña orgía. Cuando quise darme cuenta los números eróticos habían empezado. Tan pronto aparecía la opulenta July con los senos al aire, como desaparecían Javier y Carmen dejando un reguero de ropas íntimas, y no tan íntimas. Mientras tanto yo, como buen anfitrión, servía copas y procuraba despegarme de Carina, con un pegadizo “papacito” intentaba, con todo tipo de argucias, desnudos incluidos, aligerar mis ya paupérrimos bolsillos. La fiesta empezaba a tener su gracia. El pudor, al igual que la ropa, había desaparecido, y era facilísimo contemplar, al natural, un pecho o un muslo, siempre en función de hacia donde se dirigiera la mirada.
Por cierto, y para que vea como estaba el ambiente, mi buena compañera me insinuó una cantidad exorbitante por pasar la noche en mi casa. Yo como buen catalán, decliné esta grata tentación. Siguió la fiesta. Ella esperaba que yo claudicara y yo tenía la certeza de que se irían enseguida.
Por cierto, y para que vea como estaba el ambiente, mi buena compañera me insinuó una cantidad exorbitante por pasar la noche en mi casa. Yo como buen catalán, decliné esta grata tentación. Siguió la fiesta. Ella esperaba que yo claudicara y yo tenía la certeza de que se irían enseguida.
Como tantas otras veces me equivoqué. Sin apenas darme cuenta Javier y Alberto hicieron de pronto “mutis por el foro” y héteme aquí yo solito con tres mozas semidesnudas, o semi vestidas si se quiere mejor, muertas de sueño y pidiéndome camas para pasar la noche.
Imagine. Don Pedro que problema; eran casi las 5:00 de la madrugada, yo tenía una cita a las 8:00 y luego a las 9:00 una reunión en mi casa. Hice de tripas corazón. Las situé, sin pedirles nada por el hospedaje, una en cada cama, y tras ingerir dos alkaselsers me fui solo, a dormir. Necesitaba con urgencia descansar, aunque solo fuesen dos horas.
No sé como pero a las 8:00 estaba desayunando en el Colón, luego a las 8:30 discutía en el Banco Internacional no sé qué asunto relacionado con un desdichado télex, por fin llegaron las 9:00 y aparecieron los representantes del Canadá y Europa listos a tener una reunión en mi casa.
Aun me pregunto como pude mentir tan bien. Que vivía lejísimos, que no tenía coche, que en mi oficina había café, que… Qué le cuento, el caso es que tuvimos la reunión en la oficina y milagrosamente salió bien. Cuando los despedí y creí que todos los problemas habían desaparecido, mi Ángel del Trabajo, mi buenísima secretaria me viene con otra historia de miedo.
Con voz cálida e inocente me pregunta que quién hay en mi casa, pues llevan toda la mañana intentando hablar conmigo desde Madrid y el teléfono unas veces suena, otras no y de vez en cuando comunica, o sea otro lío. Para colmo se ha puesto en contacto con la mujer de un amigo y entre las dos están investigando mis problemas telefónicos. Como no, vuelvo a mentir. Me invento una mujer de la limpieza, el impago de la cuota mensual y el correspondiente coste, los cruces, el mal estado de la línea, nada, que no cuela, me mira, sonríe y se retira mientras salgo volando hacia casa a ver si aún puedo arreglar de alguna forma el enredo.
Imagine. Don Pedro que problema; eran casi las 5:00 de la madrugada, yo tenía una cita a las 8:00 y luego a las 9:00 una reunión en mi casa. Hice de tripas corazón. Las situé, sin pedirles nada por el hospedaje, una en cada cama, y tras ingerir dos alkaselsers me fui solo, a dormir. Necesitaba con urgencia descansar, aunque solo fuesen dos horas.
No sé como pero a las 8:00 estaba desayunando en el Colón, luego a las 8:30 discutía en el Banco Internacional no sé qué asunto relacionado con un desdichado télex, por fin llegaron las 9:00 y aparecieron los representantes del Canadá y Europa listos a tener una reunión en mi casa.
Aun me pregunto como pude mentir tan bien. Que vivía lejísimos, que no tenía coche, que en mi oficina había café, que… Qué le cuento, el caso es que tuvimos la reunión en la oficina y milagrosamente salió bien. Cuando los despedí y creí que todos los problemas habían desaparecido, mi Ángel del Trabajo, mi buenísima secretaria me viene con otra historia de miedo.
Con voz cálida e inocente me pregunta que quién hay en mi casa, pues llevan toda la mañana intentando hablar conmigo desde Madrid y el teléfono unas veces suena, otras no y de vez en cuando comunica, o sea otro lío. Para colmo se ha puesto en contacto con la mujer de un amigo y entre las dos están investigando mis problemas telefónicos. Como no, vuelvo a mentir. Me invento una mujer de la limpieza, el impago de la cuota mensual y el correspondiente coste, los cruces, el mal estado de la línea, nada, que no cuela, me mira, sonríe y se retira mientras salgo volando hacia casa a ver si aún puedo arreglar de alguna forma el enredo.
El apartamento, a la 11:00 era un mar de paz. Menos Carmen, que completamente abatida se dedicaba a protestar por las muchas llamadas telefónicas y los problemas que había tenido al contestar una de ellas, tanto July como Carina dormían plácidamente. Las desperté, y tal como estaban, o sea desnudas las metí en la ducha.
Lo que son las cosas, si en otra ocasión tengo a dos mozas desnudas andando por mi casa, seguro que me “aloco” y las “violo in situ”, pero ahora Don Pedro, solo quería que se fueran, que me dejaran solo, que el mundo se olvidara de la noche anterior y de aquella funesta mañana, cuajada de llamadas. Cuando las veía ir y venir con los pechitos al aire no comprendía cómo no me excitaba, pero el caso era que nada, solo las achuchaba para que se fueran.
Al fin se fueron, perdón, las llevé a su casa. La tierna despedida estuvo salpicada de besos y caricias. Agradecieron mi hospitalidad y me dieron sus teléfonos rogándome encarecidamente, no lo digo en el sentido monetario de la palabra, que las llamara otra vez.
Reposé, me duché e intenté olvidarme de todo lo ocurrido. En lo más profundo de mi mente deseaba que nada de lo anterior hubiera sucedido. Que todo hubiera sido un mal sueño, una historia ficticia y jocosa.
Con el tiempo el olvido cubrió esta triste aventura. Únicamente usted, querido lector, mi amable secretaria y unos teléfonos perdidos en el fondo de mi cartera me recuerdan el enredo ocasionado por una farra mal concluida, una serie de reuniones y llamadas improcedentes y tres mujeres de vida licenciosa andando en “pelota picada” por mi casa. Ah, Don Pedro, a Carina la vi ayer en el banco, más pintada que un cuadro y más cariñosa que una amante costeña. Me volvió a dar su teléfono y la prometí que la llamaría. Pero esto, como diría M. Ender en su “Historia Interminable”, podía ser ya parte de otra historia.
Apuré la copa, y si me promete contarme los líos del vecino del 13, el árabe que vive en el penhouse, le sirvo otra y así matamos la tarde charlando tranquilamente.
Cuente. Cuente.
Lo que son las cosas, si en otra ocasión tengo a dos mozas desnudas andando por mi casa, seguro que me “aloco” y las “violo in situ”, pero ahora Don Pedro, solo quería que se fueran, que me dejaran solo, que el mundo se olvidara de la noche anterior y de aquella funesta mañana, cuajada de llamadas. Cuando las veía ir y venir con los pechitos al aire no comprendía cómo no me excitaba, pero el caso era que nada, solo las achuchaba para que se fueran.
Al fin se fueron, perdón, las llevé a su casa. La tierna despedida estuvo salpicada de besos y caricias. Agradecieron mi hospitalidad y me dieron sus teléfonos rogándome encarecidamente, no lo digo en el sentido monetario de la palabra, que las llamara otra vez.
Reposé, me duché e intenté olvidarme de todo lo ocurrido. En lo más profundo de mi mente deseaba que nada de lo anterior hubiera sucedido. Que todo hubiera sido un mal sueño, una historia ficticia y jocosa.
Con el tiempo el olvido cubrió esta triste aventura. Únicamente usted, querido lector, mi amable secretaria y unos teléfonos perdidos en el fondo de mi cartera me recuerdan el enredo ocasionado por una farra mal concluida, una serie de reuniones y llamadas improcedentes y tres mujeres de vida licenciosa andando en “pelota picada” por mi casa. Ah, Don Pedro, a Carina la vi ayer en el banco, más pintada que un cuadro y más cariñosa que una amante costeña. Me volvió a dar su teléfono y la prometí que la llamaría. Pero esto, como diría M. Ender en su “Historia Interminable”, podía ser ya parte de otra historia.
Apuré la copa, y si me promete contarme los líos del vecino del 13, el árabe que vive en el penhouse, le sirvo otra y así matamos la tarde charlando tranquilamente.
Cuente. Cuente.
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